jueves, 11 de febrero de 2010

La historia de la filosofía según Bertrand Russell

He visto en un kiosco la obra más lamentable de Bertrand Russell y me he acordado inmediatamente de aquel profesor que la incluyó en su bibliografía y que la refería sin cesar. Yo no era un buen estudiante, leía demasiado, y me la compré -debió de ser en mi primer año, quizá en el segundo, en la facultad...
No tardé mucho en comprender que a ambos, megafilósofo y modesto docente universitario, había que colgarlos de las pelotas y piñatearlos por el atrevimiento. Yo, que con tanto horror he leído algunas obras de Fernando Savater, pero, en general, todas con vergüenza, concedo que en algo tiene razón: las historias de la filosofía son un disparate. (Voy a evitar la que él pasea en la actualidad, y mucho arriesgo al perder esa fuente, de tanto como me podría aclarar Fernando).
Por entonces yo tenía un compañero que pidió mi auxilio para resolver un agudo aprieto artístico. Él había adquirido los dos volúmenes de Austral, pero la fortuna le negó la homogeneidad que todos buscamos para hacer nuestra existencia tan gris como la del resto de los hombres, y el primero era de color azul, pero amarillo el segundo. Me rogó que le cambiase amarillo por azul, puesto que yo había sido afortunado con el patrón menos hostil de la insipidez. Ahora bien, a diferencia de mis compañeros, nunca confié en la filosofía según el modo impuesto por la bondad de la izquierda. Quiero decir que yo guardo la cola en la panadería y en la parada del autobús y poco más; el buen rollo se me agota en cuanto veo una mierda de perro del tamaño de una barra de chóped.
Mentí, pues, a mi compañero; en particular, le dije que ya había bautizado de anotaciones mi ejemplar y disfruté como un loco por ser tan cabrón. ¡Ay! Hoy se lo regalaría, como haría Juan Goytisolo, que en sus escritos autobiográficos, creo que En los reinos de taifa, manifestaba su desprendimiento respecto del libro como objeto... Pobrecillo. Además, eso ya lo hace mucha gente, según informan las encuestas de hábitos de lectura. Es una lástima que ya no recuerde ni la cara de los viejos amigos, para una buena obra que se me pone a tiro...
Hoy que me siento tan didáctico quiero recordar que también contó España con un hábil mistificador, Julián Marías, cuyo orteguianismo absorbente ha hecho creer a algunos desprevenidos que su maestro nació antes que Tales de Mileto..., aunque viviera en una casa frente al Retiro.


Yvs Jacob