miércoles, 30 de mayo de 2012

Del hijoputismo al volante al matonismo de pedal (Madrid en bicicleta)

Hola, amigos.
Observo desde hace meses que las bicicletas ganan visibilidad en Madrid -ya hay casi tantas como comercios de orientales y rumanos mendigando-, y me gusta que muchos hayáis descubierto el placer de pedalear, que es algo más que sentir una aguda molestia entre las nalgas -¿no debería decir algo el obispo de Alcalá de Henares, algo así como "empiezan por la bicicleta y terminan liados con la pata de cabra", o al contrario, "empiezan por el mango y terminan sobre la bicicleta"? Sé que el tema es otro, pero aprovecho para llamar la atención a quienes usáis modelos de montaña para circular por la ciudad: ¡cabrones, hijos de puta! ¡Compraos una bici bonita, coño, o queda(r)os en el pueblo! Pues quería comentar con vosotros este avance de la bicicleta en el paisaje urbano; la calidad del aire que respiramos, el tono tostado de nuestra piel cuando nos tragamos la flatulencia asesina del coche que huye ante nosotros, la música de vanguardia, ¡bendito sea Stockhausen!, coro celestial de los cláxones que anima nuestra marcha... ¡es maravilloso circular en bicicleta! Pero no obstante algunas incomodidades que reducirán por fortuna nuestra vida en este asqueroso mundo de los hombres -¿no serán, pues, bondades de la vida moderna?-, circular es un placer que te puede suceder -¡y hay que ver cómo van las tías este verano! Pues os decía que la transformación de la ciudad para el automóvil a la del ciudadano es posible, y lo que está sucediendo en Madrid, donde cada día somos más los que arriesgamos nuestra vida entre los profesionales del taxi, sería en principio muy positivo, pero, una vez más, cuando se hace a la española, me refiero a la española... española, como tantas otras cosas, se hace mal. Vamos a ver. Siempre se ha definido la ciudad como la mayor creación humana. Es cierto que las ciudades las han construido los hombres para realizar su vida, no obstante, cuando los hombres introdujeron en su vida los automóviles, tanto la vida como las ciudades empezaron a desaparecer: había nacido el hijoputismo. De hijoputismo sabemos mucho en España: ¿saben aquel que diu que no había burbuja inmobiliaria? Eso es hijoputismo. De hijoputismo sabemos bastante por aquí... Yo creo que una ciudad cuyas cuatro esquinas no se pueden recorrer en bici en una tarde no es una ciudad, es una puta mierda. Y es lo que ha sucedido en buena parte del mundo, que la hipertrofia de las ciudades ha condenado a la mayoría de los hombres a vivir en la más absoluta fealdad, lo que puede llamarse el imperio del hijoputismo -y también está la política. Se llama hijoputa a todo aquel que una vez sentado al volante intenta cobrarse la venganza por todo aquello de lo que le ha privado la vida, empezando por la inteligencia. En España hay muchos hijoputas, tanto en Bankia como fuera. Pero me gustaría recordaros que la ciudad es sobre todo para el peatón, que el ciudadano es anterior a sus medios de transporte, y que no pasa absolutamente nada si nos encontramos con ellos en la vía pública, al modo tan español de ir por donde a uno le sale de los mismísimo cojones, esto es, nunca por la acera -las aceras en España, todo el mundo lo sabe, están para que caguen los perros. En la bicicleta, el timbre es un adorno y no cumple la función de reconocimiento que corresponde al claxon del automóvil: por si nadie se había dado cuenta, !ahí llega un hijoputa! Desde la bicicleta se percibe mejor la ciudad, pero se disfruta todavía mejor, con más intensidad, la libertad. Convertirla al matonismo es un error; la bicicleta nos hace pacientes, tolerantes, es el antídoto para esa fiebre, el hijoputismo, y muy mal se hará si la rabia del hijoputa se lleva también a los pedales.
Pues no me queda nada más que deciros. ¡Ah, sí! Cuando no encontramos calles adecuadas para ir de un punto a otro en Madrid, y para evitar la muerte instantánea en las vías principales de la capital, pues no existe el carril bici, y cuando existe, como todo lo que se hace desde la política aquí, no lleva a ninguna parte, solemos subir todos a la acera. No pasa nada porque en Madrid, yo diría que en España, los peatones caminan por el asfalto para no pisar las mierdas que abandonan sus mascotas; sin embargo, todos hemos tenido ese encuentro desagradable con algún ciudadano que todavía cree en la existencia de algún tipo de valores cívicos, y nos ha dicho algo así como "esto no es para la bicicleta", a saber, que circulemos por donde nos corresponde. Y tiene toda la razón. Pero si la regidora Ana Botella situó las estaciones de medición de la calidad del aire en los parques más frondosos, es seguro que los carriles para circular en bicicleta los hará paralelos a las vías del metro. Mientras no haya carril, tendremos que seguir así. En este caso excepcional, yo os pido que siempre de uno en uno.
¡Hala!


Tocomocho se coge la bici, para Basuragurú