domingo, 28 de febrero de 2010

También los hombres juegan al "curling"

Pero lo hacen de otra manera...
Comparado con el aspecto de cajera de supermercado de alguna que otra jugadora sueca, el principal jugador del equipo masculino de Canadá me recordaba más al cocinilla de la escalera, que siempre lo hay, algo travieso, la verdad, con la cabeza pelocha y las cejas depiladas -a veces me daba miedo de tanto brillo como le había sacado a la calva, debe de ser un fenómeno con los azulejos-. Había en él algo difícil de precisar, algo Simpson...
Pero Noruega, la otra finalista, es para mí el equipo que mejor ha entendido que jugar al curling es hacer el chorra, y los uniformes arlequinados, así como el calzado, más parecido a unas zapatillas de andar por casa, se mostraban aptísimos para combinar con el cepillo: quiero decir que daban a todos sus miembros el aire de gilipollas que su deporte inspira. Aunque Noruega perdió, la vestimenta les confería un aire de comodidad, de desenvolvimiento, contrariamente a la rigidez, a la tensión sexual no resuelta y palpable en el equipo canadiense. Durante media hora, no pude apartar la vista del valor que tenían los noruegos al meterse en sus pantalanos de bakala de periferia. ¡Hace falta un buen par de pelotas!
Noruega no queda muy lejos de Suecia, y las pintas del equipo de curling sugerían tal vez cierta competencia con lo espantoso que es el diseño textil de la eterna nación rival, la cuna del terrorismo doméstico: Ikea.
Después de las sesiones de tan enigmático deporte que he digerido, no me queda más que bendecir a la petanca castellana, al jubilado reumático español, tan inofensivo en la práctica de un deporte urbano que como mucho puede provocarle una hernia en la cadera.
Va por ustedes.


Yvs Jacob

miércoles, 24 de febrero de 2010

¿Es el "curling" un deporte que manifieste la dignidad humana?

Yo digo que no.
Estuve viendo un emocionantísimo partido que enfrentaba a los equipos femeninos de Suecia y Canadá. El espectáculo tenía algo de grotesco, igual que el aspecto de la principal jugadora sueca, y, a medida que el partido avanzaba, desde mi más profundo humanismo, más repudiaba esa práctica sobre la cual el feminismo debería dirigir su carga al modo de las cruentas batallas que con fervor ha vencido al inofensivo género de las palabras castellanas.
No niego que el juego consista en dirigir, deslizar y colocar con precisión las divertidas planchas dentro de lo que la comentarista llamaba "la casa". No obstante, era el instrumento, el cepillo para el hielo, lo que me afectaba, el agresivo frotar de las competidoras, no menos que el griterío de sus reflexiones. Todo ello parecía más propio de unas porteras enfurecidas, aunque ahora se admira más el modelo propuesto por Muriel Barbery, que se atreve hasta con el materialismo histórico y la corrupción departamental universitaria, ¡eso sí que es limpiar!
Hubo momentos en que temí que las jugadoras terminarían a cepillazos, porque mientras unas analizaban el siguiente movimiento estratégico -las que iban perdiendo-, otras -las que ganaban- no dejaban de reírse, comentando sus cosillas, y es que ya superaban los seis puntos de ventaja y jugaban, como se dice en deporte, "en casa".
Venció Canadá y el encuentro se cerró con un frío apretón de manos entre los cuartetos. Yo me quedé muy triste, porque en mi barrio, cuando dos mujeres acuden a un mismo sitio con sendos cepillos, la lían bien gorda, y eso sin cámaras de televisión.


