jueves, 24 de septiembre de 2009

Soraya Sáenz de Santamaría: a gritos se entiende mejor

Cuando concluyó aquel monumento a la oscuridad que fue el felipismo, los españoles iniciamos la era de la 'política chorra'. No sólo nuestro Presidente hacía el gilipollas hablando en chicano, lo cual nunca conseguiré comprender, sino que se demostró entonces que todo incompetente bien arrimado podía gozar de su tiempo de gloria, y desfilaron por el Consejo de Ministros seres variopintos que despertaron en el ciudadano la sospecha de que un buen peinado te abre más puertas que un tercer grado expedido por la Harvard University.
Como la razón no abunda en seres ni en manifestaciones, una sola vez le fue dado a José María Aznar el imperativo de cambiar de ambiciones, y fue así que decidió no presentarse como candidato para un tercer mandato, aunque sea lo que fuera aquello que apeteció al sentirse demasiado bueno para el gobierno de España, sólo se sabe que aún no lo ha conseguido.
Y llegó José Luis Rodríguez Zapatero. Hay que admitir que le sale todo mal, la verdad, y que es un orador de esos que convierte el arte de hablar con elocuencia en un dictado para esquizofrénicos, porque hay que ver lo mucho que se equivoca, lo mal que lee y lo fatal que pronuncia el condenao. Pero, en fin, tampoco fue elegido para que declamara en el Congreso el Cantar de Mío Cid en cada sesión de control. Para eso, cierto, parece más adecuado Mariano Rajoy, que cualquier día se presenta, además de con su refranero ya habitual y aprendido de Francisco Álvarez-Cascos, con lanza y adarga, y con un tomo plomizo de Marcelino Menéndez Pelayo. ¡Qué hombres aquellos tan hombres de cuando había hombres españoles! ¡Cago en diez!
Todo el mundo sabe que el Congreso es un edificio que no puede faltar en una democracia que aparenta serlo. Por sus primeros asientos han caído nuevos culos con Rodríguez Zapatero, y la ciudadanía ha podido ver, por ejemplo, que la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega debió de pasar demasiado tiempo encerrada en algún cuarto empollando para jueza sin mirarse en el espejo, y que después, cuando se ha arrepentido de su descuido, se ha empeñado, descontrolada, en rejuvenecer; y días ha tenido de locura que ni Ágatha Ruiz de la Prada la hubiera deseado tan mal en su catálogo.
En la bancada de enfrente no chilla la ropa; lo hace Soraya Sáenz de Santamaría. Sorayita -la voy a llamar así- tiene, como se dice en España, 'mucho genio', aunque quizá ella lo tome por 'ironía'. ¡Ay, esta derecha sutil! Tiene, además, ese estilo de las monjas mandonas de colegio estirado, por lo que no habla: ella regaña. Me descojono siempre que la veo y me pregunto: ¿por qué coño grita en el Congreso? Y ella dirá que por la seriedad de los asuntos que afectan a los españoles. Pero no deben de ser tan serios, porque un español, un español de esos como Dios mandaba antes, sus asuntos serios los resuelve a hostias. Yo creo que eso será en el tercer momento de la 'política chorra'. Y ya va tardando...


Yvs Jacob