miércoles, 17 de febrero de 2010

Cormac Mccarthy, "The Road". Consejos para novelistas españoles

Cuando uno lee The Road no puede evitar que cierto desprecio se dirija tanto a la obra como a su autor. Parece como si Mccarthy la hubiera escrito en una semana, sin demasiada ambición desde el punto de vista narratológico y con ausencia total de contenido reflexivo-metafísico, por el dominio absoluto de la descripción. Esta reacción, no obstante, es propia de un lector culto europeo. En el perfil de este lector pesa demasiado el gusto por la justificación, el error cartesiano del método, el modo como todo se refiere o relaciona dentro de un sistema y, lo más importante, su causa. Obviamente, el lector europeo quedará siempre insatisfecho, no lleno, y un ejercicio narrativo como The Road no pasará de ser una bagatela.
Puesto que España es una cantera magnífica de novelistas pésimos, encuentro muy acertado aprovechar los defectos de la novela norteamericana actual de manera que se equilibre la incompetencia de los autores con la ya incurable de los lectores. Ahí voy, pues, con algunos consejos para el novelista ibérico.
1. Nunca preguntes "¿por qué?".
Las preguntas las hará el lector, pero no hay que resolverlas; al lector hay que arrojarle la carne cruda: apenas se le presenta un plato medio cocinado, no lo disfrutará, y sólo te reprochará el otro medio. No tengas piedad -ni miedo: no pienses en el editor, ese avanzadísimo intelectual español...
2. No pienses demasiado.
El vicio europeo de convertir a la portera en Séneca ha superado las cotas más elevadas de la ridiculez, y además de tristeza, produce úlceras. Las reflexiones profundas raras veces aportan verosimilitud a una novela mala, luego es mejor evitarlas para eliminar relieves y socavones cuando no hay genio.
3. Los personajes hacen, miran y hablan, nada más.
Si tú no piensas demasiado, o piensas mal, no quieras que tus personajes te suplanten: la mierda sólo produce mal olor, esto es, más de lo mismo.
4. Todos los datos son superfluos.
Superfluo significa "no necesario", y en la novela, nada lo es. No te subyugues con la responsabilidad de la perfección documental ni con la angustiosa insistencia del detalle; ya ha quedado claro que es el lector el que hace las preguntas, disfruta del placer de lo vacío, como en la vida misma.
5. No hagas fuerza con el vientre.
La mejor mierda es la que sale sola. Si no brota con libertad, si exige de ti un esfuerzo muy próximo a lo intelectual, entonces estás escribiendo la novela equivocada.
6. Ni mucha acción ni poca, o lo que es igual, ni hachís ni coca.
Es probable que no sepas plantear ni construir los episodios en los que de verdad sucede algo, así que evítalos como a la reflexión; confórmate con acercar al lector a situaciones inquietantes, pero concede a su imaginación el privilegio de su exceso inherente.
7. Mucho ojo con la descripción.
Puesto que el objeto es realizarte, perfeccionarte como novelista malo, no tomes como ejemplo a Azorín. No es lo mismo decir "el vuelo de la gaviota describía la planicie desierta de la mañana" que "había -o no había- gaviotas". Tú di siempre que "había -o no había- gaviotas", y nada más.
8. La (mala) poesía mata.
Si tú no lees poesía, ¿por qué la escribes? Métetelo -¡qué palabra!- bien en la cabeza: tú no eres poeta, el poeta escucha las palabras con el oído del alma; tú eres un redactor estricto que como mucho conoce el segundo nivel de dos o tres palabras.
9. No escribas demasiado.
No seas tan cabrón.


Yvs Jacob