Yvs Jacob

martes, 23 de febrero de 2010

José María Aznar. Historia de un problema español

Hoy voy a tirar por Miguel de Unamuno, que hace tiempo que no toco ese palo.
Lo de Ansar no tiene remedio, el hombre está hecho un lío, sufre un agudo problema de identidad, una disociación de todos sus "yo" posibles y no se acepta en su lamentable condición.
Por un lado, está Josemari I, Rey de España, que la gobernó con el mismo odio que lleva a todos los dictadores a poner su asqueroso pie en el cuello de los demócratas. Para quienes no comprendan el significado exacto de "odio" por mí empleado, añado la expresión al uso de los populares para referir la obra de Josemari I: "gobernó con dos cojones", que es a lo que el Partido Popular llama siempre "prosperidad".
Conforme Josemari I le echaba más cojones al gobierno, y como los españoles demostraron que la democracia había entrado en su fase más responsable y crítica al reelegirlo como Presidente en el año 2000, Josemari I empezó a dudar de que lo suyo fuera sólo disponer las cosas del reino, la cosa pública local, y se le antojó el ascenso a los cielos de la política. Entonces puso todo su empeño en ser Dios, o un aprendiz aventajado: estaba a punto de nacer Ansar.
Dios se llamaba por entonces George W. Bush, un individuo singular, quizá más apto para conducir una excavadora, pero a quien el destino entregó la suerte del mundo, con muy mala suerte para todos, la verdad.
Para ser Dios, o como Dios, nada mejor que imitar su comportamiento. Josemari I empezó por su dieta. Siguieron después las lecciones relativas a la etiqueta y a la comunicación verbal. En todo lo que se proponía, Josemari I obtuvo bastante éxito, es decir, lo que alguna vez supo hacer bien, aprendió a hacerlo mal, y cuanto peor, más cerca de Dios estaba. Un valor utilísimo para medir su éxito fue la vergüenza que daba a los españoles la pérdida de cabeza que iba padeciendo su Presidente, y hay que decir que llegó a dar mucha, muchísima pena el hombre-Dios.
Cuando ya Dios George observó en su polluelo el brillo de la divinidad, le prometió el oro y el moro, exigida la aniquilación previa de algún pueblo sin importancia, elegido tal vez al azar entre los que flotan sobre el petróleo, y tras concretarse el capricho con una magnífica fotografía junto a otros dos seres no menos excepcionales, los humos hicieron a Josemari I intratable -hay que decir que no es el primer caso de alguien a quien ser divino le sienta fatal (yo debo de ser una excepción).
La historia hacia delante, a Josemari I le arrearon un sopapo del que todavía no se ha recuperado. Como era un valiente de prestado, o como se diría en el barrio, ahora que el ministro Celestino Corbacho ha hablado de "la crisis de la escalera", "como era un pequeñín que se hacía el chulito, fueron por él". A menudo se emplea el término "terrorista" para referir al individuo que busca todos los medios, menos la guerra declarada, aunque también, para su defensa. Conviene revisar el vocabulario y llamar al terrorista "defensor", su nombre justo, puesto que no hace sino defenderse de la agresión dirigida por otros.
Pero lo malo de -querer- darle un sopapo a Dios es que a él nunca le engancha la hostia, y fue encajada por otros.
Al sopapo histórico que recibieron los españoles sucedían las elecciones generales de 2004. Para mejor parecerse a Dios George, Josemari I había renunciado a su derecho constitucional a disfrutar de sucesivas reelecciones democráticas. Pero aquellos días de tanta excepcionalidad, los medios de comunicación de la derecha pusieron inmediatamente su inteligencia a trabajar, y quienes algún día serán académicos de la RAE soñaron durante unas horas que eran en realidad ministros del Interior. A muchos, la idea de que Josemari I podría continuar en la Corona nos puso las pelotas del tamaño de bolas de billar, dentro ya incluso de la garganta.
Pero todo siguió su curso natural, es decir, hacia la derrota de Mariano Rajoy, porque una cosa es que a los españoles la política les importe una mierda y otra, bien diferente, que les dejen sin elecciones o que se amañe su resultado, porque entonces se arma la de Dios es Cristo y lo han crucificado.
Josemari I era historia. España lo maldijo por su mala cabeza, pero él, que había sido todo, y que se creía aún lo más grande que ha parido España entera, ¡olé!, prometió que se vengaría del populacho estúpido, que diría Jean-Jacques, y, desde luego, no ha parado de hacerlo.


Yvs Jacob

domingo, 21 de febrero de 2010

¿Hay intelectuales en el cine español?

Entre los ganadores de un premio Goya en su XXIV edición, probablemente, no.
He confesado en alguna ocasión mi temor ante el término "arte". Ello se debe a cierto aprendizaje que ha resultado de mi experiencia al observar que en la mayoría de ocasiones el término se emplea para llenar un vacío que, por el momento, ningún otro, sin ser soez, ha conseguido ocupar. Domina en el término "arte" un sentido eufemístico actual, y cuando alguien afirma que "participa en el arte, o que es artista", yo entiendo que en realidad lo hace "donde debiera haber arte", esto es, "donde otros sí han sido artistas".
Como buena parte de la gente del cine en España considera que participa en una actividad artística en la que hay, efectivamente, arte, y como siempre se andan quejando los cineastas -"los del cine"- de lo mal que llegan a fin de mes, algo que también es propio de los escritores, escultores, pintores y otros finos artistas a quienes no es fácil encontrar llorando por las esquinas ni en procesión al Parlamento europeo, me senté como un español más ante el televisor para conocer un poco mejor el pathos del creador del celuloide, no fuera que el prejuicio me privara de aceptar su genio y talento y las bondades derivadas de ambos. Pero cometí un error decisivo al plantearme esta cuestión: ¿es el cine una actividad técnica o intelectual? Un error fatal que vició mi percepción de los discursos de los premiados y me devolvió al concepto de pobreza en que ya me hallaba antes del bochorno que presencié.
¡Cómo hablaron los premiados! Si los premios se hubieran concedido al Mejor Celador, a la Mejor Secretaria... ¡Cuánto mejor no hubieran hablado los ciudadanos anónimos que nuestros talentosos artistas y cineastas! Y no menos soberbia fue la formación dramática, la versatilidad en el registro que arrasó la sala como un incontenible torrente apolíneo. No hubo nadie -actor, director, técnico, productor...- que no dijera "bueno" al inicio de su locución... ¿Y qué decir de esos "te quiero" hollywoodienses, que de tanta sinceridad me hicieron berrear como un niño cagado hasta las cejas?
Triste me quedé, no obstante los esfuerzos de Andreu Buenafuente, a quien apenas siguieron los chistes, de tanta ansia como soportaban los nominados. Fue una noche fracasada, porque tampoco comprendí el discurso de Álex de la Iglesia, que animaba a sus compañeros a disfrutar del privilegio que es trabajar en lo que a uno le gusta. Pero, ay, quizá sea eso lo que sucede al cine español, que no es lo mismo que algo te guste a ser bueno en ello...


