sábado, 12 de enero de 2013

Y ahora ¡el "caso del niño Güemes"!

Si es que no nos falta de nada. Tenemos en marcha desde hace algún tiempo el "caso Urdangarin", el caso de un noble español que se liaba en la aplicación práctica de las matemáticas, hemos conocido en una semana la evolución del "caso Carromero", joven dirigente del PP aficionado a los coches de choque por las calles de La Habana, al parecer, la mejor catarsis contra el estrés cuando se es asesor del Ayuntamiento de Madrid, y también el desenlace del "caso Pallerols", que refiere a la trama de financiación ilegal de Unió Democràtica de Catalunya como una actividad delictiva cometida por algunos individuos en un tiempo determinado, de manera y modo que otros individuos en otro tiempo y la misma fuerza política queden exonerados de cualquier culpa; y llega ahora el "caso del niño Güemes". El "caso del niño Güemes" es para mí el de mayor fatalidad, incluso cuando el de Carromero da para escribir una tragedia donde se duerme con la madre y se saca uno los ojos y hasta el bazo. El niño Güemes fue consejero del PP de Madrid en el área de Sanidad y fue también quien inició lo que se conoce como la privatización de la sanidad pública madrileña. Ahora bien, no vaya a pensarse que el recurso a la privatización es caprichoso, y no vaya a creerse que se privatiza un servicio que presta el Estado porque sus gestores públicos son unos incompetentes y no saben hacerlo funcionar de manera más eficiente; no. Se privatiza porque lo exige precisamente la eficiencia, luego no porque, como decía la diva de provincias Esperanza Aguirre, "lo público es mal gestor", sino porque sin una buena gestión privada no hay nada público que funcione. Así, el niño Güemes advirtió que en el sector de la sanidad púbica podía alcanzarse la eficiencia -en el vocabulario liberal, "existencia de una gran oportunidad de negocio para unos pocos o los de siempre"-, y siempre por el bien de los beneficiarios del servicio y de toda la sociedad se puso en marcha el proceso de la excelencia por la eficiencia, algo que todos los madrileños le agradecemos. Una vez la iniciativa en el curso de su realización, el niño Güemes aceptó un nuevo desafío personal y decidió probar fortuna en la empresa privada, algo que fue aplaudido por tantos servidores de lo público del PP de Madrid, quienes también aguardan la llamada, o como diría Max Weber, el calling de la empresa privada para prestar otro gran servicio a Dios con un oficio (Beruf), una vez concluido el que prestaban a los ciudadanos. Y qué fatalidad, pues apenas dos años después, cuando el niño Güemes se encontraba tan implicado en el desafío liberal y personal, ascético en definitiva, la empresa para la cual trabaja se hace con la gestión de unos recursos recién privatizados. Ya es mala suerte, porque podría pensarse que existe alguna relación entre el largo trámite de la privatización de la sanidad en Madrid y el hecho de que la empresa del niño Güemes haya ganado un concurso público que, en palabras del accidental presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, "venía de lejos". Yo creo ante todo en la honorabilidad y en el compromiso de mis gestores del PP y no dudo en absoluto de que tanto desde la empresa privada como desde la gestión pública las mentes privilegiadas y los cuerpos mejor alimentados siempre buscan favorecer a la sociedad a la que pertenecen. Además, el hecho de haber entroncado Güemes por vía matrimonial con los Fabra, la conocida familia de intelectuales castellonenses, me convence por completo en cuanto a sus buenas intenciones, y no cabe sino juzgar como fatalidad este golpe de la fortuna, que, ya se sabe, lo mismo te da que te quita, como los árbitros.
La verdad es que he sido un tonto. Durante mucho tiempo había creído que la patronal es de derechas, que el gran dinero es de derechas, que los buitres se encontraban en la derecha política, que las privatizaciones siempre favorecen a quienes animan a los humildes a que sean emprendedores, y que, sin embargo, ellos no lo son en absoluto, porque compran sobre seguro, sin el menor riesgo -para qué ha existido lo público si no... ¡Qué injusto he sido! Cuando se privatiza un servicio, ¡quién va a prestarlo mejor que quien ya lo conocía cuando era público y funcionaba mal! Y tengo que admitirlo, no hay nada como un gestor privado para lo público. A mí me tranquiliza más que un director privado de hospital tenga un salario de banquero, que el hecho de que un hospital tenga tantas o cuantas camas y tantos o más enfermeros, porque cuando se gestiona bien, tiene que acompañarse de una buena retribución -así lo exige la eficiencia en la empresa privada.
El niño Güemes tiene un pelazo que testimonia que no le falta salud. Bien está y que nos dure, que todavía quedan muchos hospitales y centros sanitarios que los sindicalistas de la sanidad están llevando a la ruina. ¡Muerde ahí, Güemes, muerde!
Y ahora sacamos la bolita para el siguiente premio al liberal comprometido con la sociedad: ¡la gestión privada del Canal de Isabel II! ¡Uy, pero quién viene por ahí, si a éste también lo conocíamos...!
¡Yo soy español, español español!, ¡yo soy español, español...!


Yvs Jacob