martes, 22 de mayo de 2012

Quién es quién... o qué (La hinchada del G8)



Apenas la victoria del PP en las elecciones de noviembre de 2011 consumaba la derrota de los españoles, apareció en los medios de comunicación una información todavía más desconcertante que alborotó la redacción de Basuragurú: ¡pues no se decía que el ahora primer ministro de España frecuentaba un bar, como si fuese uno más de los españoles! Algunos tuvimos el atrevimiento de preguntar por las costumbres y maneras de Mariano Rajoy en ese templo del españolismo, si arrojaba el hueso de las aceitunas con la gallardía torera del catedrático de la vida -españolísima figura-, si gritaba ante la pantalla gigante para animar virtualmente a su equipo, si decía algo parecido a esto que escuché una vez yo, la aristocracia del grito ultra: "¡vamoj, que están en inferioridad numérica!". ¡Pero cómo se puede gritar eso! A mí me gustaría saberlo, me gustaría saber qué hace y no hace Rajoy en el bar. Pero hoy quisiera comentar esta otra reunión en lo que puede llamarse el bar del G8, una imagen que ha sido exhibida en todo tipo de medios, y no sólo porque David Cameron aparezca en ella haciendo el idiota. Ya se recordará que aquel hombrecillo que gobernó España entre 1996 y 2004, y cuyas inquietudes eran en realidad el poliglotismo y que se pensara en él como icono sexual, Josemari, el Niño de las FAES, nombre de faena, pues se recordará lo mucho que se violentaba cada vez que el G8 se reunía... sin él. ¡Ay, el G8...! Ésa es una talla muy grande, Josemari. (Tras la aventura del G8, el Niño de las FAES ha volcado todos sus esfuerzos en sus abdominales, en arrojar basura sobre su país y en sacarle al Rey un titulillo nobiliario -aquí, por el momento, sin éxito).
El presidente Obama ejerce de perfecto anfitrión; obsérvese que guarda las manos a su espalda, arbitra la situación, y aunque pone voz a lo que acaba de suceder frente a los retratados -el gol que da el triunfo al Chelsea FC-, no puede decirse que se comprometa con el ganador -es un gesto el de Obama que todos deberíamos aprender: decir "¡oh!" sin que se interprete si es bueno o malo, si hubiese sido mejor quedar callados, o qué se pensará de nosotros (alguien que cae por las escaleras, un atropello, ese perro de gran tamaño que se alza sobre sus patas traseras, alguien que se ha pillado un huevo con la cremallera... "¡oooh!").
No nos engañemos: a Angela Merkel no le interesa el fútbol. Su cara es el grito de Obama, un "¡oh!" con la cara -"Europa se hunde, se acaba el euro, Grecia... ¿Grecia? ¿Debería o no haberme puesto esta chaquetilla lila?, ¿de verdad soy la única dama entre tantos caballeros? ¡Oh!... Que nadie sepa en qué estoy pensando... ¡Oh, cielos! ¿Acaso estoy pensando en algo...?". Mirad su cara, trasluce la malsana obsesión calvinista: si acaso Dios no nos hubiese salvado ya, que nos pille al menos trabajando, o aparentando que estamos a punto de hacerlo.
En efecto, ¿qué pinta Durão Barroso en este mundo? (Para quienes no consideráis que ir a Portugal es también viajar: Durão suena más a /durán/ que a otra cosa, nada que ver con el portugués de las retransmisiones deportivas españolas). Durão Barroso sabe que no pinta una mierda, pero actúa bien. Tiene los ojos tan separados y son tan grandes que su visión atiende a dos espacios que para un ser humano común se convierten en uno solo, la pantalla y el que ocupa el fotógrafo que lo retrata. Pero Durão Barroso no es un ser humano común, como prueba el hecho de que lleve tanto tiempo dentro de las instituciones europeas sin que nadie sepa para qué sirven éstas ni a qué se dedica él. Como Europa, el mundo de Durão Barroso es el de la apariencia. Atiéndase a la presión de sus dedos sobre el respaldo del sillón: viendo a Durão, cualquiera diría que en la pantalla privada a los espectadores de la foto se ofrece algo de verdad serio, más serio que un partido de fútbol -con la de cosas que están pasando en Europa, amigo Durão... La apariencia, Durão Barroso se mueve muy bien en la apariencia.
Paso al idiota de David Cameron. Y me duele referirlo así, pero una cosa es acercar la política a la ciudadanía -la gente-, y otra bien diferente meter en la política un pub -si hubiese una estatua en esa sala, es seguro que David Cameron terminaría orinando sobre ella. Me duele su gesto, un primer ministro que adopta la postura de Superman por un gol que ha marcado su equipo. Esto pone de manifiesto que ya no existe ningún valor aristocrático en el mundo, que el mundo se queda sin modelos. Si siempre había caracterizado al gentleman británico la destreza en el comportamiento, el saber estar en todas y cada una de las situaciones, si el ideal de la civilización podía realizarse en las condiciones más adversas, como las que narra Apsley Cherry-Garrard en The Worst Journey in the World, tres individuos a punto de morir congelados que se piden las cerillas sin ahorrar nunca un please, ver al premier británico en la actitud de un adolescente que practica el turismo de botellón en España anuncia el fin de una era -si no fuese porque el mundo se ha acabado ya tantas veces, éste podría ser su final definitivo.
François Hollande. Si se traza una línea desde el ojo de François Hollande en la dirección de su mirada cabe la posibilidad de afirmar que el presidente de la République Française ni siquiera intuye el partido, su atención debe situarse más abajo, o más arriba; Hollande mira a la nada, que es a menudo la mejor manera de ver todas las cosas. Su mano bajo la barbilla ofrece el gesto de la elegante indiferencia. Su mano bajo la barbilla podría sostener una delicada copa de vino; claramente, es de todos los fotografiados el que menos parece preocuparse por mostrar al mundo que es una persona normal.
Os preguntaréis ahora si entrará España alguna vez en el G8. En el de los 8 millones de parados, sí.


Yvs Jacob