viernes, 1 de febrero de 2013

Yvs Jacob pide a David Cameron que se lleve unos cuantos rumanos y búlgaros... de España

David, David, David... Me entero de que en el Reino Unido no os gustan los rumanos ni los búlgaros, claro, la verdad es que quedan muy mal junto a una tacita de té. No sé si te he contado alguna vez mis impresiones sobre Londres. Encontré la ciudad bastante feíta, David, aunque envidio esos barrios vuestros de las casitas blancas donde se podría cometer un asesinato sin que se enterase nadie en décadas, unos barrios tan tranquilos, con su pequeño jardín central, cerrado en horario nocturno, y siempre me llamó la atención que el piso abajo de esas casas, el piso que está en realidad bajo el nivel del suelo de la calle, sea habitable, un piso al que se accede por unas escaleritas impecables, y te digo que aquí sería imposible algo así, entre otras cosas porque la porquería de nuestras calles terminaría por impedir a un inquilino el acceso a su propia vivienda -hay porquería aquí, David, mucho peor que un desahucio. Pero en general, David, el Londres de las avenidas y los grandes espacios no me gusta en absoluto, es una ciudad, por así decir, bastante hortera -no offense, David. Madrid, por supuesto, y aunque no lo creas, ha intentado ser también como Londres; podría pensarse que le correspondía más imitar a las ciudades italianas, para lo cual no bastaría con que fuese sin más una ciudad sucia, pero no, Madrid es lo que queda cuando Londres sale mal, y mira que Londres ha salido mal en muchos aspectos. Hay quien piensa que Madrid podría haber sido como París, para lo cual sería necesario tirar abajo tres cuartas partes de la ciudad, algo con lo que yo sueño, pero tampoco; Madrid se parece más a un mal Londres que a otra cosa. De un tiempo a esta parte, David, en Madrid tenemos un pedigüeño rumano en cada esquina, un pedigüeño rumano a la puerta de cada iglesia e iglesucha, a la puerta de cada capilla, tenemos rumanos patrullando todas las calles en busca de algunas monedas, de algunas carteras, David, y me pregunto si el progreso tenía que ser así, si todos estos pedigüeños rumanos y búlgaros han venido a España por una idea extravagante del trabajo, me pregunto quién los ha convencido para abandonar su tierra en la que no hacían nada y venir a la nuestra a pedir limosna; me pregunto, David, si es así como una sociedad avanza, porque, ¡que me aspen, David!, yo no veo en estas instituciones de la miseria ningún avance en ningún sentido, no lo veo por ninguna parte, David, lo único que aprecio es la anarquía que nace del abuso y de la desesperación.
Tras conocer los anuncios disuasorios que ha promovido tu Gobierno, David, no creas que no he sentido de nuevo una cierta envidia, una envidia que siempre siento cuando veo que un pueblo se protege, pero además con una idea muy clara de lo que significa protección. Una idea menos clara, David, es la que hemos tenido en España: sólo nos ha interesado que algún pobre diablo nos comprase una vivienda infame o nos pagase su alquiler, para eso sí que hemos sido una sociedad multicultural. ¡Qué años más locos, David, los años salvajes! El sector bancario metido de lleno en la vorágine inmobiliaria, todo el mundo especulando con el ladrillo y un descontrol absoluto tanto de la inmigración como de la sub-sub-sub-sub-sub-subcontratación de trabajadores comunitarios. Porque, cierto, David, no todos los rumanos o búlgaros han venido a pedir ni a robar, otros hay que caminan por los tejados con un cigarrillo en una mano y una lata de cerveza en la otra, y está sucediendo ahora mismo, David, lo estoy viendo desde mi ventana, un rumano de más de sesenta años ajeno por completo a cualquier norma europea de seguridad y protección en el trabajo.
Se me ocurre, David, que para frenar la posible llegada de rumanos y búlgaros al Reino Unido no es necesario que promocionéis vuestros prejuicios por todos conocidos, es suficiente con que mostréis que los británicos tenéis una cultura, algo de lo que nadie podría dudar; basta con que seáis capaces de advertir a los extranjeros de que existe una presión institucional, cultural y social, y con eso ya veréis como todo marcha bien. Luego, David, habéis exagerado muchísimo, no poco, tengo que decírtelo, porque no es a un país con instituciones y leyes firmes, un país con cultura y con una sociedad observante que acuden los pobres diablos -no hay rumanos ni búlgaros en Alemania-, no; acuden allí donde nada importa a nadie, donde impera la impunidad en todos los aspectos. Fíjate lo que me decía hace unos días un intelectual español: "no se puede educar con la ley". ¡Jájaja! ¿No te duele también a ti el pecho? La cantidad de obras que dedicó Aristóteles a explicar que la ley hace bueno al ciudadano, que buenas leyes hacen buenos a los hombres, y llega un intelectual español y dice que una ley sólo tiene sentido cuando hay medios para que se cumpla. David, a mí de tanto vivir entre los españoles, no me duele el pecho, me duele el alma. ¡Ah!, ¿pues acaso no hace falta ley cuando la cultura falta?
Yo te pido, David, a cambio de tantos pakistaníes como tenemos ahora en Madrid -Pakistán, que a lo mejor te suena...-, y los hay por encima de cualquier legalidad, te pido, David, que nos eches una mano y pruebes a educar tú a nuestros rumanos y búlgaros allí donde nosotros hemos fracasado, y hemos fracasado, David, porque unos pobres no tienen nada que enseñar a otros. Aquí te lanzo, pues, el desafío, David Cameron, ha llegado el momento de que también vosotros seáis un poquito solidarios, creo que de alguna manera nos lo debéis -¡mostrad al mundo de qué sois capaces con unas pastitas y un volumen de Jane Austen!


Yvs Jacob


[ Y fue entonces cuando a Mariano, al que llamaban "el Breve", empezaron a decirle "Brevísimo"].