Yvs Jacob

jueves, 18 de febrero de 2010

Sabidulía oliental. Desata tu chinofobia

Desde que China iniciase la ocupación tolerada del Reino de España, mi calle se ha convertido en una pequeña Camboya con nada menos que quince, ¡quince!, establecimientos regentados por orientales. El asunto me pone de muy mala hostia. Entre tiendas de mierda, de comestibles comprados en el supermercado y revendidos y revalorados en horarios especiales y fruterías donde cuesta lo mismo un kilo de peras que de patatas, camino de arriba abajo, un número tras otro de la calle preguntándome si soy el único subnormal para el cual el desarrollo chino se está convirtiendo en abuso, santo paciente, yo, y siento la necesidad de iniciar una revolución contrarrevolucionaria que devuelva la situación al momento anterior a que China iniciase la contrarrevolución capitalista que está depauperando todavía más el espíritu de los españoles. Este abuso excesivo ha llegado incluso a adoptar técnicas del mercado de empleo español, y he visto con mis propios ojos que un sudamericano trabajaba como empleado en una frutería oriental, lo que ha desmontado mi corazón como un reloj que reventase por la fuerza inherente de sus muelles. El derecho a explotar a un sudamericano sin distinción de horario o festividad y por un salario à l'ancien régime era nuestro, totalmente nuestro, español. Pero ha sido otro pensamiento el que me ha dejado tieso y pegado a la acera durante un tiempo indeterminado que he juzgado larguísimo: si un chino es obligado a trabajar por nada en los establecimientos que regentan sus compatriotas, ¿qué mensualidad habrá sido acordada con ese pobre diablo venido de Indias?
Esto no puede continuar así, no puede.


Yvs Jacob

miércoles, 17 de febrero de 2010

Cormac Mccarthy, "The Road". Consejos para novelistas españoles

Cuando uno lee The Road no puede evitar que cierto desprecio se dirija tanto a la obra como a su autor. Parece como si Mccarthy la hubiera escrito en una semana, sin demasiada ambición desde el punto de vista narratológico y con ausencia total de contenido reflexivo-metafísico, por el dominio absoluto de la descripción. Esta reacción, no obstante, es propia de un lector culto europeo. En el perfil de este lector pesa demasiado el gusto por la justificación, el error cartesiano del método, el modo como todo se refiere o relaciona dentro de un sistema y, lo más importante, su causa. Obviamente, el lector europeo quedará siempre insatisfecho, no lleno, y un ejercicio narrativo como The Road no pasará de ser una bagatela.
Puesto que España es una cantera magnífica de novelistas pésimos, encuentro muy acertado aprovechar los defectos de la novela norteamericana actual de manera que se equilibre la incompetencia de los autores con la ya incurable de los lectores. Ahí voy, pues, con algunos consejos para el novelista ibérico.
1. Nunca preguntes "¿por qué?".
Las preguntas las hará el lector, pero no hay que resolverlas; al lector hay que arrojarle la carne cruda: apenas se le presenta un plato medio cocinado, no lo disfrutará, y sólo te reprochará el otro medio. No tengas piedad -ni miedo: no pienses en el editor, ese avanzadísimo intelectual español...
2. No pienses demasiado.
El vicio europeo de convertir a la portera en Séneca ha superado las cotas más elevadas de la ridiculez, y además de tristeza, produce úlceras. Las reflexiones profundas raras veces aportan verosimilitud a una novela mala, luego es mejor evitarlas para eliminar relieves y socavones cuando no hay genio.
3. Los personajes hacen, miran y hablan, nada más.
Si tú no piensas demasiado, o piensas mal, no quieras que tus personajes te suplanten: la mierda sólo produce mal olor, esto es, más de lo mismo.
4. Todos los datos son superfluos.
Superfluo significa "no necesario", y en la novela, nada lo es. No te subyugues con la responsabilidad de la perfección documental ni con la angustiosa insistencia del detalle; ya ha quedado claro que es el lector el que hace las preguntas, disfruta del placer de lo vacío, como en la vida misma.
5. No hagas fuerza con el vientre.
La mejor mierda es la que sale sola. Si no brota con libertad, si exige de ti un esfuerzo muy próximo a lo intelectual, entonces estás escribiendo la novela equivocada.
6. Ni mucha acción ni poca, o lo que es igual, ni hachís ni coca.
Es probable que no sepas plantear ni construir los episodios en los que de verdad sucede algo, así que evítalos como a la reflexión; confórmate con acercar al lector a situaciones inquietantes, pero concede a su imaginación el privilegio de su exceso inherente.
7. Mucho ojo con la descripción.
Puesto que el objeto es realizarte, perfeccionarte como novelista malo, no tomes como ejemplo a Azorín. No es lo mismo decir "el vuelo de la gaviota describía la planicie desierta de la mañana" que "había -o no había- gaviotas". Tú di siempre que "había -o no había- gaviotas", y nada más.
8. La (mala) poesía mata.
Si tú no lees poesía, ¿por qué la escribes? Métetelo -¡qué palabra!- bien en la cabeza: tú no eres poeta, el poeta escucha las palabras con el oído del alma; tú eres un redactor estricto que como mucho conoce el segundo nivel de dos o tres palabras.
9. No escribas demasiado.
No seas tan cabrón.


