viernes, 5 de abril de 2013

Mariano Rajoy, culto, intelectual y bien formado para el gobierno

Pues otra chorrada histórica que nos ha dejado el presidente del Gobierno del Reino de España esta semana cuando ha cargado contra los ciudadanos que protestan porque han perdido su trabajo y su vivienda. Si la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero puso en evidencia que cuando la izquierda huye hacia la periferia -esto es, cuando cede la economía a la utopía del libre mercado para refugiar su ideología exclusivamente en la extensión y reconocimiento de algunos derechos sociales-, se anulan, pues, todos los medios de supervisión y contención de la depredación y las crisis se vuelven más voraces y longevas, apenas un año en el gobierno de la nación, ya puede reafirmarse que el PP es un partido de fortísimas convicciones antidemocráticas. Insisto una vez más en que treinta y pocos años de régimen democrático no construyen una tradición democrática, una mentalidad, una cultura, menos aún entre la derecha española analfabeta, a la que todo cuesta siempre un horror, no en vano se dice que la derecha es conservadora, y lo que hay que conservar está bastante claro. A Mariano Rajoy le hubiese gustado gobernar como se hacía antes, en la predemocracia, es decir, gobernar mandando, disponiendo esto y lo otro sin que nada ni nadie le molestase, más o menos como en la China popular en el proceso de preparación de los juegos olímpicos: "me quiten esto de aquí -personas, cementerios, aldeas...- y no se hable más", o según la imagen socorrida del padre autoritario, cuyo principio de autoridad es suficiente para anular otras voluntades. Si es que la democracia es insoportable, ¡no le dejan a uno disfrutar del despotismo que implica siempre el ejercicio de todo poder! (En España, un gran poder conlleva siempre una gran irresponsabilidad y una generosa dosis de sadismo). Dice nuestro presidente que una minoría no puede someter a una mayoría, ¡dónde se habrá visto algo semejante! Podría pensarse que se refería Mariano Rajoy a la minoría que posee empresas de construcción que han derrochado el territorio, empresas que se han aprovechado de la escasa capacidad intelectual de los gestores locales aquí y allí para enriquecerse con la transformación monstruosa del espacio -el horror vacui de Aristóteles se interpreta en la política española como terror ante los espacios todavía sin urbanizar-, o también podría haber sido la intención de nuestro presidente llamar la atención sobre el modo como otras empresas, gestoras de determinados servicios, se hacen -con la iniciativa de una minoría política, la de los gobernantes de turno- con los contratos que tienen al Estado como cliente, a la vez que como financiador, en uno de esos procesos de privatización tan incongruentes que se llevan a cabo en España -modelo concesionario en la explotación de la red de autovías y carreteras, desmantelamiento de la sanidad pública... En resumen, una persona de bien podría creer que el presidente del Gobierno se alarma porque una minoría de buitres, una élite económica, se enriquece saqueando, siempre de manera legítima, claro, a un Estado que se deja saquear. Pero lo cierto es que Mariano Rajoy pensaba en otra cosa: y es que nada más contrario a la democracia que identificar a los representantes del pueblo soberano que toman decisiones políticas o las legitiman con su voto y aprobación parlamentaria y que perjudican a quienes los han elegido o aceptan, en caso contrario, que sean instrumentos de los intereses de otros ciudadanos. Pero lo cierto es que al presidente le sienta mal que insulten a los representantes del pueblo -cuyo único delito es haber sido elegidos por una mayoría- quienes no saben vivir dignamente en un contexto de crisis socioeconómica -la idea es la siguiente: no se puede culpar a quien gobierna de que a unas personas les vaya mejor o peor que a otras, es más, parece que le va mal sólo a una minoría muy peleona. Mucho me temo que no es así. Karl Popper, que también era conservador, pero en una época y un país -Reino Unido, aunque de adopción- donde el honor y la inteligencia se han mostrado a menudo unidos, escribió The open Society and its Enemies para advertir, entre otras muchas cosas, que sólo la democracia garantiza los derechos de la minorías, es más, que una democracia que no acogiese ninguna discrepancia, por muy pequeña sea, y que no le reconociese idénticos medios para la realización de sus intereses sería una sociedad cerrada, es decir, en absoluto democrática. Por otra parte, para la derecha española nunca es demasiado grave la situación de quienes no tienen trabajo ni vivienda, esto es algo que tantas mayorías absolutas han provocado, el desprecio hacia los gobernados, como si gobernar tuviese que ver con esas reclamaciones "de la gente" -en el PP consideran la democracia una burda ovatio, una vez lo eligen a uno, sólo cabe recordarle lo bonito que es, y cualquier otra actitud se juzga violenta y antidemocrática. Pero ¡a quién le puede interesar lo que hayan dicho algunos intelectuales cursis en un país de brutos como España! No tiene sentido.
El siniestro ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que libra entre muchas batallas una contra los funcionarios, ha dicho en varias ocasiones que la aprobación de unas oposiciones y la consecuente plaza ganada no pueden garantizar un empleo de por vida. Montoro habla siempre directamente para los instintos, por eso no despierta más que violencia. También Mariano Rajoy aprobó una vez unas oposiciones, y entonces decidió entrar "en políticas", como se dice en provincias. Es curioso, porque aquello que desprecia nuestro ministro risitas, el engreimiento de la oposición victoriosa, es un factor determinante para entrar hoy en el Gobierno de España o participar de su pedrea, pero, claro, oposiciones a la abogacía del Estado. Para el conjunto de la sociedad española, escuchar a Maria Dolores de Cospedal, presidenta de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, abogada del Estado y con tendencias suicidas, no ayuda a valorar esas oposiciones por encima de las que llevaron a Remigio al puesto no menos triunfal de jefe de bedeles, que opina y se expresa a menudo con muchísima más claridad -dijo Miguel Ángel Aguilar que el numerito de la Dolores para explicar qué es una indemnización prorrateada que se pacta como una indemnización en diferido en forma simulación no se le hubiera ocurrido jamás ni al más ácido de los humoristas, y empiezo a creer que esa creatividad técnica es lo único en que Remigio no puede competir con un abogado del Estado al servicio de los españoles.
España no es un país normal. En un país normal, una fotografía junto a un contrabandista es más que suficiente para truncar la carrera de cualquier político a cualquier edad -Núñez Feijóo, vete ya a Movistar, hombre-, en un país normal, las declaraciones de Ignacio González a propósito de la libertad de prensa no se le hubiesen ocurrido a nadie; en un país normal, no sería tan difícil probar la financiación ilegal del PP ni el pago de sobresueldos en dinero negro a sus dirigentes, en un país normal no se contemplaría con impasividad el saqueo al Estado que sólo favorece a la minoría de siempre, que legitima su depredación con el voto de una mayoría de bobos. Ayúdanos a construir un país normal.


Yvs Jacob