martes, 17 de enero de 2012

Una idea para Rosa Montero

Anda la Red muy revuelta estos días con la polémica en torno a las distracciones de Rosa Montero -si se inspira demasiado en otros autores, o si le pasa como a muchos políticos, que mete la mano en la caja en un "sí pero que no, que sólo un poco, pero que nada". Quiero intervenir en tanta polémica, no vaya a ser que ahora que Lucía Etxebarria ha abandonado la literatura caiga también Rosa Montero, y pierda España cualquier futura opción de traer a la patria, nuestra lengua, un nuevo Premio Nobel de Literatura.
Hace poco estaba yo pensando en mis cosas cuando vino a presentarse en la tosquedad de mi cabeza una historia a la que nunca supe sacar provecho, y que gustosamente cedo a la inspiración de la traductora al castellano de Philip K. Dick -ya se sabe, el autor de Do Androids dream of electric Sheep?-, por si consiguiese ella sacarle más jugo de lo que a mí me ha sido posible, si bien no es poco mérito cedérsela a tan ilustre autora. Allá va.
Cierto día se me ocurrió que comer arroz en un cuenco y con la ayuda de unos palillos era algo más aristocrático que hacerlo con tenedor sobre un plato. Es verdad que todos hemos visto a los chinos hacerlo del primer modo sin encontrar en ello ningún motivo de admiración, pero cuando yo trato lo oriental como aristocracia pienso siempre en Japón, y al parecer, según dice mi amigo Ruy, los japoneses, también. Pero era domingo, y estaba convencido de que no había en el cajón de los cubiertos más que un juego de palillos -Rosa, ya sabes, dos. Propongo a una amiga muy bonita que tengo una excursión a un conocido restaurante japonés de Madrid para tratar el asunto con los profesionales, esto es, de qué manera podemos regresar con un juego de palillos, por así decir, de verdad. Y a eso vamos. En el restaurante todo son buenos gestos y cordiales palabras -yo supongo que si el japonés no asoma con una de esas hachillas tan tremendas es que la cosa va bien-, pero la gestión no progresa. Los palillos no se venden allí, aunque nos dan una tarjeta con los datos de su distribuidor. Pero es domingo -tú puedes cambiar esto si quieres, Rosa. Susurro a mi acompañante que entretenga a la mujer que nos atiende, porque he divisado una cesta donde asoma un montón de juegos de palillos, cada uno de ellos en su sobre, muy cerca de la puerta, e intuyo mi triunfo. Con los mejores deseos, unos y otros nos despedimos, y cuando paso al lado de la cesta soy capaz de realizar uno de esos movimientos que parecen inverosímiles en el cine, pero que puede perfectamente llevar a cabo uno que entra en un restaurante japonés a robar un juego de palillos en domingo. Ya en casa -Rosa, esto te va a gustar-, cuando voy a disponer todo lo necesario para el almuerzo, ¿qué creerías que encontré en el cajón de los cubiertos? ¡Dos juegos de palillos! ¡Hay que joderse! ¡Y menuda aventura!, ¿no?
Bueno, pues eso es todo. Esta historia deliciosa, que además es auténtica, queda totalmente libre para uso y abuso de autores de voraz inspiración.


Yvs Jacob