lunes, 15 de abril de 2013

¡Llega a Madrid el "latero" pakistaní menor de edad!

De los creadores de Cariño, hay un rumano/búlgaro en mi cartera, Ponga un subsahariano a la puerta de su comercio, Emprendedor camarero autónomo busca, Se subarrienda puesto de "gorrilla" en La Latina, Aquellos maravillosos chinos sobreexplotados, Regreso a la involución y Los dioses del Tercer Mundo deben de estar locos, llega por fin a nuestras calles El latero pakistaní menor de edad -¡porno, porno, porno y del duro!-, la última figura de la depravación de un pueblo sin igual, el español, insaciable en su voluntad de deshumanización, un pueblo sin espíritu, ese pueblo que se creía hasta antes de ayer uno muy rico, cuando se encontraba en realidad en un estado tal de putrefacción que de tanta vileza ni con todos los tesoros bajo la tierra hubiese dejado de ser pobre.
Salgo de mi casa y lo primero que veo es una familia de rumanos/búlgaros sentada en el escalón de una casa de apuestas. Hace meses, sólo había una rumana, que pedía a la puerta de una panadería, mejor dicho, de un local donde se descongela el pan, pero la pobreza es expansiva, hay en ella algo viral, y donde pide uno piden dos, y cuando hay dos, ¡qué más tres! Pues ahí está toda la familia al completo, que por ser estrecho el acceso al local donde se descongela el pan, la familia ha ocupado también el acceso al local contiguo, la casa de apuestas, padre, madre y prole, que dicen los católicos, todos a pedir, una estampa siniestra, ¿o será tal vez una nueva filosofía triunfalista, la tercermundización, que me empeño en ver con ojos enfermos? Por cierto, la rumana/búlgara, en sus ratos libres, habla por un teléfono móvil -quizá me esté preocupando en exceso por su suerte... (La hipertrofia del mercado: pan congelado y casas de apuestas, ¿y para esto queremos representantes legítimos del pueblo? Yo me bajo).
Pero apenas camino dos pasos, otro rumano/búlgaro deja asomar sus pies fuera de un contenedor de los que en la calle recogen papel y cartón. Y dos pasos más allá, otro rumano/búlgaro tira de un carro de supermercado cargado de chatarra. Y si llueve, un chino y un pakistaní me ofrecen paraguas, pero de una manera bastante agresiva, tóxica, cuasi financiera, y no una vez, pues me persiguen, pero es que yo no quiero un maldito paraguas que no necesito, y se me impide la libertad que como ciudadano debería tener a que la humanidad me deje en paz cuando salgo a dar un paseo. Y por las noches, como en la canción de Los Ronaldos, "haremos lo de siempre, porque nos gusta y porque nos divierte", y como esto es España, haremos lo que nos sale de los cojones. Yo me maravillo del desparpajo con que cualquier extranjero, comunitario o no, se pasa por el forro de los cojones nuestras zafias leyes españolas, pero, no quiero ser injusto, si eso es posible, sólo cabe explicarlo por la misma pasividad que los españoles muestran ante ellas, esto es, la más absoluta. Se ha formado en Europa y en buena parte del mundo la idea bastante certera de que en España se puede hacer todo lo que a uno le venga en gana, que en eso consiste el modo de ser español -frente al republicanismo francés, el civismo nórdico o la pulcritud de la conciencia centroeuropea-, y nuestras calles se han llenado de liberticidas, un mal contra el que no cabe remedio, igual que las leyes del mercado, pura necesidad. Primero fueron los chinos quienes nos enseñaron que los procesos históricos que nos habían conducido a la sostenibilidad de la economía familiar en pequeños comercios sujetos a horarios son despreciables, incompatibles con la explotación de una nueva fase del capitalismo que ya no se basa en la violencia física y que ama la acumulación y la baratija por encima de todas las cosas. Después, una vez alguien decidió que Europa es ese monstruo que abarca desde Noruega hasta Turquía y desde Portugal hasta Estonia, todos los miserables del Este emprendieron la marcha hacia España -por supuesto, cualquier ciudadano de un país sudamericano era y es susceptible de trabajar como camarero en el nuestro-, pero lo hicieron con la mejor voluntad de integración, por supuesto, vive l'anarchie!, ¡cómo no iban a hacer lo que quisieran en el país de la alegría! Luego no les preocupaba lo más mínimo que nosotros tuviésemos nuestras normas, ¡ellos ya venían con las suyas!, y no opusimos mucha resistencia porque había demasiadas viviendas sin alquilar y al español le gusta ser rentista -¡como a los ingleses hace tres siglos! Pero lo más actual hoy es el pakistaní que recorre las calles con la mochila atiborrada de latas de cerveza, y hay tantos que yo me pregunto si el mercado no estará cometiendo otro error de los suyos, al menos uno propio de la manera como se interpreta en España -a mayor competencia, menor calidad, etc...-, porque por mucho que pusiésemos a un montón de hijos de puta a beber latas y latas de cerveza, resulta imposible acabar con el arsenal que semejante regimiento de "lateros" dispensa por toda la ciudad. Lo malo ya no es que haya tantos hijos de puta que compran latas a estos pobres desgraciados, sino que muchos de estos "lateros" son menores de edad, y de nuevo es la española pasividad ante la moral la que nos hace cómplices de las más repugnantes perversiones. Y todavía hay quien piensa que el nuestro es un problema de dinero...
El triste camino hacia casa aún puso ante mis ojos un bocadillo a la venta sobre cajas de cartón en un improvisado comercio chino en la Gran Vía. ¿Pero es de verdad tan difícil que haya leyes buenas y que se cumplan?
¡Llévame a tu lado en el Primer Mundo, oh Angela, que entre los españoles nunca podré ser un hombre bueno!
Yo os maldigo, españoles, sois una raza vil y repugnante, ¡yo os desprecio hasta lo más hondo!