Yvs Jacob

lunes, 15 de febrero de 2010

Ana Botella, ser humano

Hay seres humanos con los que nos toca convivir que disponen al hombre de conocimiento a admitir alguna de las siguientes conclusiones:
1) Dios no existe;
2) Dios sí existe, pero está loco; o
3) Algún antepasado del hombre moderno tuvo éxito en su reproducción, tras cruzarse con otro mamífero, quizá inferior, todavía incierto, pero sus vástagos resultaron fatales para el futuro de la especie humana.
Probablemente, Ana Botella se considera a sí misma política, esto es, persona dedicada a la actividad política, aunque preguntada en qué consiste tal actividad, también con probabilidad no diría sino una burrada de las que cautiva al genio del Partido Popular.
Cabe valorar el modo como "la Botella" llega a la política madrileña. Mientras tantos y tantos políticos sufren de lo lindo recorriendo estamentos, fracciones y divisiones dentro de su partido o sindicato hasta disfrutar por fin de la tan apetecible "lista" y del salario convenido como miembro del coro, su caso fue bien diferente. A "la Botella", por ser esposa de aquel Presidente superdotado que tuvo España, se le supuso inmediatamente sabiduría de gobierno y gestión, igual que si de una virtud transmitida por contagio se tratase. Así, pues, Alberto Ruiz-Gallardón, quizá con la intención de ganar para su favor a un sector muy específico, el de la derecha cañera, nostálgica, a pesar de lo comedido que es el alcalde en su discurso hablado, bien diferente del que maneja con las excavadoras, le ofreció a "la Botella" la sinecura de la concejalía y le dijo aquello ya célebre, y que todavía nos intriga, de: "gracias, Ana, por lo que tú ya sabes".
Desde que es concejala, "la Botella" no ha demostrado justificación alguna de aquel talento adquirido como primera dama. Sólo ha demostrado que, para ganar en Madrid, la derecha no necesita talento alguno. Ha demostrado también que domina el arte de la coz, tal vez eso a lo que el alcalde se refería con enigmáticas palabras, y le ha arreao una al sentido común con ese vicio tardoilustrado y decimonónico que tiene la derecha española de arremeter contra la razón. Ha dicho "la Botella" que el planeta está al servicio del hombre. Como siempre, a los políticos españoles, ya sean de derechas o de izquierdas, les faltan unas cuantas lecturas, pero yo había supuesto que esta lección la tenían todos bien aprendida. Este pensamiento de "la Botella", no es que ya no se lleve, es que ni siquiera es recurrido por los cerebros de las teorías conservadoras que más han perjudicado al medio ambiente. Al ser lo principal la producción, incluso cuando se respetase el planeta, unos hombres siempre trabajarían para otros, y lo harían dentro de unos índices de pobreza lo bastante elevados como para que la riqueza no se dispersase; luego, incluso cuando la ecología sea un negocio, todo seguirá igual. Pero "la Botella", que tanto sabe de política", ha debido de pensar que, por representar a la derecha, tiene que decir aquello que suena más a derechona, más cañero, y decirlo además como quien da una lección a quienes están equivocados por defender lo contrario.
En fin, a mí me pasa con ella que la veo, no medio vacía, sino bastante... Pero ya lo decía el jefe de "la marianada", que tiene un primo científico: "ésta es la gente con la que nos toca convivir".


