domingo, 27 de diciembre de 2009

Padre, madre y prole: ¡qué bonita es la familia cristiana!

No conozco a ningún cristiano que haya vendido sus posesiones y entregado su dinero a los pobres para vivir como uno más entre ellos, pero me alegra saber que hay un aspecto en el cual no parecen estar tan corruptas las almas de los amadísimos hijos de Dios como sí sucede en el caso de quienes vivimos ciegos y sordos al Creador: la familia.
¡Qué bella es la familia cristiana! Apenas tengo una ante mí que me entran ganas de llorar de tanto gozo como me provoca su unidad... Apenas la veo en la calle, ya palpito, porque me hace temblar entero la felicidad que rezuma por su equilibrio: padre y madre... Apenas sueño con ella cuando el corazón se me desgarra por la urgencia de recuperarla, imitarla, continuarla, salvarla... No hay en el arte ni en la naturaleza, pero ni siquiera en el misterio que es la música nada que pueda superar a la familia bendita, núcleo y origen de las bondades de los hombres, semilla de su natural impulso hacia la perfección, cuna y hogar del amor.
¡Yo quiero una familia cristiana! ¡La quiero!¡Y cómo sufro al verla en peligro! Porque cada homosexual que se aparta de ella, la castiga; cada infeliz que corrompe su trasero, niega además su picha brava a la obra máxima de la Creación; y esas lesbianas perversas... ¡Ay, esas sobonas endemoniadas! ¡Ellas sí que faltan a Dios al llenar su bajo vientre con repugnantes artilugios y negarlo así a la vida ordenada que Dios ha dispuesto! ¡Herejes! ¡Viciosas! ¡Malas, más que malas! ¡Y enfermas todas!
Pero la pía familia cristiana, ¿acaso puede caber en ella más higiene! Ninguna perversión, ningún pecado mortal, ni siquiera uno inferior, un pecadillo, nada, absolutamente nada ha tenido ocasión de aflorar en la esfera de su existencia, de su ser, porque el mal es su contradicción.
Para defenderla de la "amanenaza roja" han salido de buena mañana los cristianos en domingo bajo el mando del "comandante Rouco". ¡Ah, Rouco! Yo sospecho que quiere ser Papa, pero no sólo hay que superar pruebas, ganar batallas, para lograrlo: también hay que dar mucha guerra, y a ello se ha lanzado el comandante Rouco, que, incapaz de convencer de su santidad, ha preferido que sea su victoria cristiana el castigo de otros -si no fuera católico, diríase que es dirigente del Partido Popular-.
Pero no dejaré que me domine su odio. Yo amo tanto a la familia cristiana, que estoy empezando a pensar que quizá debería tener más de una... ¡Mujeres a mí, cristianos, mujeres a mí por amor de Dios!


Yvs Jacob