miércoles, 26 de septiembre de 2012

Desmitificando Alemania

Curtius (Ernst Robert), el gran filólogo alemán, contó esta deliciosa anécdota en uno de los comentarios acerca de sus lecturas publicados por el diario Die Tat, de Zurich, cuya compilación, titulada Büchertagebuch, saldría a la luz en 1960, ya fallecido el autor, en la ciudad de Berna. Contaba Curtius: "Cuando me encontraba... escribiendo un libro sobre Balzac y quise reunir testimonios de la acogida dispensada a este autor por sus contemporáneos, intenté conseguir los diarios de Goethe, que, como es sabido, tan sólo en la edición de Weimar se reproducen completos. Me resultaba difícil el acceso al texto deseado. Mas he aquí que, al comprar embutido, el tendero me lo envolvió en un pliego de maculatura que contenía precisamente el texto buscado" (traducción al castellano de Taurus Ediciones, Diario de lecturas, Madrid, 1969). Y muchos españoles, tras conocer este episodio, se preguntarán: ¿cómo es posible que en un país donde la formación profesional goza de tanto prestigio por su grado de especialización los charcuteros lean a Goethe? Y yo llevaría la cuestión más lejos: ¿cómo es posible que los charcuteros alemanes no sólo lean a Goethe, sino que lo aprecien tan poco como para envolver con su obra los embutidos? Mucho me temo, sin embargo, que un charcutero alemán no sabe más de Goethe que un pescadero español de Cervantes, y si lo que cuenta Curtius es verdad, ¡hay que ver lo brutos que son algunos! Pero el pasado verano anduve yo por la Germania en busca de un poco de paz, cansado como estaba y estoy de vivir entre los no menos brutos españoles, y caminaba una tarde por la Linienstraße de Berlín cuando me topé de pronto con algo que cerca estuvo de extinguir mi afecto por ese pueblo magnífico, cuyo único defecto es quizá de orden geo-climatológico, lo que escapa incluso a la eficacia de su ciencia.


En efecto, se trata de una pedazo de mierda de perro en una calle de Berlín, una mierda que sólo se podía salvar cogiendo carrerilla; y no quiero engañar a nadie, la lavadora que apenas destaca tras el soberano bulto escatológico también estaba allí, aunque no se apreciaba a ningún rumano en las proximidades de tanta chatarra. Anda Angela Merkel metiendo el dedo en el ojo con que si España lo hace todo mal, que si es un ejemplo de lo que no se debe hacer y tal y cual, pero yo quiero decirle a doña Angela lo siguiente: pocas cosas detesto más que a los perros y a las cacas de perro, y así te lo digo, Angela, o haces algo para que una deposición semejante no se produzca de nuevo en vía urbana o yo a Berlín no me voy.


Yvs Jacob