Yvs Jacob

martes, 9 de abril de 2013

El estado de la nación según Alberto Ruiz-Gallardón

Escucho al ministro de Justicia en la Cadena Ser y me quedo como la alcaldesa por sorpresa de Madrid, pasmado, por la representación de la realidad que sus palabras van componiendo. Según el ministro, el PP es una formación donde sólo podrá encontrarse a gente estupenda con vocación política. Dice el ministro que Luis Bárcenas era un técnico -¡un técnico!-, ni siquiera un político, y dice también que tiene mayor credibilidad María Dolores de Cospedal, el florero suicida, que el extesorero, a quien se refiere el ministro con un cierto temor, entiéndase, respeto sospechoso. Si acaso tales declaraciones no fuesen ya lo bastante jocosas, tómese en consideración la defensa que hace el ministro de la posición adoptada por su partido ante la justicia y la sociedad: hay gente muy mala que se aprovecha de nosotros, gente que nos quiere hacer mal, pero nosotros ni hemos hecho mal ni somos malos. Como es bien sabido, el ministro Ruiz-Gallardón era alcalde de Madrid ya en los primeros años de la crisis económica en España, cuando todavía se creía que la fortaleza del país en todos sus aspectos soportaría una tormenta pasajera en el sector bancario, pero se trataba de algo peor: por la actitud de una oposición leal y responsable, la crisis económica abrió el camino a una crisis política, que trajo consigo una crisis social, que manifestaba la profunda crisis moral de los españoles, para abocarse por fin hacia una crisis institucional, que amenaza con hacer saltar el sistema por los aires. Desde el principio, el ahora ministro de Justicia contempló con la mayor pasividad el avance en la destrucción de empleo en su ciudad, la más poblada de España, el fracaso de los jóvenes madrileños en un mundo que se revelaba parco en oportunidades, tampoco se inmutó ante el abandono que sufren los mayores, que jamás imaginaron que la riqueza traería consigo tanta precariedad, pero es que nada podía hacer el ahora ministro -era uno de esos casos extrañísimos donde la responsabilidad de una mala gestión -¡ausencia absoluta de gestión!- local recae en una instancia superior, el Gobierno de la nación, precisamente la misma en la que participa el entonces alcalde, un soñador con vocación política. Ahora bien, Madrid puede rodearse en coche con bastante comodidad. (Ruiz-Gallardón parece confiado en su futuro como máximo gestor, el pobre. Parece que en el PP continúan en las nubes, se subieron a la azotea de la calle Génova, donde el gran líder dijo una chorrada histórica, y ya no se han vuelto a bajar).
Ahora voy a contar yo lo que va a suceder en unos años, diez, quince años tal vez, una perspectiva distinta, obviamente, propia de quienes estamos aquí abajo, bien metiditos en la mierda. En las próximas elecciones al Parlamento europeo no va a votar ni Cristo, porque no tienen sentido, porque sería igual que votar a favor o en contra de que los ángeles vistiesen una rebequita. En las próximas elecciones regionales sólo irán a votar los ciudadanos disciplinados en la destrucción moral del PP y los nacionalistas, porque los demás no acudiremos ya a las urnas, en tanto que los partidos mayoritarios en el ámbito nacional, PP y PSOE, se nos presentan como putrefacciones à l'ancien régime, pero tampoco apoyaremos a IU, que sería como salir de la izquiera guay para caer en Disneyguay, ni votaremos a UPyD, el partido que surgió del miedo y que produce terror; la gran mayoría de los españoles no va a votar a nada ni a nadie porque ya no creemos que nada ni nadie pueda salvarnos: lo que va a suceder está en marcha y no podremos pararlo. Gobernará entonces el PP, pero no le será reconocida ninguna autoridad ni menos aún legitimidad, porque para que el sistema sea legitimo necesita de la aceptación de todos aquellos a quienes pretende abrazar, pero como la mitad habremos caído ya fuera del sistema, podremos por fin liarnos a palos, del escrache al escabeche, y todo porque no hemos sabido construir una cultura democrática, que se expresa como una actitud ciudadana observante y exigente, y en cambio sí nos hemos mostrado hábiles creadores de monstruos: quien ganaba una mayoría absoluta no podía sino decir "qué bonito soy, madre, el más listo, el más guapo y el más grande". Y todo esto será así porque en el PP seguirán vigentes las ideas que nos han traído hasta aquí: lo importante es quién gana el gobierno, el que gobierna tiene el poder, el que tiene el poder impone sus leyes, cualquier disconformidad es un acto de violencia, las leyes de cualquier mayoría son por su naturaleza justas y las más adecuadas, la mala suerte de los desfavorecidos es una opción personal, el Estado existe para subvencionar a sus timadores, los ciudadanos deben subvencionar al Estado, el Estado no puede ser solidario con los ciudadanos...
Desde luego, qué mala es Angela Merkel...


