lunes, 20 de julio de 2009

Chinomasaje. Medicina natural para tontos por naturaleza

Siempre he contemplado la anarquía como un deseo cuya belleza no alcanza ninguna forma de gobierno entre los hombres. La anarquía no es sólo hacer lo que a uno le salga de los cojones, sino hacerlo sin perjudicar a nadie. Sana anarquía... ¡Qué diferencia con la democracia asesina, que es en manos de nuestros políticos españoles la justificación, la legitimación sin reservas para someter a la parte de la población que no los soporta!
Antidemócratas del mundo, ¡uníos!
No obstante mi amor a la anarquía, hay una manifestación local que ha conseguido exasperame. Una vez más, ¿por qué se permite que los chinos de Madrid sigan haciendo lo que para cualquier otra raza sobre la tierra es inimaginable hasta en sus mitologías más perversas y antiguas? En mis paseos habituales por la ciudad he sorprendido a los chinos en una gran variedad de ilegalidades; y no quiero mencionar ahora otras costumbres que para mi deliciosa reunión de estética y moral resultan fatales, así como para el templo de mi estómago. Comprendo que la supervivencia empuja a los hombres a cometer todo tipo de faltas, o para ser más preciso, que no hay faltas cuando impera la necesidad. Ahora bien, la vida de los chinos en Madrid se supone perfectamente reglamentada: incluso cuando los traiga una mafia, esa institución se toma la molestia de proporcionarles documentos falsos, y el intento de que una acción contraria a la legalidad adopte cuando menos su apariencia merece para mí el mayor respeto, mi sincera admiración y una felicitación con aplauso. Luego hay chinos legales y otros, correcto es admitirlo, bastante legales o muy legales. Unos y otros pueden proveer a cualquier occidental hidrocefálico de todo lo apetecible, sin importar qué sea, el lugar ni la hora... Ha ganado presencia el chinomasaje. En más de una ocasión me he detenido para observar que un occidental era maltratado por un chino que lo estiraba y zurraba de lo lindo. Me preguntaba entonces para qué coño exhiben el mapa del cuerpo humano, con huesos, músculos, venas y nervios, si después se limitan a descargar sobre el infeliz su desmedida furia roja como quien castiga una alfombra.
Por otra parte, el chinomasaje, además de resultar para la anatomía peor que una carrera de toro mecánico, no es nada higiénico. Yo no me atrevería a ceder el descanso de mi cuerpo a un chino, ¡joder!, y menos aún entiendo que alguien lo permita sin mediar entre un sparring y otro, ¡Dios bendito!, un chorrito de agua en las manos y no dos sustanciosas expectoraciones.
Estoy muy cansado de las expresiones de barbarie que se sirven de nuestra simpatía incondicional por la pobreza del espíritu.


Yvs Jacob