domingo, 3 de febrero de 2013

El PP pretende dar lecciones de oposición y Mariano Rajoy le arrea unos palos a Pérez Rubalcaba

Vamos con un poquito de historia reciente de España porque parece que ya se nos ha olvidado lo que sucedió antes de ayer.
En Marzo de 2004 fue España objetivo de unos atentados terroristas cuya autoría atribuyó el mundo entero, a excepción de los dirigentes del PP, a células del fundamentalismo islamista. Tales atentados, así lo entendió el mundo entero, salvo los dirigentes del PP, fueron respuesta a la caprichosa alineación -¿o alienación?- del por entonces primer ministro del Gobierno de España, José María Aznar, con los mandatarios de EEUU y el Reino Unido para iniciar las acciones bélicas que habrían de terminar con un dictador iraquí, al parecer, aunque en la actualidad, muerto el dictador, arrasado el país y en guerra civil su población, ni se entiende qué se le había perdido a España allí ni qué soluciones a ningún problema mundial podría aportar su participación en dicho conflicto. Por supuesto, beneficios tampoco ha obtenido nuestro país de semejante osadía humanitaria.
Yo marché junto con unos amigos por las calles de Madrid el día anterior a las elecciones a Cortes Generales de 2004, y en algunos puntos de la macromanifestación se gritaba contra ETA, porque había quien se empeñaba en la mentira de que los autores de los atentados eran vascos, y en otros puntos se gritaba contra el terrorismo, porque todo el mundo sabía, menos quienes no querían saber -los dirigentes del PP-, que los autores habían sido otros. Tras el escrutinio, Mariano Rajoy, esto es, el PP, obtuvo un merecidísimo lugar como jefe de la oposición, y un ingenuo José Luis Rodríguez Zapatero recibió el encargo de gobernar a los españoles. Comenzó entonces una legislatura odiosa en la historia de la tierna democracia española, porque el PP, cuyos dirigentes no aceptaban la legitimidad de la victoria del PSOE en las elecciones, y los medios de comunicación adeptos a esa expresión legal del odio pusieron en marcha la conocida como "teoría de la conspiración", según la cual ningún atentado semejante hubiese sido posible en España sin la unión de dos fuerzas a cuál más perversa, ETA y el fundamentalismo islamista. Nadie, salvo los más fanáticos, creyeron jamás en tal disparate. La primera legislatura de Rodríguez Zapatero fue la más tortuosa que jamás haya sufrido el pueblo español, el modo de hacer oposición del PP fue el más ruin, vil, irresponsable incluso ilegítimo que imaginarse pueda -no sólo se dudaba a diario del resultado de las elecciones, sino de la moral de los votantes del partido que las había ganado. Este matiz no es superficial, entiéndase: un partido que emplea todos los medios a su alcance para que las elecciones no se celebren -se llegó a hablar de convencer al Rey para que instaurase un estado de excepción-, un partido que se sirve de la mentira como único instrumento para mantenerse en el poder pasa a la oposición por deseo de la mayoría de los ciudadanos del Estado, y todavía en la oposición insisten sus dirigentes en que tal desplazamiento desde el poder carecía de legitimidad, que había sido el triunfo del infantilismo sobre la razón de Estado. Este partido, por si su desfachatez no fuese ya superlativa, se sirve de medios legales, cierto, pero absolutamente desleales para perjudicar cualquier acción del Gobierno, se sirve de las Comunidades Autónomas donde tiene el poder de gestión para boicotear y anular las decisiones y leyes del Parlamento nacional, utiliza tales Comunidades Autónomas para enfrentar una parte del Estado a todo el Estado, y perjudicar así a cuantos más ciudadanos mejor; este partido enfrenta a unos ciudadanos con otros apenas se presenta la menor cuestión polémica, manipula a las masas en todos los asuntos donde el rencor actúa como una plaga y devora la moral del país. Este partido, el PP, arroja a unos ciudadanos contra otros a propósito de la memoria histórica, del matrimonio homosexual, del feminismo progresista, de la educación, de las formas que adopta la familia en una sociedad avanzada, del concepto cultural plurinacional de España, un partido, el PP, que se muestra insaciable en su objetivo de echar abajo cuanto una sociedad pacífica y sana pueda construir -¡hasta a favor de los efectos perjudiciales del tabaco batalló el PP! La segunda legislatura de Rodríguez Zapatero fue conocida como la "caza de ministros". Nada de cuanto hiciese un ministro de Rodríguez Zapatero cabía dentro de la aprobación del PP ni de sus medios de difusión del odio, y menos aún si se trataba de una mujer, que probablemente de no existir Internet ni teléfonos con acceso a la Red las hubiesen quemado vivas en la plaza de Colón. Como Rodríguez Zapatero fue desde el primer día hasta el último un gobernante ingenuo -nada hay peor en el gobierno que creer que tu pueblo es lo que en absoluto es-, se inmoló, y Mariano Rajoy, que había perdido en dos ocasiones, tuvo la oportunidad por fin de decir una solemne chorrada histórica -"yo a partir de mañana me voy a poner a trabajar"-, tras la cual, es sabido por todos, lo que iba bien ahora va mal, y lo que iba mal va muchísimo peor. Muchos somos los que pensamos que una derecha española honrada y legal es algo contra natura, repugna a la razón -yo siempre he dicho que en un partido político con casi 700.000 militantes cabe mucha gente muy mala. No quiero decir que todos los votantes del PP sean personas viles, en absoluto, porque hay que contar entre ellos a ciudadanos entre los más correctos y honestos, pero quizá también temerosos de la integridad de la nación, o supersticiosos, si se trata de la educación, o sencillamente engañados e ingenuos, como los ancianos que pensaron que el PSOE les quitaba su pensión o quienes están convencidos de que gobierna mejor quien más cerca está del dinero. Y esto me lleva a la más rabiosa actualidad, los "papeles de Bárcenas", o cómo una ideología hace estragos al no practicarla ni sus más acérrimos defensores. Porque está muy bien eso de decir a los demás lo que es bueno y mejor para todos cuando la fortuna de uno va por otro lado. Y es ahora cuando Mariano Rajoy, cazaministros en el pasado y hostigador del legítimo gobernante, le da unos buenos palos al jefe de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, unos buenos palos así, por deporte y por distracción, pues se le ha ocurrido sumarse con su crédito a lo que el presidente del Gobierno juzga una campaña de infamias contra su partido y su propia persona. Yo esto no lo consigo entender: quien peor oposición ha hecho, quien ha hecho la oposición más salvaje y sucia, se molesta por los medios que emplean quienes se la hacen a él -¡así, no! Y hay que ver cómo está tratando todo el asunto el servicio de informativos de la radiotelevisión pública, que hay películas donde salen marranadas que no llegan a ser más guarras que el modo como se cuentan algunas noticias.
186 diputados en el Parlamento supone un rodillo que sólo puede afrontarse con mucha paciencia. Quedan tres años terribles por delante, pero se ha recuperado algo que hace apenas uno parecía imposible: las fuerzas vuelven a estar equilibradas, tanto si a nuestros jueces les tiembla al final el pulso y nos dan pulpo por animal de compañía como si no. Yo no creo que podamos librarnos de nuestro señor Mariano hasta el final de la legislatura, quien pensase lo contrario habría de admitir la premisa de que España es un país normal. España no es un país normal, admitámoslo de una vez, la derecha española no es una derecha normal, pero alegrémosnos, ¡que quedan sólo tres años!


Yvs Jacob


[ Y fue entonces cuando a Mariano, al que llamaban "el Breve", empezaron a decirle "Brevísimo"].