martes, 8 de octubre de 2013

¡Pánico en el eje motorista Alcalá-Mayor!

Me cuenta un amigo que desde que monta a diario en bicicleta y hace una media de diez kilómetros para evitar grietas, baches, socavones, abismos y otras heridas en el asfalto de Madrid se le están poniendo preciosas las uñas de los pies -al parecer, la presión de la parte blanda de los dedos sobre la uña en el pedaleo regular produce un efecto corrector de la deformidad causada por la tiranía del mercado en el uso intolerante de calzado inadecuado. Es éste un berenjenal acojonante en el que no me puedo meter con apenas un barniz aristotélico, pero si como sostenía Edward Bellamy en Looking Backward -Bellamy, peligroso rojo obsesionado con la racionalización del trabajo para realizar el progreso- el principio fundamental de la sociedad es "la civilización de nuestros vecinos", y cito bien, "¡la civilización de nuestros vecinos!", y si, como yo creo, pocos agentes más eficaces que el ciclista kantiano existen para lograr ese fin, bienvenida sea una vez más la contribución de la siempre espuria estética. Me he entretenido en el examen quizá superficial de mis propios pies sin observar nada extraordinario -ni parecen propios de ser mortal ni su punto débil se revela en un examen ocular... Por otra parte, nunca he tenido una gran consideración a los pies humanos, creo que las divinidades se cebaron al hacer al hombre con los huevos colgando y en sus pies -y fue una suerte que se plantaran ahí, que el resto de la fealdad la emplearan en Cristóbal Montoro, ese ministro que pide a gritos una hostia, (¡ay mare, quién se la pudiera dar!). Yo que ya me había apartado de la política y perdido cualquier interés por la suerte del pueblo español, del que reniego y del cual he sido expulsado por su recelo hacia el civilizador -el educador que diría Nietzsche...-, me animaría a participar en una formación cuyo único punto programático fuese darle una hostia a Cristóbal Montoro, un PQDHM -Partido de los que Quieren Darle una Hostia a Montoro- con el propósito de entrar en el Parlamento y darle una muy, pero que muy buena hostia, pero una hostia democrática, pues según acepción democrática hoy en día imperiosamente vigente -visión catalanizante de la democracia como "aquello que hace o desea mucha gente" (?) (a veces somos así de sencillos)-, esa hostia se la queremos dar o todos o casi todos o muchos muchísimos más. Otro día trataré esta terna conceptual que anda muy revuelta: ¡o es democracia o es fascismo o es religión, señores!, pero hoy quería hablar de un asunto más local, sin vuelos, el miedo que conoce el ciclista kantiano cuando invade el carril motorista del eje Alcalá-Mayor de Madrid en cualquiera de sus tramos, bien la calle de Alcalá (¿homicidio o suicidio?) o la calle Mayor (no apto para personas con problemas cardiacos). Ciclistas, peatones, conductores y taxistas coinciden por una vez en algo: el eje ha sido escasamente señalizado e invita a la confusión, pues los semáforos muestran una bicicleta como señal, lo que podría ser interpretado por muchos ciclistas como un aviso de vía restringida para su uso; no obstante, el ciclista ingenuo que pretende usar dicho carril se ve no sólo superado sino impedido en la circulación por motocicletas de diversa cilindrada en cualquiera de los sentidos en que interprete su tránsito, ya el correcto, contrario al de la circulación de vehículos a motor, ya el incorrecto, habitual de muchos ciclistas (no kantianos) para quienes la imagen pintada en la calzada es tan indiferente como para los motoristas la bicicleta que circula hacia ellos. Una vez más, en la "marca España" no se manifiesta sino nuestro ADN analfabeto. En Brujas las bicicletas pueden circular en ambos sentidos en casi todas las calles de la ciudad -es obvio que 40 millones de españoles jamás podrían alcanzar el concepto de orden natural para 100.000 ciudadanos europeos, y es triste que jamás 100.000 españoles pudieran construir un mundo tan civilizado como el que disfrutan 80 millones de aquellos. Atiéndase a semejante logro del civismo, que cualquier conductor o peatón tenga presente que en ambos sentidos de una calle ¡podría aparecer una bicicleta! Algo así sería imposible, metafísicamente imposible en España, por lo que una vez más debemos recurrir a la sobreseñalización, a la sobreprohibición y a la sobrelegislación -aquella queja de Spencer, "too much law-making!", es tanto más inadecuada para España cuanto más liberal su gobierno, esto es, cuanto más bruto un pueblo mayor necesidad de muchas y férreas leyes, hasta que la pura formalidad sea sustituida por la pura moralidad. Un pueblo tradicionalmente tan bruto y mal educado como el español, cuyo mayor vicio conocido es la acumulación de la pobreza, un pueblo que por si no tuviese ya poco con su necedad ha recogido a la flor y nata de cuantas culturas dispersó con alivio el azar en tiempos pasados, un pueblo tal en jornada continua de puertas abiertas al avasallamiento de los derechos del ciudadano que estima la dignidad no puede permitirse la menor concesión a la espontaneidad; todo lo contrario, miles y miles entre nosotros no habrían de salir a la calle sino con una correa al cuello ni permanecer en sus casas sin cadenas ni bozal. La alcaldesa por sorpresa del Ayuntamiento de Madrid entrará en la pequeña historia local como una incompetente por méritos propios -todo lo demás nos ha sido impuesto-, igual que su antecesor, el hoy ministro ultra Ruiz-Gallardón, no será recordado sino por haber gestionado el municipio con mayor número de habitantes del Estado mientras contemplaba indolente que miles y miles y miles de ellos perdiesen sus negocios y sus empleos, Ruiz-Gallardón, el profeta de los juegos olímpicos de la redención, Alberto "el de la tuneladora". Ana Botella es un personaje tan ridículo en su concepto que nada podrá salvar, el "Botellazo" fue un ejemplo destacado de la intromisión en asuntos serios del arribista aventurero, una apología del analfabetismo que condena al pueblo que la padece a la melancolía y a la miseria. En Basuragurú pondremos en marcha con motivo de las próximas elecciones europeas la campaña Que vote su puta madre, tenemos la intención de restituir y revitalizar así instituciones de gestión hoy extintas, como la comunidad de vecinos, la calle y el barrio, pero no como lugares de expansión del grafitero, sino como núcleos de decisión y de acción del ciudadano-vecino capaz de tomar la iniciativa en la resolución de problemas creados por la anarquía que fomenta tanto liberalismo de los cojones. Estas instituciones alguna vez intermedias para la gestión son hoy incompatibles con las Botellas, los Gallardones, las Sorayitas y otros salvadores de las Españas, de ahí que vote su puta madre, porque a lo que se dedica esta pandilla no tiene nada que ver con lo que nos preocupa a nosotros. Mientras tanto, quizá algunas multas no vengan mal, joder, ya es bastante triste relegar la circulación en la saludable bicicleta a un bordillo, con la cantidad de calles que conforman una ciudad, como para temer por la propia vida en ese rincón de mierda.


Yvs Jacob


[Y muy pronto en Basuragurú: "¿Cuántos chatarreros rumano/búlgaros necesita la ciudad de Madrid? ¿Salen esas plazas a concurso? ¿Y cuántos 'gorrillas' hemos 'integrado' ya?"].