lunes, 7 de septiembre de 2015

¿A quién le importa Catalunya?

He viajado poco por Catalunya, debo reconocerlo, pero lo poco que haya sido, ya ha sido más que suficiente, porque hace años que decidí no volver a poner un pie allí, una tierra de ingratos, bobos, provincianos y horteras que no dejan de mostrarnos cada día lo muy españoles que son cuando se empeñan en negarlo. Yo odio tanto a España como detesto Catalunya, y la verdad es que no me importa si son una o son dos, si están juntas o separadas, tengo claro que nunca he vivido por la una ni por la otra ni pienso morir por ellas: que nadie cuente conmigo cuando empiecen a repartirse las hostias. En mi modestísima opinión, las reivindicaciones catalanas han alcanzado un grado tal de hastío entre propios y ajenos que ya nadie sabe muy bien de qué se habla cuando se refieren los supuestos males que padece el pueblo catalán por ser circunstancial o accidentalmente español, lo que se expresa en hiperbólico lenguaje como "el encaje de Catalunya en España", "la nación cultural catalana", "la dignidad de los catalanes" o "la libertad para elegir la libertad". A mí estos debates me han agotado, quizá porque en su momento los tomé muy en serio, aspectos como la dignidad y la libertad son en sí mismos muy serios, y cuando escuchas un día y otro a unos bárbaros estupidizados y estúpidos trivializar su esencia, despierta en mí la tristeza que podría despertar un chimpancé que golpeara el espejo donde ve a otro que no es él mismo: los catalanes me dan pena. Me cuentan que a veinte días de las elecciones en Catalunya hay allí tanta ilusión como perplejidad. Hay ilusión porque los devoradores de mitos se han convencido de que la independencia es ahora real, que apenas resta su sanción en la urnas como pura formalidad teatral, pues de hecho es suficiente con que los mitófagos digieran el bolo de la singularidad originalísima y excluyente para que una ficción se haga realidad, y como esto ya se ha producido, Catalunya ya vive separada de España aunque todavía no lo celebre. Perplejidad, sin embargo, ante la reacción escasa del resto de los españoles: salvo los políticos profesionales y el periodismo chupapollas, ni la menor movilización a favor o en contra de lo que pueda suceder. ¿A quién le importa Catalunya? Fríamente considerada la cuestión, se trata de que una parte de un todo amenaza con separarse, la cuestión es de la mayor importancia para esa parte, mientras que las demás siguen indiferentes la marcha de los acontecimientos, no hay hermanamiento ni oposición violenta, a una parte que se quiere marchar solo le corresponde la indiferencia -yo vivo la vida en una reivindicación permanente del valor positivo de la indiferencia y de la satisfacción del yo, y cuando el yo se agote, me tiraré por un puente sin patalear ni despotricar. Los catalanes se separaron de los demás españoles hace décadas, es más, su tan sobrevalorada singularidad española les ha impedido mostrarse a los ojos del resto como compatriotas leales, han extendido sobre nosotros el manto de su desconfianza, son insaciables como solo pueden serlo la estupidez y la ignorancia, han buscado la desafección ajena como una obsesión y nos han cansado con su retorcido cinismo, no quieren nada y lo quieren todo a la vez, quieren decidir su suerte y decidir también nuestra decisión favorable, es repugnante e insoportable.
El periodismo chupapollas, fiel al espíritu de trinchera, puja por adjudicar la culpa incuestionable; así, según la Cadena Ser, el culpable es Mariano Rajoy, aunque según la batería de medios de la derecha española, más culpable es Rodríguez Zapatero que Artur Mas, que está loco, porque, ojo, no es lo mismo hacer algo con maldad, como fue el caso de Rodríguez Zapatero, que hacerlo porque uno está loco, pues el loco juzga mal o no juzga, y Artur Mas está para que lo encierren. Los políticos profesionales, sin que la estrategia sea unánime, se esfuerzan ya en poner diques o en tirar pedruscos. Hay un dique entre los que se han empleado que ha llamado mi atención, el que apela a la competencia común para resolver "la cuestión catalana". Según sus ideólogos, debe prevalecer la forma, esto es, la parte no decide sobre el todo. Aquí piensan que nos han cogido por las pelotas, pero, una vez más, es no querer enterarse de lo que sucede. Yo renuncio a ese derecho y pido a los timadores que no me lo reconozcan, que lo ejerza quien quiera -mi vecino de enfrente arroja las colillas por la ventana, decenas de búlgaros y rumanos acechan cada noche mi cubo de la basura: como se puede apreciar, yo ya vivo en un mundo con problemas de verdad, o diría que vivo en un mundo de lo que Chomsky llama "enigmas", problemas sin solución, claro, sin solución cuando no se vive en un país normal.
Amigos de Catalunya, yo os digo que se acerca la hora de la verdad y os pido si os tenéis que marchar, cuanto antes, mejor, que vienen los sirios, y yo ya no pongo un pie allí ni para hacer transbordo.


Yvs Jacob