martes, 31 de mayo de 2011

El mundo del libro y sus ferias

Me prometí hace años ser fiel a la feria del libro antiguo y de ocasión que se monta en el Paseo de Recoletos. En realidad, me prometí comprar al menos un libro en cada edición de la feria, habida cuenta la amplitud de mis apetitos y la esclavitud de mis caprichos. Desde hace pocos años, sin embargo, no pesco nada por allí, salvo encuentros con el alcalde, y esas chorradas que suelta cuando inaugura cualquier evento.
El libro antiguo no me interesa, porque a mí me gusta leer; pero el libro de ocasión ha desaparecido de la feria, sustituido por el libro rebajado y todavía caro. Además, de un puesto a otro, la misma mierda; peor, la misma mierda cada año, un año tras otro. Es cierto que hay ocasión de adquirir algún título fuera de catálogo, pero no merece la pena pagar tanto cuando su lectura se abordará sin urgencia. Los libreros de viejo tienen que reflexionar acerca de su mercado en estos términos: más barato o nada, esto es, satisfacción de librero o hacer el primo bajo la lluvia e irse con las cajas hasta la próxima edición.
También llueve en la otra feria, la del Retiro. Había mucha gente firmando libros este domingo, y es posible que también algún escritor español. Yo no vi ninguno, y eso que se reparten trescientas casetas en dos orillas y hay una fuente casi en el medio. Pasear entre tantos libros me llenó de tristeza. No ya porque mi Aktion BDM no se encuentre a la venta, mi novelita policíaca que habría de ser materia de una asignatura obligatoria en cualquier enseñanza universitaria, humanidades y ciencias, sino por la amplitud, la infinitud inabarcable en que se convierte la producción editorial. No me sorprende que el mundo del libro se queje continuamente de la falta de lectores; pero es que si los lectores fuesen más, con seguridad, también las obras que se les dirigen, y de nuevo se encontraría la industria en la misma situación de sobreproducción y delirio.
Por otra parte, cada editorial asegura tener el último título que ha conquistado al público coreano; la mejor obra póstuma de un escritor checo, de un imprescindible paquistaní, de un superviviente libanés o de una secuestrada en Colombia. Y todavía pueden dar sus scouts con talentos más desconocidos. Saul Bellow se preguntó por el Tolstoi de los zulús, pero hoy se puede afirmar que, aunque jamás lo tuviesen, alguna editorial ya lo ha publicado, incluso en castellano y en traducción directa, quizá con prólogo de Maruja Torres.
El universo editorial es desbordante. Francisco Rico, a quien uno de mis profesores llamaba, con suma familiaridad, Paquito -Paquito Rico, claro-, dijo en un programa de libros para la televisión que el 98% de las obras publicadas en 2011 se perderá en el silencio. El año aún no ha terminado, pero yo me declaro a favor de esa sentencia de muerte.
Estar allí entre miles de libros no me produjo ninguna sensación distinta a recorrer los pasillos de mi supermercado habitual o la planta de ropa de unos grandes almacenes. Creo haber alcanzado ese estado psicológico propio de los editores: un montón de libros no es más que otro montón de cosas, y un montón de cosas bien puede ser un montón de mierda.


Yvs Jacob