sábado, 1 de mayo de 2010

Los chinos y el Día del Trabajo

China tiene de comunista lo que yo de gondolera. "A tomar por el culo el Día del Trabajo" ha debido de ser la consigna este Primero de Mayo para esos colonos que el espíritu de Mao ha instalado en España, y el paseante siempre perplejo se ha encontrado todos los establecimientos orientales llenos de desesperados que no sabían qué hacer, sino comprar, el día en que cierra todo lo demás -¡hasta El Corte Inglés, me cago en diez!
La China ya no es lo que era, si es que alguna vez fue algo. Yo ya no tengo paciencia ni tolerancia para el buen rollo hacia lo chino; sus locales me parecen un clímax del espanto, aunque uno de intensidad improbable, hasta ahora, de tan largo como está siendo su imperio; sus productos son una burla, y su concepto del empleo, una nueva forma de esclavitud. Es sin duda esto último lo peor, algo a lo que la sociedad occidental, tan sensiblera cuando le tocan las ballenas y los abalorios de algunas culturillas, no parece ofrecer ninguna resistencia, todo por el beneficio impúdico de comprar albóndigas y cigarrillos a las 12 de la noche.
En cuanto al Día del Trabajo, el único día que este asqueroso mundo occidental se ha concedido para sí mismo, quiero recordar algo que sólo en un liberal honesto como J. K. Galbraith he encontrado. Galbraith era liberal, como lo son todos los norteamericanos, pero tenía algunas dudas de que el mundo pueda funcionar bien con una sima tan profunda como es la desigualdad. Pero la lección de Galbraith es otra: el mundo siempre ha sido pobre, así de sencillo. Y tenía razón. La revolución tecnológica del siglo XX no ha combatido la pobreza. En el pasado, el mundo era pobre porque la técnica no había conocido grandes avances que pudieran ser aplicados al bienestar; y en el presente, el mundo es pobre porque su población se divide en dos grupos: los gilipollas y los hijos de puta, y por más gilipollas que hay, y la verdad es que somos mayoría, más hijos de puta son los hijos de puta, y así no vamos a ninguna parte.
El Día del Trabajo es el día que tenemos los gilipollas para pensar que el trabajo es una mierda, para pensar que somos unos miserables, aunque regocijándonos ese día por serlo un poco menos, o de otra manera. Pero aquí llegan los simpáticos hombrecillos amarillos de pies pequeños y uñas largas y se pasan por el forro de sus liliputienses espitas nuestro derecho a la pereza. Lo que tiene más gracia es sin duda que muchos gilipollas poco previsores han podido llenar sus barrigas, han podido comprar maletas y lucir nuevos y originales peinados en su día de fiesta, mientras unos seres extraños, procedentes de un país que ha gustado llamarse "comunista", se afianzan ante los ojos del admirado paseante como auténticos extraterrestres, ya no humanos, y la cosa da bastante miedo.
Hablando de miedo... Tuve la ocasión anoche de ver a Mario Conde en Intereconomía... Creo que la práctica del suicidio colectivo está muy desprestigiada. Los mensajes de apoyo que intrépidos lingüistas nocturnos le enviaban se añadían dolorosamente a la película de terror que el antes superbanquero prodiga por nuevos escenarios, y con el convencimiento de que estamos todos locos, me fui a la camita bastante acojonao. Yo ya no sé qué puede pasar..., pero así no podemos continuar.


Yvs Jacob