miércoles, 14 de octubre de 2009

El día de gloria de Ricardito o Cómo llegué a enamorarme de la bomba atómica

Ricardito Costa, del cual no sabíamos nada hace poco tiempo, y nada teníamos que haber sabido, porque, en realidad, lo suyo no merece la pena, tuvo ayer su día de gloria: convocó a los medios y leyó unos papelillos con esa voz suya que más se parece a una imitación de otra. Escuché con atención, por muy molesto que me resulta el tono de los pijos para hablar de sus cosas, y no disminuyó mi inquietud durante el día, aguardando noticias más interesantes por parte de 'la marianada'. De Mariano Rajoy es bien conocido su deleite en la holgazanería; posiblemente, los que piensan que quiere llegar al gobierno de España descuidan que don Mariano haya logrado su meta en esta primera etapa de la vida cristiana, y se rasca los huevos con placer como líder de la oposición porque se trabaja poco y se vive muy bien. ¡Qué envidia!
Pero debe de ser que tras su triste figura hay ideodos en la sombra, y esos han tomado la decisión de no dar a Ricardito ni un día más. ¡Qué poco dura la auténtica vida de un hombre!
Las decisiones de los ideodos del Partido Popular no hay quien las entienda. Sin embargo, esa práctica, la de actuar irracionalmente, no es inadecuada, al menos no cuando lo que se pretende es un ejercicio de oposición sistemático y riguroso: contra todo. El Partido Popular había demostrado que todo aquello que podía ser empleado para destruir al actual Gobierno socialista era válido, incluso si España entera salía perjudicada por su corrosiva observancia de la destrucción. Pero los materiales o sustancias -prácticas, actitudes- contaminantes son tan arriesgados que quien los manipula no arriesga sino ser víctima de sus armas, y algo así ha venido a suceder. Susan Sontag definía en Ante el dolor de los demás el concepto de la destrucción total como 'suicidio'. Es un juego muy peligroso el de la destrucción total, y una vanidad insoportable pretenderse dioses para activarla y pararla a voluntad. Yo creo que todavía hay sangre que verter.
¡Ay! ¡Qué deliciosa esta espera!


Yvs Jacob