domingo, 11 de diciembre de 2011

Elvira Lindo reflexiona sobre los chinos

Y le da la risa. A mí también me dio la risa al leer las reflexiones de Elvira Lindo sobre los chinos.
Existe una izquierda en España que de tan buen rollo como quiere alimentar sólo despierta una inconsolable tristeza, y levanta una neblina opiácea donde cree dirigir sus apasionados propósitos. Según la izquierda guay, los valores se han repartido de este modo: todos para la izquierda, ninguno para la derecha. Que la derecha desprecia no es un secreto para nadie, no en vano ha entrado el mundo en la era del gran dinero y ha sido la fraternidad canjeada por la caridad; no obstante, que los sublimes valores de la izquierda acerquen de verdad unos hombres a otros y estimulen la convivencia y el respeto dentro de una sociedad multicultural y multiétnica, esto ya empieza a no creérselo nadie, y menos si ese milagro se pide sólo a los pobres y a su vicio por el amontonamiento. A Elvira Lindo le produjo risa que se acusase a los chinos del alto índice de alcoholismo juvenil, que se culpase al proveedor, y no al educador, de un mal social. A menudo se pone el grito en el cielo por la demagogia esencial de la derecha mediática, pero ya se deja ver sin la menor reserva lo mucho que enfangan algunos que se pretenden sensibles y críticos... de verdad. Qué se puede decir sobre el argumento... En algo tiene razón su autora: un padre siempre será el culpable de que un hijo salga gilipollas, no obstante, utilizarlo para blindar a los proveedores, eso es tan obsceno como cargar el peso de la masacre sobre las autoridades de Hiroshima por no evacuar a tiempo la ciudad.
La sociedad española, siempre tan ignorante y simplona, está postergando por demasiado tiempo una reflexión urgentísima acerca de su destino, y tanto el ciego laissez-faire de la moral económica como el no tocar del buenrrollismo de izquierdas están dejando paso a un vacío cívico, propio del desorden de un pueblo sin espíritu, que podría tener consecuencias impredecibles, y quizá no positivas.
Para defender a los chinos que se ganan la vida al margen de la legislación española en nuestro país hay que observar mucho más que una manifestación espuria por televisión y congratularse por las bondades del Estado de derecho frente a los totalitarismos. Hay calles en Madrid que atizan el alma con una aguda depresión cuando se recorren. Son estas calles los almacenes de la fealdad humana más abominable, donde se exhibe todo lo que la sociedad mundial es capaz de producir de más -¡hasta individuos! Hay calles en Madrid que son un escaparate de la depravación, calles con cinco, seis, siete comercios regentados por orientales, uno al lado de otro, con los mismos productos a la venta, abiertos en horarios que ninguna competencia nacional puede soportar, atendidos por mujeres y menores de edad que pasan su vida, desde las 10 de la mañana hasta la madrugada, encerrados en los escasos metros cuadrados que les concede la libertad de mercado, enterrados entre su propia basura, vencidos a su cosificación, y todo por nuestra bondadosa pereza y nuestra conmiseración -¡oh, los pobres chinos...! Y viene Elvira Lindo a celebrar que por fin se manifiestan... Pero no se manifiestan contra sus compatriotas explotadores, esos sádicos neocapitalistas; no piden asilo en ninguna embajada ni presentan denuncias por mutilación de lo humano, sino para que les permitan la venta de alcohol a partir de las 10 de la noche. Y a Elvira Lindo no le da la risa; los explotadores obligan a sus esclavos a que reclamen mayor humillación, y la izquierda guay española celebra su ¡por fin!
Todo esto es repugnante, intelectual y moralmente repugnante.
Debería esta aguda crítica de la realidad dar un paseo nocturno por Madrid. Yo no sé si en Manhattan existe alguna ley o si todo el mundo se la pasa allí por los cojones, pero el paisaje madrileño, apenas se va el sol, se convierte en un apocalipsis de los valores de la izquierda guay. Llegada la hora legal de cierre de sus locales, tras la dura jornada de explotación indoors, salen los chinos por fin a la calle, y lo hacen acarreando bebidas, que camuflan en los contenedores de basura y en el interior de los portales; pero es que tampoco cierran sus comercios, sino que pasan a una segunda fase, dígase stand-by, abierto hasta que no quede más remedio, hasta apurar los últimos veinte céntimos de beneficio del día, y si se gana uno la confianza del jefecillo chino, le venden allí lo que haga falta.
A mí también me dio la risa cuando vi las imágenes de la manifestación ante el Ayuntamiento de Madrid. Y luego lloré. Es tan patético y ridículo el pueblo español que hasta el bien lo hace mal. El desembarco chino que sufrimos no está aportando absolutamente nada que lo merezca, pero conseguirá perpetuar instituciones y formas de la pobreza que cualquier pueblo con responsabilidad combatiría sin concesiones. El desembarco chino por exigencias de la deuda soberana ha secuestrado parte de nuestra soberanía: en primer lugar, por ser el pueblo español uno que ejerce nula presión moral sobre quienes dentro de él vienen a vivir, y, en segundo, por la incompetencia de los dirigentes políticos, por su temor a que la ley brille y se cumpla -¡cómo se puede tener tanto miedo a la ley!
Muy a mi pesar, debo manifestar mi comprensión por una vez con los gestores del Ayuntamiento de Madrid y su duda acerca de la idoneidad de expedir la "segunda licencia". No basta con pagar impuestos si no se respeta ni se cumple la ley, ni se tiene la menor intención de vivir de una manera más digna en un país que ha tardado siglos en proporcionar las condiciones de posibilidad de la misma, si bien ha fracasado en su realización. Si los chinos traen sus formas de humillación y nosotros les ofrecemos la complicidad de ignorarlas, estaremos mostrando al mundo la raza miserable que siempre hemos sido. Y ya está bien de tanto buen rollo, coño; aquí hacen falta más civilización y más cultura.


Yvs Jacob