Yvs Jacob

viernes, 12 de febrero de 2010

El mal fario de Jaime de Marichalar

Tan divertida es a veces la realidad... Hubo un tiempo en que emparentarse con la nobleza, y más aun con la que gobernaba, podía considerarse dar un buen braguetazo. Pero hoy nada es lo que fue, afortunadamente, y el sufrimiento de la aristocracia, que tantas buenas páginas ha cultivado en la literatura, sólo produce mejores carcajadas entre el pueblo llano -ahí voy yo-. Me ha divertido especialmente que la defenestración de Jaime de Marichalar no ha ahorrado ninguno de los detalles propios de una corrección de la historia de tipo estalinista, ¡quién lo iba a decir!
Bien es sabido que Iósif Stalin, si todavía estuviera manejando entre nosotros el escalpelo de la metafísica, dominaría los programas de diseño gráfico como un auténtico genio. Stalin tenía mucho de creador, pero, al ser comunista, su concepto del arte había descendido a la terrenalidad, si bien, casi como el dios que llegó a ser entre los campesinos, imitaba al de los cristianos: lo suyo era despejar espacios. ¿No comenzó así el mundo de Yahveh, que quitó de aquí y de allí para que penetrase la luz?
Ha sucedido también con De Marichalar, que lo han despejado de los espacios donde una vez estuvo presente, y lo triste no es que uno haya sido y ya no sea más, sino que se intente borrarlo como si nunca hubiera existido. Me duele que lo hayan dado de baja en la flor de los museos españoles, el de las figuras de cera, apostado que lo tenían en una barra taurina. Desde luego, habían pensado en todo... Pariente de la familia real, sin ocupación definida, enseguida le forjaron una estatua clamando "¡olé!", que será lo más parecido a un empleo entre quienes heredan la tierra.
¡Ay, tantas veces pienso que los católicos tienen razón...! Mundo sin valores...


Yvs Jacob

jueves, 11 de febrero de 2010

La historia de la filosofía según Bertrand Russell

He visto en un kiosco la obra más lamentable de Bertrand Russell y me he acordado inmediatamente de aquel profesor que la incluyó en su bibliografía y que la refería sin cesar. Yo no era un buen estudiante, leía demasiado, y me la compré -debió de ser en mi primer año, quizá en el segundo, en la facultad...
No tardé mucho en comprender que a ambos, megafilósofo y modesto docente universitario, había que colgarlos de las pelotas y piñatearlos por el atrevimiento. Yo, que con tanto horror he leído algunas obras de Fernando Savater, pero, en general, todas con vergüenza, concedo que en algo tiene razón: las historias de la filosofía son un disparate. (Voy a evitar la que él pasea en la actualidad, y mucho arriesgo al perder esa fuente, de tanto como me podría aclarar Fernando).
Por entonces yo tenía un compañero que pidió mi auxilio para resolver un agudo aprieto artístico. Él había adquirido los dos volúmenes de Austral, pero la fortuna le negó la homogeneidad que todos buscamos para hacer nuestra existencia tan gris como la del resto de los hombres, y el primero era de color azul, pero amarillo el segundo. Me rogó que le cambiase amarillo por azul, puesto que yo había sido afortunado con el patrón menos hostil de la insipidez. Ahora bien, a diferencia de mis compañeros, nunca confié en la filosofía según el modo impuesto por la bondad de la izquierda. Quiero decir que yo guardo la cola en la panadería y en la parada del autobús y poco más; el buen rollo se me agota en cuanto veo una mierda de perro del tamaño de una barra de chóped.
Mentí, pues, a mi compañero; en particular, le dije que ya había bautizado de anotaciones mi ejemplar y disfruté como un loco por ser tan cabrón. ¡Ay! Hoy se lo regalaría, como haría Juan Goytisolo, que en sus escritos autobiográficos, creo que En los reinos de taifa, manifestaba su desprendimiento respecto del libro como objeto... Pobrecillo. Además, eso ya lo hace mucha gente, según informan las encuestas de hábitos de lectura. Es una lástima que ya no recuerde ni la cara de los viejos amigos, para una buena obra que se me pone a tiro...
Hoy que me siento tan didáctico quiero recordar que también contó España con un hábil mistificador, Julián Marías, cuyo orteguianismo absorbente ha hecho creer a algunos desprevenidos que su maestro nació antes que Tales de Mileto..., aunque viviera en una casa frente al Retiro.


Yvs Jacob

miércoles, 10 de febrero de 2010

La popularidad de Rosa Díez, o El sentido político de los españoles

Cuántas veces es más feliz el ignorante que el sabio... Mucho se ha pensado acerca de ese asunto. Cuando uno solo es ignorante, ¡pues allá él!, pero cuando lo son muchos, y demasiado, entonces no puede tratarse sino de España.
Yo, que con tanto celo observo la actualidad, y que me tengo por bien informado, esto es, conocedor de la intención dolosa que subyace a gran parte de la información, he encajado uno de esos golpes tan brutales de hiperrealidad al conocer la buena opinión que tiene la ciudadanía de Rosa Díez, maniquí singular. A diario, los medios de comunicación -una parte de ellos- acusan a Mariano Rajoy de no hacer nada, de no proponer y de esperar a que se derrita el helado. Y cierto, pero aunque "la marianada" no hace mucho, salvo burradas bien identificadas, Mariano está presente, y no hay boletín que no hable de él. Diferente es lo que sucede con Rosa Díez, que ni hace nada, puesto que un escaño sólo representa al culo que lo calienta y que guarda como hucha el bocado correspondiente del presupuesto parlamentario, ni está presente en ninguna parte. Es más, a mí me ha llevado tiempo situarla tras leer el resultado de las encuestas de popularidad, tan olvidada que la tenía. Pero son los españoles quienes la mantienen viva en su recuerdo, y me he preguntado qué habrá hecho Rosa Díez para gozar de esa estima, inmortalidad que a los hombres se les concede en esta aberrante temporalidad. Y de momento no he encontrado respuesta...
Así es como entienden la política los españoles, demócratas aventajados: el mejor político es aquel del que no se sabe nada, bueno o malo.
Esta actitud tan española de adorar al becerro de la ignorancia es incompatible con el concepto deseable de ciudadanía y se muestra perfecta para los delirios satánicos que aprovechan el suicidio colectivo de los fieles a la estupidez. Por lo pronto, la ciudadanía española sólo señala a sus gobernantes por la pésima situación socioeconómica, pero es incapaz de vincularla con nada más allá de la gestión del Gobierno, y si los medios de comunicación de la derecha están funcionando a pleno rendimiento, habrá incluso quienes no condenen la gestión, sino directamente a Rodríguez Zapatero como autor intelectual, de cuyas intención y voluntad resulta la pérdida de tantos empleos. Un paseante por el Barrio de Salamanca puede leer en los negocios que han quebrado una nota obra de la ultraderecha que se manifiesta en ese sentido.
Ciertamente, es la nuestra una nación de superdotados.


