domingo, 11 de octubre de 2009

Mariano, Paco, Ricardito y doña Rita

Supongo que todas las personas honestas de España están hasta los cojones de 'la trama valenciana', de su 'rama madrileña', de su 'contagio masivo' y de la madre que los parió a todos. Yo, que no soy siempre honesto, sí estoy hasta los cojones. Me sucede igual que con otras maniobras angustiosas de la estupidez universal en su versión local: el terrorismo vasco, el irritante cinismo del independentismo formal de Cataluña, la guerra de Irak o el caso del Prestige. Hasta los cojones.
Padezco desde la infancia una terrible ansiedad que me empuja hacia las decisiones rápidas. 'Rápidas' no es más que un adjetivo torpe, pues de lo que se trata, así lo creo, es de encontrar una solución. Y esto es precisamente lo que no se está buscando, no al menos entre quienes deberían emprender la tarea de pasar la mopa. ¡Qué mierda! De regar con napalm. La democracia defectuosa por la que han optado los demócratas occidentales es sólo un refugio de ineptos, y la ciudadanía, tan culpable, ignora las posibilidades de defensa ante sus agresores, que no son más que cuellos brotados de ella misma. Cada día, cuando leo la prensa o escucho las noticias, dar crédito a la realidad exige de mí la presión insoportable de dos planchas de acero que oprimen mi cabeza, y me pregunto: ¿de verdad es esta sociedad española un vertedero de gente sin esperanza? ¿De verdad es el ciudadano un cretino tal que no advierte que el político no es más que un hombre elegido para llevar a cabo una actividad?
Pero la ciudadanía, capaz de subvertir todas las reglas irrelevantes, carece de agallas cuando tiene una prueba real que superar. No, hostias, no se trata de decidir si es bueno o malo fumar en los bares; y no se trata de abordar una sesuda discusión acerca de si el respeto es o no un valor que deba observarse en el currículo de una asignatura propuesta por el Gobierno, aspecto que, a pesar de 'lo que digan los jueces', queda fuera de toda duda por parte del discurso que de verdad importa, la filosofía. De lo se trata, de lo que de verdad se trata, es de si la sociedad está dispuesta o no a maltratarse a sí misma con su silencio culpable, con su cobardía, con su religioso respeto a la ley, cuando la ley es bárbara.
Es ridículo que no se pueda confiar en la justicia para resolver un problema tan importante como la financiación ilegal de un partido, o tan importante como la corrupción, que descarta a los ciudadanos honestos en la obtención de beneficios, mientras que resulta favorecido cualquier 'arrimacebolla' que ha tenido la fortuna de contar con una lengua 'hurgaculos'.
La democracia, aunque ya nadie medite sobre ella, no es más o menos democrática, no es aproximativa en su definición, no es casi democrática: o es, o no es. Y sólo es cuando se respetan sus reglas, y la primera de ellas exige que el sistema, en tanto que tal, no conceda privilegios. Si algunos no cumplen las reglas democráticas, si deciden no jugar, entonces no jugamos tampoco los demás. El asunto es muy serio, hostias, y hay que castigar severamente a quienes se burlan de él y de todos nosotros.
No, Mariano, todavía no hemos alcanzado el divino Estado policial.
No, Paco, no creemos ni una sola de tus mentiras.
No, o sea, no, Ricardito, tú no tienes ninguna confianza. ¿Cómo podrías tú tenerla?
No, doña Rita, no: los trajes no son lo de menos; son todo.
Anda y que os parta un rayo a todos.


Yvs Jacob