martes, 9 de julio de 2013

Privatización de la sanidad pública en Madrid (Robertson Davies ya lo sabía)

Powel was in one of those hospital rooms which are described as "semi-private"; this meant that he lay in the part of the room nearest the door, and on the other side of the white curtain that split the room down the middle lay somebody who had hired one of the hospital television sets.

Robertson Davies, "The Lyre of Orpheus"

La privatización de cualquier servicio es un asunto mucho más complejo cuando se contempla fuera de la espuria legitimidad democrática, el "hemos ganado nosotros, y punto" del PP, la obsesión por la mitad más uno que en un pueblo políticamente nulo como el español desplaza cualquier concepción de la sociedad que contemple la variedad o pluralidad de intereses como un hecho radical -en la raíz-, no obstante las advertencias de algunos intelectuales -Hannah Arendt es un buen ejemplo- sobre el cuidado que hay que poner cuando se proclama la existencia de un interés común a toda una sociedad, temor referido a la posibilidad de abrazar un sistema comunistoide. Pero lo cierto es que con los campeones del neoliberalismo español tal interés -o intereses- existe, y para su realización se exige la aniquilación del sector público, si es que no se confunden aquí fin y medio, y la subasta al mejor impostor de lo público no es ya el objetivo buscado. El partido de aquellos que podrían conseguir mucho más dinero fuera de la política, en la actividad privada, que en el pública -¡jájajajaja!-, el partido de los excelentes por esfuerzo, por mérito y por naturaleza -¡jájajajaja!-, el partido contra las mamandurrias -¡jájajajaja!-, con la irresponsabilidad quintaesencial que lo caracteriza desde su fundación, hiere de muerte a la educación y a la sanidad públicas en Madrid en un ejercicio de barbarie histórica, porque precisamente de eso se trata, del triunfo de la ignorancia sobre el orden de la razón, al despreciar la importancia definitiva de la historia, donde hay que buscar la explicación de por qué en España han triunfado unas instituciones o modos de gestión y otros no, y aquí tiene mucho que ver la cobardía de los padres, los abuelos, los bisabuelos y anterior ascendencia patriótica patatera de muchos de nuestros actuales gestores, que siempre entendieron que el mejor negocio se hace cuando el riesgo lo asumen otros, y que excelente es quien más provecho obtiene del esfuerzo ajeno con la mayor reserva del propio. Esto lo trata Manuel Herce en una obra humillante que bajaría los humos a esos analfabetos de la derecha española si sospechasen la realidad que dio lugar a la España actual, unos analfabetos alucinados y horteras a quienes habría que pasear por las calles de la ciudad como a los perros, con una correa y restregándoles el morro sobre las meadas y las mierdas. La obra en cuestión, El negocio del territorio -publicada por Alianza Editorial en este mismo año-, reparte a diestro y siniestro y deja al lector honesto una lanza clavada en el secarral de la nación. No es sólo que la aportación española al progreso científico, tecnológico y material de la humanidad informe de su condición histórica de pueblo primitivo y subdesarrollado, sino que la soberbia de los taberneros ha hecho creer a nuestros gestores de la cosa pública que por tener unos jamones en la bodega estamos a la altura o incluso por delante de los pueblos que han alumbrado la pasteurización o la penicilina, y mientras siga vigente este delirio colectivo, todas las acciones de la sociedad española no irán sino en la dirección contraria, a saber, la de siempre, la senda segura de la mediocridad. El capital en España no ha sido tímido, según se decía del capital en general en el siglo XIX, el capital en España sólo ha intervenido cuando ha estado seguro de que contaba con el aval que garantizase su concurso, ¿no resulta contradictorio este paternalismo del Estado con el bravo emprendedor? ¿No es aquí el emprendedor un farsante de tomo y lomo? Del análisis que hace Manuel Herce de la estrategia liberal en España se obtiene el siguiente esquema: que inventen otros, que lo pongan en marcha otros -el Estado-, que nos lo entreguen maduro y a punto para los beneficios. ¿Pero no es esto demasiado poco liberal? ¿No se trata de una tomadura de pelo mayúscula? (No se pierda de vista lo que dice el profesor Herce sobre los peajes en Catalunya y las ruinosas circunvalaciones madrileñas, el timo es el mejor negocio).
Y todavía en Madrid continuamos, no chocando con la misma piedra, sino comiéndonos las piedras a bocados, y todo por las sucesivas mayorías absolutas que unos burros dan a otros. Yo me imagino que en España, una vez entregados todos los hospitales y centros de salud a los amiguitos del alma, una vez nos hayamos asegurado de que el hijo del zapatero sólo puede ser chatarrero y de que al niño rico no le falte el trabajo como doctor, veremos episodios que afloran cuando un pueblo como el español festeja con satisfacción el orgullo de reconocer su propia naturaleza, y será lo de menos que a un lado de la cortina y no a otro se vea y se escuche el televisor, porque los españoles, que tan antigua e íntima relación han tenido siempre con la humillación, no dejarán pasar la ocasión de darla y de recibirla. Por debajo de la cortina, el paciente rico lanzaba al pobre lo que eran sin ninguna duda los restos de su comida... Las sábanas sucias del paciente rico eran dispuestas inmediatamente en la cama del pobre, que podía entonces sentir que entraba en un lecho de más altura, era su compañero de habitación un igual... Quitaron al paciente pobre el riñón que tanto necesitaba el rico; la dirección del hospital registró que aún no se había cubierto ni un tercio de la estancia...


Yvs Jacob


¡Todos con Tokyo 2020!