viernes, 24 de julio de 2009

George Hincapie, or The Importance of Being Earnest

Ha sido la sorpresa del verano.
Enrique Vila-Matas, generador fabuloso de historias y pésimo escritor, hacía burla en Bartleby y compañía de la decisión de Samuel Beckett de abandonar el idioma inglés a favor de la tosca lengua francesa. La observación me recuerda a otra de Evelyn Waugh acerca de la incomparable variedad del vocabulario inglés. Este hecho, el infinito verbal del inglés, debería considerarse un factor relevante para comprender que los españoles necesiten toda una vida para construir frases sencillas, portadoras de instrucciones básicas, manifestaciones de estados elementales, en la lengua de Shakespeare. Su mente, amenazada por la variedad, se contrae, se funde: no sólo es capaz de reunir todas las palabras que conoce, sino que lo hace, además, con todos los errores posibles. Pero no hay que engañarse tanto: cualquiera que lea con atención una página en inglés o escuche una canción de música pop en esa lengua puede encontrar motivos para echarse a llorar.
Sin embargo, es el castellano lo que llamaré 'una lengua exigente'. No hace falta investigar con mucha profundidad para llegar a la conclusión de que ha tenido muy pocos poetas, pero muchos ladradores; muy pocos escritores decentes, aunque mucho se ha defecado con ella, y apenas un puñado de letristas que se libren de un ajusticiamiento público que ya lo quisieran las leyes del Islam.
Todas las lenguas cuentan con ciertos defectos; sonidos, palabras, hablantes... Una noticia en la prensa me ha recordado que el escritor debe ser siempre un lingüista precavido, y en su defecto, un lector atento. En alguna ocasión me he preguntado cómo cojones han llegado a formarse estas palabras: berenjenal, problemática, disyuntiva, teorético, estribillo, hincapié... Siempre que hablo con alguien que no ha desarrollado el pudor antiterrorista de la lengua castellana y emplea alguna de esas joyas DRAE, inmediatamente pierdo el interés por su conversación. Es doloroso porque muchas de esas palabras son abusadas por los dialécticos y polemistas españoles de gran altura y erudición...
La noticia mencionaba a un ciclista norteamericano cuyo padre colombiano lo ha desafortunado con el apellido Hincapie. Por supuesto, cuando leí la palabra, me fue necesario aproximarme al papel para cerciorarme de que nada mediaba entre él y yo, alguna suerte de genio maligno que me confundiera al hacerme creer que la palabra hincapié podía ser empleada como apellido. Aunque parezca lo contrario, existe una gran diferencia entre llamarse Christian, Jeniffer o Jonathan en España e Hincapie en Norteamérica. Si mereciera la pena, podría entregarme a una batalla documental para sacar a la luz el origen de esos nombres tan adorados por las nuevas clases deprimidas del espíritu español. Estoy seguro de que tales nombres no se obtienen por una motivación sorprendente. Pero ¿cómo coño llega alguien a apellidarse Hincapie? Y lo que es más interesante: ¿cómo llega hincapié a incluirse entre las clases de palabras que pueden funcionar como apellido en lengua castellana?
Creo que es un asunto para un académico principal, y Arturo Pérez-Reverte debería decir algo para que la comunidad castellanohablante algo culta pueda superar la angustia lingüística de que exista una palabra tan singular. Arturo, ¡revélate!


Yvs Jacob