viernes, 4 de febrero de 2011

Angela Merkel se da un paseo por las colonias

España ha vuelto a disfrutar de aquello que más placer le produce, después del halago, claro: la humillación. En ningún otro país se hubiese presentado la cumbre con Alemania del modo como en España un cierto periodismo y el Gobierno en general lo han hecho. La idea de que Angela Merkel tenía algo que aprobar sobre las medidas tomadas por un gobierno democrático que no es el suyo nos ha mostrado ante el mundo como un país sin dignidad, y a nuestro Gobierno, como el más infantil e inmaduro de todos los posibles. Me atrevo a decir que la propia Canciller no daba crédito a lo sucedido, al postrarse ante sus pies una nación entera, en las personas de sus representantes legítimos, que le imploraba benevolencia. ¿Pero qué clase de limosna estamos pidiendo?
Es fácil hablar de competitividad cuando se domina el ámbito de las exportaciones, cuando se cuenta con una industria poderosa, cuando por mucha que sea la población del país en cuestión la tasa de desempleo permite considerarlo dentro de la categoría del "paro residual", propio de quienes prefieren esperar su oportunidad o no quieren trabajar, directamente. Pero en el caso español, lo que parece que no recibe la atención que merece, la fracasada huerta de Europa, el asilo ahora ruinoso al que se había confiado el descanso del trabajador europeo, en definitiva, el caso de un país que había entregado la supervivencia de sus ciudadanos a una industria más veleidosa que las demás, como lo es turismo, con una agricultura que debe competir con la de otros países que, sin ser miembros de la Unión Europea, invaden, en virtud de inteligentísimos acuerdos de amistad y preferencia, el mercado del continente; un país que, si no construye casas, carece de ninguna otra producción, más allá de la automovilística, cuya fidelidad cuesta bastante cara al Estado central y a las Autonomías; en este caso, hablar de competitividad suena a broma pesada, porque competitivos ¿en qué?
Para colmo, se extiende el rumor en Europa de que los salarios españoles son elevados, y de que los españoles, en general, viven por encima de sus posibilidades. ¿Sería eso posible? Cuando el salario de muchos españoles iguala o es menor al de muchos pensionistas, ¿acaso fue alguna vez el lujo tan vulgar?
Y son precisamente los Estados gobernados por la derecha los que trazan nuestro destino, los que estimulan todo tipo de privatizaciones, como si les fuese posible a los españoles cubrir con sus salarios el conjunto de lo que todavía financia el Estado, una vez muerto papá.
No.
De nuevo, se ha hecho el ridículo. Es posible que Rodríguez Zapatero haya sentido una mayor y más cómoda proximidad a los países ricos y con poder dentro de la Unión, pero para ellos sólo seremos el chico tonto de los recados.
¿Tan difícil es para la izquierda española reconciliarse con la obligada dignidad nacional?


Yvs Jacob