miércoles, 18 de noviembre de 2009

El secuestro del buque Alakrana, o Cuando la ficción distorsiona la realidad

Una vez finalizado el secuestro, el Partido Popular, posados todos sus buitres sobre los alambres, tiene la desvergüenza de reclamar su actitud como ejemplar en el apoyo mostrado al Gobierno. ¡Cuánta miseria! Si el Alakrana fue apresado por sesenta piratas, muchos más, quizá miles, quedaron aquí, en los despachos y restaurantes rascándose las pelotas a la espera de que la desgracia fuera todavía a peor.
Alberto Núnez Feijoo, que se había apartado de la barbarie por motivos inciertos, quién sabe si para ocultar algo de lo que el ciudadano se enterará más tarde, ya irremediable, demostró anoche, hablando para una emisora, que no es más que otra espita para la extracción de veneno. Habló Núñez Feijoo de la vergüenza que el Gobierno había hecho pasar a una nación como España de cara al exterior. Hay que ser pazguato para referir un sentimiento como la vergüenza de manera particular cuando es la vida de otras personas, y la de sus familias, la que enfrenta una situación tan crítica. ¡Qué asco! ¡Qué protagonismo más estúpido y nauseabundo!
Pero me interesó mucho eso que tantos han dicho: 'una nación como España'. Sostengo que la ficción que muchos se han construido de España no sólo les impide ver lo que es España realmente, sino que ni siquiera les permite sospechar ya que España pueda no ser eso que ellos dicen.
Ha sorprendido a todo el mundo que no contase la nación española con un equipo altísimamente preparado para el asalto y liberación de los rehenes, un equipo con la cara pintada de negro y cuchillos en los dientes que penetrara en el buque durante la noche, sin ser percibido, y que, uno a uno, rebanara los cuellos de los piratas, una panda de negros sin derecho a la vida. Todo eso ha sorprendido mucho a quienes están muy satisfechos con 'una nación como España'. A otros, sin embargo, no nos ha sorprendido en absoluto; a otros, a quienes la historia de España ofrece motivos suficientes para situar a la nación en el lugar que le corresponde, el espejismo no se nos ha aparecido, y reímos con un llanto desconsolado cuando el patetismo político pretende hacer creer a la ciudadanía que España está a la altura de Francia y del Reino Unido, como si el descubrimiento de América, hace quinientos años, tuviera una rentabilidad tan alta. Pero, no, no la tiene, y cuando el mundo actual se configuró en los tres últimos siglos, España se encontraba ya a la altura de muy pocas ambiciones.
No hace falta ir tan lejos para comprender por qué es España un país mediano: revísese la historia del siglo pasado; es más que suficiente.
De este opio, la ficción, hay que culpar tanto a la derecha como a la izquierda, pues ambas han practicado idéntico engaño, y si el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha cometido algún error, el más grave ha sido sin duda el entusiasmo en la buena marcha de los asuntos. Hay una máxima en política que no se debe descuidar: aunque no lo parezca, las cosas siempre van mal.
¡Ay, España, qué lástima me das!


Yvs Jacob