domingo, 10 de enero de 2010

El Patio Maravillas

Compasión me ha despertado uno de esos gritones que siempre hay cuando los medios de comunicación significan algún acontecimiento con su presencia al decir que "el Patio Maravillas iba a continuar con la lucha". La lucha... ¿qué coño será la lucha? Aunque se dedicaran a leer Das Kapital, como el célebre y eterno seminario de la Facultad de Filosofía de la Complutense, es probable que entendieran muy poco de aquello en que consiste "la lucha".
No deben confundirse las microanarquías -que diría Peter Sloterdijk- con la auténtica revolución. Las primeras son y serán siempre posibles en el Estado democrático -yo mismo, por ejemplo, intento hacer siempre lo que me sale de los cojones-, pero la segunda hace tiempo que fue enterrada y nunca tendrá otra oportunidad, no al menos en el privilegiado Occidente.
Divertidas eran también las declaraciones de los vecinos del barrio de Malasaña en defensa del anarquismo pandillero. Varios emplearon el término "cultura", que siempre me produce escalofríos. Pero me aterró el slogan: "un desalojo, otra ocupación", porque eso que llaman "lucha" consiste en llenar un edificio vacío de pancartas pintadas con citas complejísimas de los más variados pensadores sociales en un espectro generoso desde El Che hasta Mario Benedetti, y no es más, en el fondo, que un nuevo daño al urbanismo, un daño además concienzudo.
Nada tengo en contra de quienes han encontrado la dirección de su vida en el consumo de marihuana, y comprendo la justicia de ocupar lo que está vacío y olvidado, especialmente cuando el objetivo es un bello edificio de los que en silencio ocultan muchas calles de Madrid. Pero no soy partidario del concepto rastafari de arte, y puestos a continuar con la lucha, se podría devolver cada edificio ocupado al esplendor de una revolución modernista, convertirlo en una obra única que resultara del trabajo delicado de múltiples talentos, cada uno dedicado a un aspecto de su composición total. Se trataría entonces de una obra de arte, de un objeto de cultura, y sus inquilinos serían microanarquistas también, pero ya no "fumetas" ni "punkarrillas", ni mucho menos poetas "hip-hoperos" o espitas de pintura rápida suplicantes todos por la inquietud del carril-bici.
¡Ay! ¡Algunos espíritus revolucionarios deberían dar guerra en el patio de su casa!


Yvs Jacob