lunes, 28 de enero de 2013

Contiene la letra "p": país de pobres, pedigüeños y parados

¿España?
La semana pasada vivimos otro episodio de recio costumbrismo español, se publicaban los datos del desempleo y respiramos con alivio porque no se había alcanzado la cifra de 6 millones de parados, un episodio más del consabido miedo español a que se oficialice la realidad, la sanción libre de superstición. No obstante, en un pequeño titular de diario se decía algo así como que "la mitad de los parados ya ni siquiera busca empleo", y habría que añadir que hay muchísimos, pero realmente muchísimos desempleados que ni siquiera están inscritos en los registros de desempleo, o lo que es igual, que hay muchísimos más parados no oficiales que nada va a oficializar. Luego no respiremos tan satisfechos, que todo está mucho peor de como lo percibimos. Como nunca faltan humoristas en los Gobiernos de España, tras pedir la ministra Fátima Báñez un capote a la Virgen -en Madrid, en particular, le hemos pedido un casino-, fue el turno para Miguel Arias Cañete, el ministro Caducao, que quiso darnos fecha de caducidad por consumo preferente al defender los llamados "frutos" de la llamada "reforma laboral", lo que no es sino el timo por todos conocido: a cambio de nada, te saco hasta los ojos -España, tierra de bandoleros, no oferta la bolsa o la vida, aquí si es posible acabamos con las dos.
Y todo el mundo anda revuelto con la situación en España, que no se sabe muy bien por qué trabajan tan pocos ni se sabe muy bien en qué se podría trabajar donde no hay más que bares, hoteles y restaurantes, el modo de vida elegido por los taberneros, por los listos y por los horteras; se preguntan también en Alemania en qué se podría emplear una población tan grande, tal cantidad de consumidores, o potenciales consumidores, según evolucionan los acontecimientos, se lo preguntan los alemanes, ellos que compran en supermercados alemanes, que conducen coches alemanes, que montan en bicicletas alemanas, que viajan en puntuales trenes alemanes, que hablan por teléfonos alemanes, que se gobiernan por eficientes leyes alemanas, ellos, los alemanes, que no dudan en absoluto de Alemania. Y todos, aquí y allí, nos preguntamos a qué nos dedicamos los españoles, que ni compramos en supermercados españoles, sino en los alemanes y franceses, que no conducimos coches españoles, sino alemanes y franceses, que no montamos en bicicleta, salvo raras ocasiones, pero bicicletas extranjeras, que consumimos todo cuanto no producimos, y no producimos nada, que nos gobernamos por leyes improvisadas e ineficaces, y que no sabemos en absoluto qué es España.
También la semana pasada, además, apenas se daban a conocer los datos del paro, dos nuevos titulares no produjeron la menor alarma en el país de los taberneros: en Catalunya se aprobaba una declaración soberanista; por su parte, el FMI declaraba que la situación en España sería peor en 2013 de lo que fue en 2012. Y todo seguirá igual. Desde la instituciones europeas se juzga vergonzoso que el 55% de los jóvenes españoles no tenga empleo. En España, no obstante, se confía en que el empleo llegará como sucede con algunos vientos, o quizá como las aves migratorias, se piensa en el empleo como en una bonanza inevitable, sujeta, sí, a vaivenes, pero fiel, que no se ha ido de aquí para siempre, y que tarde o temprano volverá -es una idea magnífica que nos envidiarían los antiguos griegos, creo que merece la pena bautizarla así, "la idea climática y migratoria del empleo". Como tal, como idea climática y migratoria, nos impide a los españoles hacer nada por favorecer el empleo, no está en nuestra mano, decimos, cualquier intento por reindustrializar el país, por recuperar el trabajo que la deslocalización se llevó a otros lugares, cualquier intento por convencer a los empresarios españoles de que existe una manera nacional no necesariamente ridícula de favorecer a sus compatriotas, a los hijos de sus compatriotas, nos parece un disparate antiliberal, porque el empleo, como las reglas de mercado, o precisamente porque no depende sino de ellas, se autorregula, y unas veces va mejor y otras peor, pero siempre que va muy mal termina por recuperarse, y a eso esperamos, a que el empleo se recupere, pero a que se recupere él. Como decía, una auténtica fatalidad griega este asunto del empleo en España -nos hemos precipitado hacia la ruina, pero ha sido la mala suerte... y quizá también Angela Merkel. (A propósito de la fatalidad ya había dicho Platón que no la enderezan ni los dioses -a ver si vamos a ser los españoles de alguna manera racionalistas, ¡lo que nos faltaba!).


Yvs  Jacob