lunes, 21 de febrero de 2011

¡Visto en Madrid!

Poco a poco van aceptando los españoles que en el espíritu de las leyes asoma algo así como la educación cultural de los pueblos. No es fácil aprender a vivir como lo harían los auténticos seres humanos, pero eso no significa que la sociedad deba conformarse con cualquiera de sus simulacros. La perfección existe, y también existe la perfectibilidad, ¡y que viva Saint-Simon, que tanto pensó para separar a los hombres de lo que en verdad son, puros y bárbaros animales!
Desempleado de larguísima duración -aunque en mi caso se debe a que no existe en el mercado laboral un empleo capaz de respetar mis conceptos de la creación, la dignidad y el ocio; ¡hostia puta, es que no hay empleos para héroes!-, de paseo por Madrid he tomado esta fotografía que retrata de manera ejemplar el camino hacia la salvación, porque, como sospechaba Walter Benjamin, la alternativa a la utopía es la catástrofe -la normalidad no existe-, y quién sabe si no terminaremos matándonos unos a otros más pronto que tarde.

En este asqueroso mundo, en el cual desde la fabricación de tornillos hasta la prostitución se cuentan entre las formas de vida del animal laborans, esto es, como diría Hannah Arendt, un mundo en el cual la sola justificación de que todo sirve como modo de ganarse la vida impide la consideración moral del trabajo, en este mundo, pues, los empresarios españoles se descargan de cualquier responsabilidad social, porque entienden que ya es bastante con proporcionar empleos y prestar servicios o realizar funciones. Como la ley antitabaco ha hecho desaparecer las colillas del suelo de los bares, aparecen ahora en gran abundancia a las puertas de los locales. "A fumar, a la puta calle", así lo entienden los empresarios de la hostelería en España, y la calle, claro, la muy puta, no es de nadie.
Pero mucho me temo que hay aquí una equivocación, porque cualquiera es responsable de las consecuencias directas e indirectas derivadas del modo como se gana la vida, y quien tolera que a las puertas de su local se acumule la mierda es tan cerdo como el que la arroja -y no basta con ganarse el pan, así de peculiar es el mundo de los hombres.
Por fortuna, un A-Team del mundo hostelero empresarial se ha decidido a combatir el placer que encuentran los españoles en la mierda pública -política incluida-, y de cuando en cuando aflora aquí o allá un imaginativo cenicero, y con él, eso que un pueblo superior como el francés llama "le petit bonheur". Ahora bien, queda mucho por hacer.
Lo que más ha llamado mi atención en las revueltas del mundo islámico ha sido ver a los manifestantes -al "pueblo", habría que decir- de la plaza Tahrir de Egipto ocuparse de la recogida de sus propios residuos. Avancé de rodillas hacia el televisor para asegurarme de que no se trataba de un poltergeist. Eran ciudadanos, ¡qué digo, seres humanos ocupándose de sus cosas en común!, y se ganaron inmediatamente mi simpatía, a pesar de que creo que ninguna revolución triunfará sin la muerte segura de Dios y de una buena parte de sus emisarios.
Por último, obsérvese el modo discreto como ha sido ubicado el macetero cenicero, semioculto, temeroso tal vez de sufrir las desagradables consecuencias del encuentro con un grupo de animales contrarios a los valores aristocráticos -y es de suponer que, por muy alto que sea el recipiente, los perros madrileños terminarían meando dentro de él si estuviese más a la vista.
¡Ah, amigos, a veces tenéis el mundo en vuestras manos!
(Mañana abordaré el siguiente asunto: ¿Sacará Esperanza Aguirre algún provecho de la complicación en el estado de su salud?).


Yvs Jacob