martes, 16 de noviembre de 2010

La lógica nacionalista de Josep Ramoneda

¡Oh, qué bueno es tener siempre un sabio a mano! Si no fuese catalán, diríase que Ramoneda es una cima en el pensamiento sociopolítico español, tan famélico como los restantes pensamientos españoles.
Ramoneda llama la atención sobre el aumento del sentimiento independentista catalán, y, ¡atención!, si catalán, el nacionalismo deja de ser el discurso burgués infantil y anacrónico que podría motivar hilaridad en otros pueblos, para mostrarse en su forma adulta y serena, propia de una ciudadanía culta, crítica y sensible, convencida de que España coarta la expresión de su naturalidad, su identidad; es un nacionalismo, pues, de muy altas esferas.
Y Ramoneda analiza los datos: si ahora el sentimiento corresponde al 42% de la población catalana, hace seis años, el porcentaje era del 30%, y, años atrás, del 20%... Luego el aumento es imparable y significativo, y habrá que afrontar el hecho tarde o temprano, así como sus consecuencias.
Pero ¡ojo con los datos! A mí los datos también me fascinan, porque refieren a la población de España, o de una parte, y permiten concluir, por ejemplo, que Rosa Díez, que apenas sale en los medios ni hace nada visible fuera de los desfiles de moda, llega más al ciudadano que Mariano Rajoy o el presidente Rodríguez Zapatero -¡es más capaz!-; o, en otro orden, como reflejaba una encuesta muy reciente, que hay en España más católicos que gente que cree en Dios, y me pregunto si algo tan descacharrante no expresa que hayamos perdido aquí todos el juicio, o al menos una parte muy importante.
Dice don Josep que, para lograr un porcentaje tan alto -42%-, ha tenido que sumarse al catalán viejo el hijo del nuevo catalán. ¡Qué interesante! Cuando gobernaba CiU, había menos independentistas que después del gobierno del PSC, ¿qué ha podido pasar? Se me ocurre que algo muy parecido a lo que sucedía al PNV con ETA: que la segunda meneaba el árbol y el primero recogía las manzanas. Está claro que el PSC ha desgastado a la izquierda en Catalunya, la ha saturado con tantos platos como le ponía a la mesa, y por eso perderá las elecciones, porque el ciudadano que votaba a la izquierda se ha dado cuenta de que, en lo esencial, que no es la economía en Catalunya, sino el circo nacionalista de todos los días, es mejor confiar en quienes venían con la idea desde el principio, los que mejor han gestionado el odio en las instituciones y universidades.
Si ahora hay mucha gente de izquierdas tan preocupada por el destino divino de Catalunya, el odio ha triunfado, porque ha aumentado la confusión entre los catalanes, y quieren saber de una vez lo que son.
Yo sospecho que, en efecto, todo es una gran confusión. La gente responde a las preguntas como si se tratase de defender al Barça frente al Real Madrid, o como si pudisese decidirse que el río Llobregat llevase agua salada. Quiero decir que no entiende absolutamente nada, y que los partidos políticos alimentan una nostalgia psicótica, por cuanto que pretenden insuflar la añoranza de algo que nunca ha existido en la forma que algunos desean.
Por otra parte, la encuesta, que es lo importante, no ha dejado pasar tanto tiempo como los manipuladores informativos creen, porque en verano se hicieron consultas soberanistas que produjeron tristeza de tanto patetismo, sobre todo por la escasísima participación. La encuesta que arroja los datos se debe al Instituto Opina, que cocina el Pulsómetro de la Cadena Ser, un singular indicador que tiene esa propiedad acordeónica de estirarse y encogerse varias veces al día, como si las opiniones sobre las que versa el estudio pudieran ser tan cambiantes, siquiera de una semana a otra. Insisto en que la gente responde a las preguntas igual que sentencia que mañana hará frío o calor.
Una vez más, los medios de comunicación y sus cabezas a sueldo se empeñan en inventar la realidad, lo que resulta descorazonador si se espera de la izquierda, frente al fanatismo patológico de la derecha, que mantenga los pies en el suelo por un prurito constructivo de convivencia pacífica.
¡Viva el analfabetismo español!


Yvs Jacob