sábado, 18 de septiembre de 2010

El Partido Tontular atrapa el hueso al vuelo

Era cuestión de horas. Por mucho que se empeñe en negarlo la izquierda guay, en todos los pueblos hay problemas relacionados con la inmigración; es más, como dice Guy Hermet, todos los pueblos alternan entre bonhomía y xenofobia, y puede añadirse que ninguna de las dos actitudes desaparece durante el reinado temporal de la dominante. Cabe recordar que en las anteriores elecciones generales el PSOE tuvo que manejar el asunto con habilidad, bajo el temor de que la xenofobia fuese un privilegio de la derecha, pero es de lo más infantil creer que el pueblo, por ser trabajador, esto es, por oponerse funcionalmente a las clases que históricamente lo explotan, es también delicadísimamente rousseauniano y sensible. ¡Ya lo quisiésemos! ¡Y que viva Jesucristo! Tal suposición deja al descubierto la gran ignorancia actual de la obra de Marx y de los orígenes teóricos de la izquierda: la revolución pretendía superar la injusticia de la desigualdad, pero no afectaba a los aspectos no económicos de la moral. En Marx, la lucha obrera no implica una moral extendida como la pretendida por la izquierda en la actualidad. El proletariado no es una clase intelectual, sino pobre en todos los sentidos, y la más peligrosa es la pobreza del espíritu. El proletariado, o el pueblo llano, tiene su propia idea de lo que es una comunidad, una idea no periodística y elemental que se inspira en conceptos de etnia y de cultura, y juzga lo extranjero de un modo variable, bien una bondad, cuando no le perjudica, bien una amenaza, en el caso contrario. El pueblo no es por naturaleza bueno y amante de los derechos humanos, sino pobre, sufrido, y tiene el derecho legítimo de defender sus ideales de justicia y de belleza, por mucho que una izquierda intelectualizada lo empuje a superar los prejuicios culturales.
Puesto que el pueblo es variable, los partidos no tienen más que seducirlo para conseguir su sanción democrática. Es aquí donde el Partido Tontular se ha mostrado más rápido. Mientras que la izquierda guay piensa que el modo de afrontar un problema es negarlo como tal, o lo que es igual, emplear la demagogia a fondo para presentar la cara amable de un asunto mientras se gasta dinero en resolverlo, tal y como sucede con la inmigración y la fantaseada integración, la derecha es más explícita, sobre todo cuando ansía volver al gobierno y ganar una porción de poder, como persigue Alicia Sánchez-Camacho en la Catalunya que tendrá por siempre perdida.
Debe diferenciarse aquí entre la tolerancia como no violencia y el enfrentamiento abierto entre los diferentes. Si la izquierda guay pro-derechos hubiese leído a Immanuel Kant alguna vez, podría reconocer que la tolerancia es un valor negativo, no es más que una resistencia a cometer un acto, pero no es en absoluto una aceptación de lo diferente. La sociedad española es tolerante con los inmigrantes porque un enfrentamiento abierto es imposible en democracia, me refiero a una declarada guerra violenta. No obstante, la sociedad española se pregunta por qué debe vivir obligadamente con tantos inmigrantes, por qué hay tantos lugares convertidos ya en "ghettos" étnicos, por qué se acumulan bolsas de pobreza en un país que, con sinceridad, no tiene tantos recursos como la izquierda guay cree, o sí los tiene, pero la manera de gestionarlos -véase libre mercado- imposibilita un reparto humanístico, en definitiva, un país con muchos siglos de miseria y apenas dos décadas de bienestar al que se pide demasiado buen rollo.
La derecha española, por su parte, no es tan liberal como quiere hacer creer a los ingenuos de tertulia; en temas como la inmigración se mueve con desenvoltura, porque tiene claro que una nación es sobre todo un pueblo con antigüedad, y lo extranjero, en tanto que pobre, sobra. Tan pronto como la Francia de Nicolas Sarkozy ha abierto la espita por más tiempo contenida en una Europa amenazada por la invasión de culturas y etnias no europeas, una invasión que recuerda a una revancha por los excesos del imperialismo y del colonialismo, al Partido Tontular no le ha faltado tiempo para enseñar sus colores. Si el PSOE ya lo tenía cuesta arriba, esta nueva exhibición de descaro tontular se lo pone más difícil. No obstante, si Rodríguez Zapatero sigue el estilo del PSC, todavía se atisba una solución. Igual que el PSC frivolizó con el independentismo del que ahora reniega, tras agotarse el pacto con la insaciabilidad de ERC, el PSOE anunciará una de mano dura con la inmigración ilegal, y después suavizará su discurso, que se verá favorecido por una remontada de la situación económica.
Puede que la agresividad tontular resulte difícil de digerir en un mundo de derechos, pero es más insoportable la demagogia de izquierdas con su manera de crear una realidad más soñada que real. El bien debe perseguirse, pero su deseo implica actuar con eficacia. El pueblo quiere eficacia, quiere actuaciones que le libren de sus problemas, y está agotado de las buenas palabras de la izquierda.


Yvs Jacob