sábado, 22 de enero de 2011

San José María Aznar se empeña en que la historia lo recuerde como a un pequeño hombre mezquino

San José María Aznar siempre quedará vinculado a los miles de muertos de la guerra de Iraq y a los atentados del 11 de marzo de 2004, e incluso hoy es imposible, al ver su cara, que la imagen de la destrucción diaria de Bagdad, o la de unos trenes reventados, no se presente de inmediato y supere la contigüidad de que hablaba Platón respecto de los recuerdos para convertirse en la construcción de un signo, la palabra "Aznar", hasta el punto de mostrar su obra y decir: "es esto".
Si se quiere, Felipe González siempre será el presidente de los GAL y de la corrupción, como Rodríguez Zapatero lo será de la crisis y el desempleo. Así hablará la historia.
En comparación con ellos, es más triste la actitud de san José María Aznar, que vive cada día con el deseo, no de redención, sino de resarcimiento, y es de suponer que una hilera interminable de muertos debe pesar tanto como para que un día y otro se esfuerce por sobreponerse con la única arma del rencor, tanto como para decidir darse una segunda oportunidad. Pero siempre será el pequeño hombre mezquino que dijo "Sí" a la invasión y destrucción de Iraq, como si una guerra fuese en algo parecida a su representación cinematográfica; el hombre que por su irresponsabilidad puso en peligro la vida del pueblo que le había confiado su gobierno en democracia.
San José María Aznar desconoce por completo el principio sagrado de la responsabilidad en política, y lejos de mantenerse en la discreción que debería exigirse a sus pecados, ha optado por la presencia insistente, como si no hubiese agotado ya la paciencia de los españoles. Esta misma presencia pone en evidencia su culpabilidad. Es fácil entender que el gobierno nunca esté libre de riesgos y amenazas, pero hay errores que pueden evitarse también con facilidad. Y san José María Aznar, como sabe que el pueblo no perdona, se empeña en negar que cometiese tales errores, y burla así la dignidad de los españoles como seres humanos, pura mercancía intercambiable incluso con la muerte, y todo para no dañar la clarividencia del gobernante -George W. Bush lo ha llamado "visionario", pero es obvio que ignora el significado de ese y otros términos.
Los vítores y aplausos que recibe el santo en las plazas que visita estos días prueban al observador atento que el Partido Popular es una solución zafia para España. Sus nostálgicos se parecen en mucho a esa gente extraña que añora al dictador, individuos que no comprenden en lo más mínimo en qué consiste la vida en una sociedad democrática, y que suspenden el principio de causalidad de su aplicación a la historia para celebrar el pasado, como si el presente no tuviese nada que ver.
La duda que ahora queda a la izquierda española es si Pérez Rubalcaba se consumirá durante un año entero en la recámara, si conseguirá vencer la campaña que los medios de comunicación del circo popular recrudecerán en breve contra el "portavoz de los GAL", si los votantes más irresponsables se cansarán de un poco más de lo mismo.


Yvs Jacob