Yvs Jacob

viernes, 5 de abril de 2013

Mariano Rajoy, culto, intelectual y bien formado para el gobierno

Pues otra chorrada histórica que nos ha dejado el presidente del Gobierno del Reino de España esta semana cuando ha cargado contra los ciudadanos que protestan porque han perdido su trabajo y su vivienda. Si la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero puso en evidencia que cuando la izquierda huye hacia la periferia -esto es, cuando cede la economía a la utopía del libre mercado para refugiar su ideología exclusivamente en la extensión y reconocimiento de algunos derechos sociales-, se anulan, pues, todos los medios de supervisión y contención de la depredación y las crisis se vuelven más voraces y longevas, apenas un año en el gobierno de la nación, ya puede reafirmarse que el PP es un partido de fortísimas convicciones antidemocráticas. Insisto una vez más en que treinta y pocos años de régimen democrático no construyen una tradición democrática, una mentalidad, una cultura, menos aún entre la derecha española analfabeta, a la que todo cuesta siempre un horror, no en vano se dice que la derecha es conservadora, y lo que hay que conservar está bastante claro. A Mariano Rajoy le hubiese gustado gobernar como se hacía antes, en la predemocracia, es decir, gobernar mandando, disponiendo esto y lo otro sin que nada ni nadie le molestase, más o menos como en la China popular en el proceso de preparación de los juegos olímpicos: "me quiten esto de aquí -personas, cementerios, aldeas...- y no se hable más", o según la imagen socorrida del padre autoritario, cuyo principio de autoridad es suficiente para anular otras voluntades. Si es que la democracia es insoportable, ¡no le dejan a uno disfrutar del despotismo que implica siempre el ejercicio de todo poder! (En España, un gran poder conlleva siempre una gran irresponsabilidad y una generosa dosis de sadismo). Dice nuestro presidente que una minoría no puede someter a una mayoría, ¡dónde se habrá visto algo semejante! Podría pensarse que se refería Mariano Rajoy a la minoría que posee empresas de construcción que han derrochado el territorio, empresas que se han aprovechado de la escasa capacidad intelectual de los gestores locales aquí y allí para enriquecerse con la transformación monstruosa del espacio -el horror vacui de Aristóteles se interpreta en la política española como terror ante los espacios todavía sin urbanizar-, o también podría haber sido la intención de nuestro presidente llamar la atención sobre el modo como otras empresas, gestoras de determinados servicios, se hacen -con la iniciativa de una minoría política, la de los gobernantes de turno- con los contratos que tienen al Estado como cliente, a la vez que como financiador, en uno de esos procesos de privatización tan incongruentes que se llevan a cabo en España -modelo concesionario en la explotación de la red de autovías y carreteras, desmantelamiento de la sanidad pública... En resumen, una persona de bien podría creer que el presidente del Gobierno se alarma porque una minoría de buitres, una élite económica, se enriquece saqueando, siempre de manera legítima, claro, a un Estado que se deja saquear. Pero lo cierto es que Mariano Rajoy pensaba en otra cosa: y es que nada más contrario a la democracia que identificar a los representantes del pueblo soberano que toman decisiones políticas o las legitiman con su voto y aprobación parlamentaria y que perjudican a quienes los han elegido o aceptan, en caso contrario, que sean instrumentos de los intereses de otros ciudadanos. Pero lo cierto es que al presidente le sienta mal que insulten a los representantes del pueblo -cuyo único delito