miércoles, 2 de mayo de 2012

Esperanza Aguirre, la muy... moderna

Escuchar a la condesa consorte, neófita, y como tal, radical en el liberalismo, escuchar de ella que los sindicatos están anticuados y que caerán como el muro de Berlín, escuchar a la reina de los analfabetos asumir la comparación que el periodismo de la ignorancia celebra a propósito de su actitud respecto de Margaret Thatcher, que fue primer ministro de lo que quedaba del imperio más rico que haya existido sobre la tierra hasta 1945, el británico, aceptar esa comparación con la exprimer ministro del Reino Unido, cuyo PIB es todavía el doble del español -con sólo 15 millones más de habitantes-, escuchar a la siniestra presidenta de la Comunidad de Madrid arremeter contra todo lo público, en cuya (mala) gestión participa, cargar contra los intereses de lo común en su ambición por convertir España a un modelo económico exento de solidaridad republicana, escuchar tantas y tantas estupideces de alguien que por mucho que tenga casa en el barrio de Malasaña no parece que tenga ni puta idea del mucho daño que su paso por la política está haciendo a Madrid, yo no sé a los demás, pero a mí me entrega a una depresión sin fondo, que sólo puede despertar en una persona sensible un tonto sin fondo, un tonto irremisiblemente tonto. ¡Qué le costará a esta señora estudiar la realidad y la historia un poco, en lugar de leer el papel higiénico que le dice, como el espejito mágico, quién es la más bella! Un pueblo de imbéciles sólo puede aupar a su gobierno a un imbécil, y esta regla no tiene nada de misterioso, es pura naturalidad, es la expresión de la más terrible y burda realidad.
Hay que ser imbécil e ignorante de verdad para no caer en la cuenta de que en ningún país pobre triunfó jamás el liberalismo económico, y debe observarse siempre que hay una diferencia entre ser el jefezuelo loco de un país africano que lo cambia todo por aguardiente y un político responsable en una democracia frágil, aunque, al menos, formal. Hay que ser de verdad bruto como un leño para no comprender qué es la pobreza, en los pueblos y en los hombres, hay que ser de una necedad bíblica para no comprender que la riqueza de los individuos no hace rico a lo público, y que la riqueza de lo público es mucho más que dinero, y no se mide en cantidades de presupuestos generales del Estado. Por más señales que envían a diario los países ricos a España y a sus zafios gobernantes, no cae en la cuenta la presidenta de la Comunidad de Madrid de lo siguiente: un país rico con un sistema económico liberal y una moral estricta puede muy bien confiar en la beneficencia para cubrir aquello que el Estado deja de lado, si es que así sucede, pero un país pobre debe blindarse mediante la protección social, porque si el Estado -los políticos de cortijo- abandona a los ciudadanos, y por falta de una moral honrada ni siquiera existe la caridad, entonces todo se va a la mierda. Hay que ser de verdad tonto. Y ¿por qué no dicen nada los liberales analfabetos españoles del alto índice de sindicalización en Alemania, sobre el 80%, cuando atacan a los ridículos 3 millones de afiliados en España? ¿Acaso sólo se mira al sindicalismo en el fracaso y se lo evita en el éxito? ¿Es que no tiene nada que ver? ¿No es todavía Alemania una potencia industrial porque existen unos sindicatos fuertes y afortunadamente anticuados, que defienden el derecho al trabajo de los ciudadanos alemanes y frenan el apetito pantagruélico de empresarios y miembros de los consejos de dirección? ¿Y no somos los españoles el hazmerreír de Europa por haber sacrificado nuestro superficial tejido industrial, por habernos convertido en una raza de camareros, de inútiles, de grotescos nuevos ricos grotescamente empobrecidos porque no nos queda otra industria que hacerle la paella y la cama al turista rubio? ¡Ah... pueblo de idiotas! Pero antes caerá esta momia en las elecciones que instituciones sin cuya historia ella no ganaría sino una partida al mus.


Yvs Jacob