miércoles, 12 de octubre de 2011

Madrid se llena de bicicletas

No hay joven desempleado, alegre y ocioso que se precie que no se deje ver al mediodía por la calle de Fuencarral en bicicleta. Hasta cinco encontré yo hace unos días cuando cruzaba el paso de cebra cronometrado de la Gran Vía (Nota para la posteridad: el dato es de muchísima relevancia). En tal situación, uno tiene la impresión de reconocimiento de otra realidad, de un viaje inmediato a un país extranjero, donde los desplazamientos en medios de transporte ecológicos son de una obligación moral. Tiene razón un gran amigo mío cuando dice que la bicicleta es considerada mayoritariamente por debajo de sus bondades, que se ignoran por completo. La bicicleta es el medio del paria, del muerto de hambre, porque quien tiene pasta, ése va en su coche de putísima madre, y si tiene mucha, pero que mucha pasta, no sólo te mira como si fueses un desgraciado perroflauta, sino que en seguida piensa de ti que eres también gilipollas. No me gusta, pero debo corregir a este buen amigo: la bicicleta es de parias... en España, donde no tarda mucho el miserable en creerse un hombre rico, y ya estamos con España, que lo nuestro no tiene perdón.
En España no ha habido bicicletas ni en estadios anteriores de su pobreza. En la etapa actual de nuestra pobreza, a la que hemos disfrazado de oropel tecnológico de saldillo, un ciclista urbano en Madrid es poco menos que un hijoputa. Como sucede siempre a los españoles, se le niega al ciclista la libertad a la que otros renuncian -vaya, creo que siempre utilizo esta fórmula o resumen cuando hablo de la derecha española, y sospecho que no tardaré en llegar a ella... La libertad del ciclista urbano se desprecia tanto como se teme, en general, a la libertad, pero sólo en España. Insisto en que éste ha sido siempre un país hostil para la bicicleta, un rasgo a tomar en consideración cuando se analiza la bajeza centenaria de esta raza ibérica, una vileza que asusta, sobre todo si se atiende al hecho de que el español, cuanto más analfabeto, más fardón. No voy a negar que el ciclista urbano, en el ejercicio de su libertad, deriva siempre hacia el libertinaje, pero ayudaría a combatir su placer por el exceso un código de circulación cabal, nacional, y que no se asuste nadie por el término, de manera que las reglas superasen la caprichosa ordenanza municipal de turno -vaya, qué cerca estoy ya de otro gran problema español...
Es sólo desde hace un par de meses que las bicicletas han salido a las calles de Madrid; son, por el momento, bicicletas bastante feas. Pero la bicicleta es mucho más que un medio de transporte físico, opera también una transformación espiritual en el pueblo que se ejercita con ella, se desarrolla un concepto de tolerancia imposible de cultivar en el interior del utilitario, que es la auténtica máquina del hijoputismo, del encabronamiento crónico, actitudes muy españolas, al menos, fácilmente observables en los conductores de Madrid -y no nos engañemos, para que el problema moral español se exponga en su amplitud, hay tantos infractores al volante como en los pedales.
Si todo sigue adelante, con el tiempo llegará a observarse que hasta los españoles pueden convertirse en un pueblo civilizado. Como siempre, han creído los españoles que la civilización se alcanza con dinero y museos de arte contemporáneo de chapa blanda, que los problemas culturales se resuelven... con dinero, pero ¡qué lejos de la verdad! Si todo sigue así, llegará el momento en que a los españoles nos molestará nuestro propio ruido, nuestra propia suciedad, nuestro placer por la delincuencia, por la política tonta, y empezaremos a exigirnos más, más y más, hasta el punto de que encontraremos acomodo entre los países que tanta veces se dicen "de nuestro entorno". Por el momento, unas cuantas bicicletas no nos han sacado de la placa africana, y como gane el PP en las próximas elecciones, vamos a acabar todos esclavos... digo... negros.


Yvs Jacob


[Véase también Del hijoputismo al volante al matonismo de pedal].