es haber sido elegidos por una mayoría- quienes no saben vivir dignamente en un contexto de crisis socioeconómica -la idea es la siguiente: no se puede culpar a quien gobierna de que a unas personas les vaya mejor o peor que a otras, es más, parece que le va mal sólo a una minoría muy peleona. Mucho me temo que no es así. Karl Popper, que también era conservador, pero en una época y un país -Reino Unido, aunque de adopción- donde el honor y la inteligencia se han mostrado a menudo unidos, escribió The open Society and its Enemies para advertir, entre otras muchas cosas, que sólo la democracia garantiza los derechos de la minorías, es más, que una democracia que no acogiese ninguna discrepancia, por muy pequeña sea, y que no le reconociese idénticos medios para la realización de sus intereses sería una sociedad cerrada, es decir, en absoluto democrática. Por otra parte, para la derecha española nunca es demasiado grave la situación de quienes no tienen trabajo ni vivienda, esto es algo que tantas mayorías absolutas han provocado, el desprecio hacia los gobernados, como si gobernar tuviese que ver con esas reclamaciones "de la gente" -en el PP consideran la democracia una burda ovatio, una vez lo eligen a uno, sólo cabe recordarle lo bonito que es, y cualquier otra actitud se juzga violenta y antidemocrática. Pero ¡a quién le puede interesar lo que hayan dicho algunos intelectuales cursis en un país de brutos como España! No tiene sentido.
El siniestro ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que libra entre muchas batallas una contra los funcionarios, ha dicho en varias ocasiones que la aprobación de unas oposiciones y la consecuente plaza ganada no pueden garantizar un empleo de por vida. Montoro habla siempre directamente para los instintos, por eso no despierta más que violencia. También Mariano Rajoy aprobó una vez unas oposiciones, y entonces decidió entrar "en políticas", como se dice en provincias. Es curioso, porque aquello que desprecia nuestro ministro risitas, el engreimiento de la oposición victoriosa, es un factor determinante para entrar hoy en el Gobierno de España o participar de su pedrea, pero, claro, oposiciones a la abogacía del Estado. Para el conjunto de la sociedad española, escuchar a Maria Dolores de Cospedal, presidenta de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, abogada del Estado y con tendencias suicidas, no ayuda a valorar esas oposiciones por encima de las que llevaron a Remigio al puesto no menos triunfal de jefe de bedeles, que opina y se expresa a menudo con muchísima más claridad -dijo Miguel Ángel Aguilar que el numerito de la Dolores para explicar qué es una indemnización prorrateada que se pacta como una indemnización en diferido en forma simulación no se le hubiera ocurrido jamás ni al más ácido de los humoristas, y empiezo a creer que esa creatividad técnica es lo único en que Remigio no puede competir con un abogado del Estado al servicio de los españoles.
España no es un país normal. En un país normal, una fotografía junto a un contrabandista es más que suficiente para truncar la carrera de cualquier político a cualquier edad -Núñez Feijóo, vete ya a Movistar, hombre-, en un país normal, las declaraciones de Ignacio González a propósito de la libertad de prensa no se le hubiesen ocurrido a nadie; en un país normal, no sería tan difícil probar la financiación ilegal del PP ni el pago de sobresueldos en dinero negro a sus dirigentes, en un país normal no se contemplaría con impasividad el saqueo al Estado que sólo favorece a la minoría de siempre, que legitima su depredación con el voto de una mayoría de bobos. Ayúdanos a construir un país normal.


Yvs Jacob