domingo, 16 de mayo de 2010

¡A sindicarse, hostias!

Trabajadores o no, sindicalistas o no, el Partido Popular sigue con su estrategia de altísima política consistente en llamarnos a todos "gilipollas", y es cierto que puede haber entre nosotros un buen número de ellos. Ya sea por voz propia de esos finos dialécticos que son los populares, o por sus altavoces responsable y democráticamente utilizados, tal es el caso de la siempre inquietante Ana Samboal, o del no menos genial Herman Tertsch -¡peazo periodista!- en el chiringuito de Telemadrid, se carga contra los líderes sindicales, a quienes se llama, de manera ostensible, porque lo cierto es que el Partido Popular no sabe ocultar nada -véase la corrupción que lo devora-, "holgazanes" o "tocapelotas". Es, en efecto, obligación de los líderes sindicales tocar las pelotas, y así sucedió con el acto de apoyo al juez Garzón, que tanto ha escocido, al decirse que con el dinero público que reciben los sindicatos no puede acudir a ningún acto de los que el Partido Popular califica de "anti-democráticos" o "guerracivilistas". La cosa tiene cojones, qué digo, cojonazos, y a quienes tenemos sensibilidad nos pone de muuuy mala hostia.
Yo me declaro, sí, anti-demócrata, porque al Partido Popular y a sus borregos habría que encerrarlos en un corral, y reservar la democracia para los hombres de bien que quedaremos fuera. Y en cuanto al "guerracivilismo", también me entran ganas de comenzar una guerra civil, sobre todo porque no puede tolerarse que los auténticos guerracivilistas, los peperos ultraliberales, persistan impunes en su provocación.
Puesto que parte del problema, aunque no el problema de fondo, es, una vez más, el dinero público, el cual prefiere saquear el Partido Popular antes que invertirlo como manda el sentido común, debería ponerse en marcha una campaña agresiva de sindicación en esta mierda de país. Con menos de dos millones de afiliados es fácil que el Partido Popular se ría de los trabajadores españoles, pero si en lugar de dos fuésemos veinte millones, entonces esos sinvergüenzas podrían ponerse a rezar lo que sus catolicísimas mamás les hubieran enseñado, porque si cada trabajador perteneciera a un sindicato, como obliga la razón, entonces comprenderían de qué lado está la fuerza.
Hay que superar de una puta vez dos ideas: 1) que sindicarse no sirve para nada y 2) que hacerlo es un acto moral reprobable. Sindicarse sí sirve para algo, joder, claro que sirve, porque los hombres no pueden confiar alegremente su vida a otros, sobre los que reposa la bondad cristiana por el hecho de que ofrecen trabajo a otros. Esto es una puta patraña. En segundo lugar, sindicarse no está mal, no es como robar el bolso a una abuelita. Esta perspectiva moral enferma introducida por el pensamiento conservador ha calado bien entre los gilipollas, me refiero a esos trabajadores cobardes e incompetentes a quienes hay que gritar: ¡a sindicarse, hostias!


Yvs Jacob