Yvs Jacob

martes, 9 de febrero de 2010

La carta de Rodrigo Rato

Tan ignorante que soy... Yo no sabía que Rodrigo Rato se apellida en verdad "De Rato". Siempre había sabido que venía de buena familia, o mejor, de familia rica, porque "bueno" y "buena" significan otra cosa, pero ignoraba su "de" aristocrática, como tantas que brotaron espontáneamente en la época goyesca, importada de Francia la enfermedad de la apariencia.
A quienes cedemos temporalmente nuestro dinero a Caja Madrid nos ha enviado Rodrigo de Rato un saludo, ¡menudo gesto! La carta informa de lo maravilloso que es el progreso económico, de lo fabuloso que es para la cultura que los ahorros de los madrileños se confíen a Caja Madrid y de algunas otras gilipolleces que me han hecho reír como un loco. Nada decía el señor De Rato del euro mensual que su ahora casa me roba, pues ninguna palabra se ajusta mejor, por estar siempre mi cuenta en una cantidad inferior a los mil necesarios para detener el abuso, cierto que legal. He releído la hoja varias veces, no fuera que mi odio me cegara y que de una tan bien intencionada persona no estuviera captando la liberación que sus nuevos servicios podrían traerme. Pero nada de nada, ni una palabra al respecto.
He calculado que, de los millones de clientes que tiene Caja Madrid, es fácil que tres o cuatro de ellos se encuentren en idéntica situación a la mía, esto es, con cuentas famélicas. Esto supondría al menos tres millones de euros mensuales que se roban y se destinan a obras tan gratas como las que De Rato anuncia.
Personalmente, prefiero que me respeten el euro, que tengo muy pocos, y que si eso supone un lienzo menos en la exposición de la Fundación de Caja Madrid, pues que le den por el culo al arte.
Por lo demás, sigo sin entender por qué De Rato no aprovecha el mucho dinero que ya tiene para tocarse la huevada, como yo haría si tuviera tan sólo una fracción insignificante de su renta, y prefiere sumarse a los atracadores. ¿Acaso no se da cuenta de lo mucho que un euro robado lo significa como gestor? ¡Qué apetitos más raros tiene la gente...!


Yvs Jacob

lunes, 8 de febrero de 2010

La ofensiva de Xavier Mascaró

Fue por casualidad que hacía tiempo antes de entrar en un restaurante que me encontrara en el Paseo de Recoletos, en la zona en que la muerte no es realidad, pero acecha, con los guerreros de Xavier Mascaró. Profundamente ignorante en cualesquiera tendencias de la actualidad, no conocía en absoluto a este pollo, pero al ser tan obvia la intención de que en el paseo se exponía lo que comúnmente se conoce como "arte", me abandoné a una divagación tan pesimista como productiva. Dominante resultó el pensamiento de hallarme ante una gran gilipollez; tal vez la postura orientalizante de esos pedazos de metal; su disposición escolar, ingenua; quizá que se tratase de guerreros de otro tiempo en un siglo en que la estupidez hace más daño que la afilada espada del samurái...
No dudé en absoluto de que se nos tomaba el pelo -¡una vez más!-, y con el agudo sentido que he desarrollado gracias al Partido Popular para la detección de melones apepinados, que los guerreros fueran tantos y tan grandes me convenció de que, por muchas estatuas que hubiera creado el artista, no había en la exposición la menor presencia de nada.
Mucha cantidad y mucho tamaño son dos vicios singularísimos del arte actual que manifiestan el avance psicológico de la humanidad: si antes éramos muy gilipollas, lo somos ahora bastante más. Atravieso una fase malthusiana con tendencia a la estabilidad, y mis conclusiones se sostienen con las puntas en un delgado filo, a uno de cuyos lados aguarda el peligro. Probablemente hoy son muchos los recursos y no muere la población por la escasez, sino por el reparto; no obstante, encuentro que sí hay demasiados artistas suspirando por un mordisco al presupuesto destinado a la cultura por parte de las distintas administraciones españolas, y como se ha probado que los españoles, en arte y en otros ámbitos, no tenemos más criterio que la imitación, geniales intelectuales de todo el mundo envían sus barcos a hacer las Españas, y a cambio del oro nos están llenando de mierda.
Vengativa es la historia...


