jueves, 21 de julio de 2011

¿Habrá visto alguna vez Alejandro González Iñárritu cómo se desmantela un "top manta"?

Yo, sí. Quiero decir algo.
Me envía un amigo del CSIC un archivo en formato avi: "biutiful_frag". Me acojono.
"¿Es una película española?".
"Podría decirse...".
¡Hostia puta! Odio el cine para intelectuales... tristes.
"No temas, apenas unos minutos. Hay cosas todavía peores -Woody Allen hace una película al año...".
"Pero, ¿es legal? -lo digo por decir, el cine español está a salvo conmigo...".
"Absolutamente. Su finalidad es el estudio. Por otra parte, es cine social, nada que ver con Hollywood".
Abro el documento. Las escenas no son aptas para... observadores atentos de la realidad. Una moderna "lechera" cargada de policías a la caza del inmigrante subsahariano que se dedica a la venta de baratijas falsificadas por los orientales. Los policías a la carrera, porra en mano, consiguen atrapar a los africanos, algunos de los cuales chocan contra las mesas de los turistas en las terrazas de los bares, vuelan sobre ellas, y los agentes locales se aplican de lo lindo en el suministro de anestesiantes. Cine en estado puro. La película está ambientada en Barcelona, y todo el mundo sabe que son los catalanes los menos civilizados entre los españoles.
Yo soy un muchacho que pasea por las calles de Madrid... No exagero si digo que he visto casi cien veces el modo como aquí se desmantela un mercadillo de "top manta". Aparecen un par de coches de la policía local -tres o cuatro agentes-, que han sido convocados por algún policía de paisano a punto de atrapar a una presa. Los africanos echan a correr, pero nadie les persigue, al menos no más allá de unos metros. A la policía le basta con requisar la mercancía que no ha sido retirada a tiempo en la huida -un fardo, quizá dos. Eso es todo. Mucha gente mirando -y comentando envidiosa "se quedan con ello para sus novias, ¡hijos de puta!"-, pero nada más. No hay negros volando, no hay porras en la mano, no hay turistas histéricos ante el espectáculo de la injusticia mediterránea que se lamenten también porque se les haya derramado la cerveza.
En ocasiones, el coche de policía atraviesa la calle de Preciados... con los manteros en ella. El conductor, que debe de ser siempre el mismo, ha debido de entablar una buena relación con los subsaharianos, y les tranquiliza con la mano, un gesto que les informa de que hoy no les toca, de que la cosa no va con ellos, que será una ronda tranquila. ¡Señora, no suelte ese falso Louis Vuitton, le sienta de maravilla! ¡Está hecho para usted!
No he visto nunca nada más violento, nunca he temido tanto por la justicia como cuando el coche de la policía local madrileña recorre la calle central de la ciudad y todos allí hacemos como que no nos enteramos de lo que está pasando. Y lo que está pasando no es nada más que una ilegalidad necesaria cuando no se sabe qué hacer con los inmigrantes sin papeles y sin trabajo... y con un aparato genital de gran formato, porque todo hay que decirlo.
Obviamente, no se hace una gran película reproduciendo el paseo cordial de ese coche de policía, cuyo acto más violento pudiera ser el atropello de un dvd pirata en un descuido, puesto que la zona de Preciados es lugar de exhibición de muy ricas hembras, y un conductor distraído se arriesga demasiado. Esto da para un corto.
Hace un par de meses presencié también la detención de un delincuente y la retirada de su mercancía. Alonso Martínez. Junto a la salida de metro de la calle de Génova, un subsahariano monta su manta de bolsos. Dos policías nacionales se acercan. Uno toma la manta y otro, al negro por el brazo. Los tres ríen -el pobre vendedor a dicho algo divertido que nadie allí cerca consigue oír. Nos ponemos de muy mala hostia: pocas cosas hay tan violentas como no saber por qué se ríen los demás. No hay resistencia a la autoridad; no hay el menor uso de la violencia. Para mayor asombro, junto a los policías, el vendedor subsahariano saca su teléfono móvil y hace una llamada -los agentes no le prestan la menor atención... De nuevo, un hecho violentísimo -¿a quién llama ese hombre? ¿Están pidiendo una pizza?
Siempre he supuesto que el cine social, incluso construyendo una historia de ficción, pretende mostrar o llamar la atención acerca de la realidad, de alguno de sus aspectos más sórdidos. Se supone que es un cine fiel, que pone de manifiesto algunos valores.
Por cierto, nunca he visto a nadie que auxilie a los africanos cuando aparecen los coches de policía, me refiero a ningún blanco. Sí he visto que hay quien aprovecha la ocasión para llevarse lo que tiene en la mano, y hasta la venta apresurada, una mala venta, claro: algo que costase 5€ puede quedar rebajado por la circunstancia a 3€.
¡Cine social, cine social...!
Una última anécdota. Equipo de rodaje en el Rastro madrileño. Tres manteros corren calle abajo -dos mujeres y un anciano... ¡Hombre, esto ya es el colmo!


Yvs Jacob