lunes, 17 de agosto de 2009

Basuragurú, el regreso

Siempre he disfrutado de agosto en Madrid, el índice de superpoblación disminuye y uno puede contemplar la ciudad muy cerca del ideal burgués de la economía humana selectiva, si bien todavía lejos de la auténtica aristocracia. Cristiano como soy, culturalmente hablando, yo mismo he puesto en práctica la eliminación de todo lo superfluo con mi propio "borrado del mapa", ejercicio que me ha llevado a Italia durante unas semanas con mi morena y una mochila de ropa inmaculada. Así, no sólo he permitido a otros cristianos el placer de mi caridad, sino que he recibido buena ilustración de eso antes conocido como Europa. Y he regresado.
Nuestros auténticos hermanos de allá, que no son sudamericanos, por cierto, no me han dejado indiferente, una vez más. No soy un viajero que desprecie el suelo que pisa allí donde llega y encuentro demasiado cínico juzgar una tierra que apenas es mía unos días de estío. He afilado la lanza, no obstante, y es posible que en entradas sucesivas atraviese algún que otro cochinillo, pues esta especie no conoce fronteras políticas y ningún espacio -o tiempo- queda fuera de su nefasta proliferación.
Yo mismo he cometido errores; todavía no entiendo cómo me atreví a llevar conmigo Viaje en autobús, de Josep Pla, con lo desagradable que es de por sí volar en avión, encogidos ambos, alma y estómago. No me lo explico.
Pero todo lo puede el Trastevere, y nada hay en el mundo que supere la belleza gris de la plaza del Panteón de Agripa, urbanismo incomprensible para la raza que ama lo absurdamente feo, la raza española, y lo que acoge dentro del no menos estúpido concepto de diseño. Así nos va.
Tan pronto como Basuragurú recupere el aliento, y las plantas de los pies, regará las calles de Madrid con su sonrisa de Cheshire. Por el momento, sólo necesito soñar con los angelitos.


Grazie mille!


Yvs Jacob