Yvs Jacob

domingo, 7 de febrero de 2010

Prácticas mafiosas del poder judicial independiente

El chiste es de Woody Allen -los mafiosos sólo se matan entre ellos-, y muy apropiado para la última persecución del juez Garzón. Por muchos errores que Baltasar Garzón haya cometido, y muchos han sido, se trata de alguien excepcional, aunque su excepcionalidad no resulta sino de cumplir con su trabajo... Pero la ciudadanía ya está acostumbrada a que sus servidores públicos se toquen las pelotas...
Mucho se ha cacareado acerca de la división de poderes y de la independencia del poder judicial. La diferencia entre la monarquía salomónica absoluta de Thomas Hobbes y el espíritu republicano del barón de Montesquieu no afecta tanto a los jueces como a los monarcas: para Hobbes, el soberano hace las leyes y juzga en última instancia, y para Montesquieu, quien hace las leyes no puede juzgarlas. Esta separación apenas ha sido comprendida por la historia posterior, y se ha convertido en una cancioncilla de las muchas que conocemos los demócratas -famosas son también la tonadilla de la unidad y la desternillante del gobierno para todos-. Obviamente, la separación de poderes no ha hecho a los jueces independientes, al menos, no de su entorno ni de sí mismos. Para empezar, el sólo hecho de admitir o no a trámite una querella constituye un primer caso de falta de independencia. Los jueces, en su mayoría, admiten a trámite según una regla de conveniencia, y no técnica, y ello es la causa de la disparidad, como bien se apreció a propósito de las conversaciones con los terroristas de ETA, ya fuera la banda o su expresión política, por el momento, ilegalizada.
Fuera de España, la situación no es menos alegre. En Francia, tierra del barón de Montesquieu, se ha producido el último episodio de rigor judicial: en el proceso contra Dominique de Villepin, repentinamente, el juez ha dejado de ver indicios de delito contra él...
Pero el caso español es más divertido -en general, España siempre lo es-...
El juez que ha admitido a trámite la querella de la ultraderecha contra su colega Garzón ha juzgado conveniente enderezar el propio poder judicial, limpiar su imagen, y nada mejor que con su representante más popular. Hay aquí una intención ejemplarista, y las intenciones grandilocuentes suelen traer demasiados peligros inoportunos. Pero juzgar a Garzón hoy, a la vista de sus éxitos, que son quizá tantos como sus errores, necesita de alguien que, por lo menos moralmente -¡desde los hechos!-, se encuentre por encima de él, y no es el caso de Luciano Varela. La cosa entonces deriva en una rencilla de cajeras de supermercado y presenta a los jueces ante los ciudadanos, ya no como los superhombres en que se estiman por interpretar la ley, ¡qué filósofos!, sino como ordinarios seres humanos que aprovechan las herramientas a su alcance para dar bien por el culo.
Resta además comprender la actitud de Manos Limpias, organización con vicio querellante, pero en la cual no debe de faltar el dinero, puesto que nunca progresan sus demandas y es siempre obligada a pagar por ese ratito de deliberación del juez que las desestima. Que el juez Varela aproveche una querella de una asociación de ultraderecha para ajustarle los machos a quien ha arrinconado a la banda terrorista más sangrienta de la democracia española es algo que hubiera soñado el mejor Costa-Gavras.
¡Tiene cojones!


Yvs Jacob

jueves, 4 de febrero de 2010

Ya somos 8 millones de pobres españoles

¡Olé!
¡Ay! También Yvs Jacob lo es, pero tiene un corazón tan grande como la fortuna de Emilio Botín, y no lo vendería por menos.
Queridos amigos pobres y desempleados, el Dios de Benedicto nos ha concedido esta gracia del ocio como en el pasado las guerras: quiere que seamos mejores en todo, y tan felices, que sólo el pobre de espíritu vivirá derrotado al considerar la privación de recursos una desgracia.
Cierto que este mundo da asco, que los poderosos se chupan las pollas de satisfacción al tener bien cogidos por las pelotas a los sapientísimos gobernantes de los hombres para que continúe el sagrado progreso que hará de todos nosotros profundos, insondables gilipollas. Pero no penséis que la pobreza es un mal, pues, al contrario, ella abre el instante, reconcilia con la temporalidad, si bien no la de los filósofos de la existencia, no con la finitud o la muerte, sino con el ahora en el día a día. Pobres afortunados, ahora tenéis el tiempo, y lo tenéis para hacer con él lo que os salga de los cojones, de nuevo, por fin otra vez. (Además, robar en el supermercado no ocupa demasiado cuando se sabe hacer).
No os preocupe que el trabajo llegue o no llegue, ni os preocupe comer ligero, ¡la vida está llena de placeres! Una cita vaga de Arthur Schopenhauer amonestaba el apetito de los hombres, que apenas han conseguido un milagro y ya solicitan otro. ¿Acaso cuando trabajáis no queréis sino tocaros el badajo? ¡Enga!


