viernes, 9 de marzo de 2012

Y al principio fue el centollo

De cuantas cosas repugnantes son capaces los seres humanos en grupo, pocas superan a la mariscada. Decía Hermann Heller que religioso es todo aquello en que participan los hombres, lo contrario a la aislada individualidad, pero ya se ve que algunas religiones son más guarras que otras.
Apenas visitaba yo un plato de ternera en su salsa, otros ritmos secuestraron por completo mi atención. Era una cadencia histérica, contundente, una cadencia de insistencia y algo tremenda para las condiciones del local, donde un letrero advertía "Prohibido cantar"; pero una cadencia maleante, por el sonido metálico, unido al tintineo no menos inquietante de la vajilla de loza en pleno desafío de su resistencia. En un escenario semejante, allí donde los seres humanos descuartizan el marisco, sus restos amontonados como el desperdicio de un desperdicio, yo tiendo a la reclusión de la sensibilidad, y ni siquiera levanto la vista de tanta repugnancia como siento por las formas menores y vulgares de la destrucción, y porque el devorador de mariscada suele pertenecer a un tipo muy específico de la fauna humana, allí donde lo hortera es ya irrevocable. "¿Pero qué demonios está sucediendo?", o algo así me preguntaba yo, aunque en la orgía gallega que me había tragado no quedaba aire para ningún pensamiento, y quizá sería eso lo que explicase lo que vi a continuación. Porque había, varias mesas a la derecha, una tiorra que golpeaba la pata de un centollo con el cascanueces sobre el plato, desbaratando así cualquier principio de civilización, y conseguía convertirme en un mar de dudas: ¿no podría ser que ahora que gobierna el PP hubiese retrocedido la sociedad española a la edad de esplendor de Atapuerca? Y no es fácil romper, vencer una fuerte resistencia con un cascanueces, pero bien diferente es constatar que la tiorra en cuestión ni siquiera intuyó las posibilidades del instrumento, que usaba para martillar, cuando no es en vano que sus patas se abren y cierran, para permitir que se aloje entre ellas aquello que se quiere romper. Fue un momento "monolito", como se comprenderá, y si no fuera porque los gallegos armaban un jaleo de mil pares de cojones, quizá incluso se distribuyeron por el espacio sobrante las notas de Also sprach Zarathustra, a la manera como utiliza Stanley Kubrick esta obertura de Richard Strauss en 2001: A Space Odyssey. Y fue precisamente eso lo que sucedió, que al principio, que tanto se parece a este final de la humanidad, al principio, cuando casi todo era mar, aquellos antepasados del hombre manifestaban su posición dominante unos respecto de otros por la furia con la que golpeaban a un centollo, y así nos hemos quedado, duros de caparazón.


Yvs Jacob