Entre los ganadores de un premio Goya en su XXIV edición, probablemente, no.
He confesado en alguna ocasión mi temor ante el término "arte". Ello se debe a cierto aprendizaje que ha resultado de mi experiencia al observar que en la mayoría de ocasiones el término se emplea para llenar un vacío que, por el momento, ningún otro, sin ser soez, ha conseguido ocupar. Domina en el término "arte" un sentido eufemístico actual, y cuando alguien afirma que "participa en el arte, o que es artista", yo entiendo que en realidad lo hace "donde debiera haber arte", esto es, "donde otros sí han sido artistas".
Como buena parte de la gente del cine en España considera que participa en una actividad artística en la que hay, efectivamente, arte, y como siempre se andan quejando los cineastas -"los del cine"- de lo mal que llegan a fin de mes, algo que también es propio de los escritores, escultores, pintores y otros finos artistas a quienes no es fácil encontrar llorando por las esquinas ni en procesión al Parlamento europeo, me senté como un español más ante el televisor para conocer un poco mejor el pathos del creador del celuloide, no fuera que el prejuicio me privara de aceptar su genio y talento y las bondades derivadas de ambos. Pero cometí un error decisivo al plantearme esta cuestión: ¿es el cine una actividad técnica o intelectual? Un error fatal que vició mi percepción de los discursos de los premiados y me devolvió al concepto de pobreza en que ya me hallaba antes del bochorno que presencié.
¡Cómo hablaron los premiados! Si los premios se hubieran concedido al Mejor Celador, a la Mejor Secretaria... ¡Cuánto mejor no hubieran hablado los ciudadanos anónimos que nuestros talentosos artistas y cineastas! Y no menos soberbia fue la formación dramática, la versatilidad en el registro que arrasó la sala como un incontenible torrente apolíneo. No hubo nadie -actor, director, técnico, productor...- que no dijera "bueno" al inicio de su locución... ¿Y qué decir de esos "te quiero" hollywoodienses, que de tanta sinceridad me hicieron berrear como un niño cagado hasta las cejas?
Triste me quedé, no obstante los esfuerzos de Andreu Buenafuente, a quien apenas siguieron los chistes, de tanta ansia como soportaban los nominados. Fue una noche fracasada, porque tampoco comprendí el discurso de Álex de la Iglesia, que animaba a sus compañeros a disfrutar del privilegio que es trabajar en lo que a uno le gusta. Pero, ay, quizá sea eso lo que sucede al cine español, que no es lo mismo que algo te guste a ser bueno en ello...
Yvs Jacob
domingo, 21 de febrero de 2010
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