Yvs Jacob

martes, 2 de febrero de 2010

De Azúa se ventila el Premio Bruguera de Novela

¡Y con dos cojones!
Mal va la literatura española cuando sus premios se resuelven con un jurado unipersonal. Vaya por delante que uno solo, un solo juicio, no es jurado, y que dentro de la opinión, lo que uno solo piensa, o juzga, queda siempre por debajo de aquello que piense un conjunto, por muchos imbéciles que contenga, puesto que esa opinión, cuando es compartida, informa acerca de muchos, de tantos como tenga el grupo, mientras que la opinión individual apenas lo hace de la vanidad de ése que juzga. Pero no quiero criticar a quienes organizan el premio ni a su jurado, sino manifestar, precisamente, mi solidaridad, ¡y mi envidia!
Yo también he sido lector de algunos premios, aunque no jurado; el lector es quien se bate con el polvo de los manuscritos antes de que el jurado asista con su elegancia a la lectura de los distintos informes de las obras preseleccionadas. Personalmente, siempre que leo para algún premio siento ganas de arrancarme los ojos del alma, el oído sagrado donde la palabra se muestra en incesante musicalidad... He llegado a leer cosas tan malas que cerca ha estado el llanto de herirme los párpados apolíneos... Ahora bien, como lector, siempre me ha correspondido un cupo de obras, lo cual significa que no fueran más de treinta los informes que redactara para los jurados selectos y pluripersonales. Pero he leído en la prensa una noticia tan perversa en la ignorancia de su redacción que no daba a entender sino que De Azúa había digerido más de trescientos manuscritos, que incluso cuando él escribe con mucho humor y yo lo tengo por maestro, la cantidad supera por completo la decencia de su propósito unipersonal y lo encumbra hacia lo divino, no en vano se llama Félix.
Creo que hemos entrado definitivamente en la era de la ingratitud para con la razón, una era que canta la victoria de los eunucos de voz caprichosa y sin atributos en la dirección de la antigua virilidad; hemos entrado, además, en barrena, y no hay nada ya que nos pare en esta desintegración del pensamiento.


Yvs Jacob

lunes, 1 de febrero de 2010

El ministro Gabilondo vale lo que pesa

Jean-Jacques, el único pensador a quien la pedantería hace incluso más delicioso, escribió en el segundo volumen de Les confessions que los pueblos son lo que sus gobernantes les hacen ser, y escuchando a Gabilondo hoy en la radio se me ha presentado incontestable una buena idea ya fraguada hacía tiempo. Gabilondo, sin duda, un hombre honesto, ha preferido no abordar las lenguas de España desde la única perspectiva hoy interesante, la política, y ha optado por alabar al hablante que logra en ellas la corrección; de quienes hablan una, de ésa, y quienes dos, igual.
Pero conviene no abandonar entre tanta poesía el hilo de la realidad, y puesto que las competencias en educación se entregaron a las diferentes Comunidades Autónomas para su mejor gestión, y puesto que han sido empleadas por ellas como instrumento político, que no cultural, para la confrontación de las identidades, el desequilibrio introducido por el nacionalismo ha de corregirse, de manera que nadie se moleste porque le hablen en una lengua que no entiende en una tierra donde su uso corresponde y vivamos todos en paz. Aunque huyo de todos lo fanatismos, incluso, como diría Rousseau, del fanatismo de no serlo, la sensatez me anima a comprender a los nacionalistas y a acudir en su auxilio. Como España no tiene más iniciativas que las que importa de Estados avanzadísimos, por el momento ningún Gobierno nacional -del Estado, ¡coño!- ha utilizado las lenguas del modo como lo hacen sus enemigos, y no me refiero al Partido Popular. Siempre he encontrado fascinante la instrucción de las lenguas de España a todos los españoles, y debería recuperarse -o crearse- una titulación que las acogiera todas con la orientación de su enseñanza en Secundaria. No se trata más que de superar la injusticia de obligar a catalanes, gallegos y vascos a aprender bien dos lenguas mientras el resto de los españoles habla mal una. Es así de sencillo, y no deberíamos esperar a que la idea nos la dieran otros.
Por fortuna, y ya es bastante, con Gabilondo hay un intelectual, ¡uno! -¡Dios mío, uno!-, en el Gobierno de España, y los intelectuales puros no aman sino el bien, ¿y qué es el bien sino la justicia?, ¿y qué la justicia sino dar a cada cual lo que le corresponde?, ¿y qué nos corresponde a quienes no somos ni catalanes ni gallegos ni vascos sino lo mismo que les pedimos a ellos?
¡Ah, de tan genial, sufro mareos!


Yvs Jacob