viernes, 28 de noviembre de 2014

Yvs Jacob pone en marcha la iniciativa "Larguémonos"

Ahora que todo el mundo habla de Podemos, de lo fácil que los partidos de la casta se lo están poniendo a la tropa de Pablo Iglesias para ganar el gobierno de varias Comunidades Autónomas e incluso para decidir quién reordenará los sillones de La Moncloa, creo que es hora de verdad de apagar la luz y salir corriendo. La Cadena Ser, que lleva en esto de construir la opinión, dirigirla y actuar sobre la realidad mucho más tiempo que los brotes rebeldes de Podemos les puso un anzuelo a los chiquillos que no tardaron en morder. El pasado lunes ya podía escucharse a Íñigo Errejón -reciente protagonista del extrañísimo caso del académico que ocupa una plaza universitaria por la atracción natural de méritos y contactos (métase al horno con una pizca de opacidad y secretismo entre sabios)- hacer campaña para los suyos en la tertulia política de Hora 25. Y por primera vez la fórmula Podemos se me hizo cansina -Pablo Iglesias ya me había cansado antes, es tan joven... Íñigo Errejón me recordaba a esos estudiantes de doctorado con la ínfula alta que recomiendan bibliografía sin pudor en el delirio conocido como "suplantación del docente", que no refiere a las continuas reformas de planes de estudios por las cuales el mismo titular pasea los papeles amarillos de un curso a un máster, y siempre por más dinero, sino al hecho impúdico de que los doctorandos se convierten para sí mismos en personas muy interesantes. Igual que me sucede con el PP, me resulta imposible tomar en serio a esta pandilla que se arremanga la camisa y defiende la libertad de Catalunya. Es cierto que el mundo del PP es una orgía de lo grotesco, y sin embargo, que el circo pase a gestionarlo un trío con semejante cartel, Iglesias-Alegre-Monedero, me arrastra por el yerma desolación sobre la cual creí haberme dejado ya la primera capa de los huesos. Entre el hijoputismo y el bonismo que sale a borbotones, entre el panderetismo de chiringuito y lo infinitamente guay, entre la caspa y la anticasta descubro una vez más que España está perdida, que no merece la pena luchar por ella y que lo mejor es huir sin mirar atrás. Tengo la impresión de que triunfe quien triunfe no se conseguirá sino ahondar en los vicios del vivir hispánico, el barbarismo hortera por excelencia. Por otra parte, entre chinos, indios o pakistaníes, chatarreros, pedigüeños y delincuentes rumanos y búlgaros, camareros y albañiles de la Europa del Este y rusos que se cobran la revancha de su historia en el país con el índice más elevado de analfabetos orgullosos ya parece que España haya acometido la renovación de su sociedad, luego a los de Larguémonos nadie nos echará en falta. España ha sucumbido ante sus nuevos conquistadores -pura ironía, los pobres disputándose la nada. Lejos de renovarnos en generaciones ordenadas y mediante el trabajo, como en los países civilizados -¿sanos, normales...?-, España ha optado por la subasta al menor postor, quién puede hacer lo que sea y por menos, quién puede hacerlo todo por nosotros, y es así que abrimos la puerta a un ejército del terror del que ya no nos libraremos. España es un país raro, no sólo un país enfermo, sino raro. La obsesión española por el dinero es de un interés clínico. Cierto es que tal obsesión no nos pertenece con exclusividad, no obstante, lo descacharrante aquí refiere al modo como los españoles prefieren antes la destrucción de su mundo que pagar por conservar el mañana. Un pueblo, como digo, enfermo y raro. La obsesión británica por el dinero, al contrario, ha ido siempre encaminada a la preservación de un mundo. Great Expectations es una de las más brillantes reflexiones sobre ese motivo que yo haya leído nunca. Esta novela contiene además el único momento en que Charles Dickens fue divertido, y cuesta creerlo. Un personaje explica a Mr Pip en qué consiste en efecto ser rico: "You may get cheated, robbed, and murdered, in London. But there are plenty of people anywhere, who'll do that for you". España no podría desarrollar este tipo de humor fino, para ello sería necesario una clase no sólo rica sino educada y con capacidad de alimentar en los demás "great expectations", y mucho tiempo, muchos siglos de acción social en la dirección adecuada, pero ¿no parece que sí hayamos desarrollado una actitud británica ante el dinero? Un espejismo: allí hay un pueblo consciente de su historia. La referida clase o élite jamás conoció la existencia en España, la sociedad española es hoy la misma que ya deliraba en el retrato que hizo Montesquieu en las Lettres Persanes, que nos presentaba como el país de vagos y guitarristas vociferantes que tanta vergüenza da. Esta sociedad que ha hecho posible a Esperanza Aguirre o a María Dolores de Cospedal, que no en vano celebra que a ellos, a los del PP, les gusta mucho España, nos hiela el corazón a otros y activa nuestros instintos de supervivencia. El vivir hispánico es delirante y vicioso, el vivir hispánico es el más irracional de los hijoputismos, y siempre por unas monedas de mierda -un país raro es aquel donde los muertos de hambre tienen sirvientes y todos se preguntan por qué les va tan mal. Igual que los partidos de la casta abandonaron a los españoles en la escombrera de la pobreza, donde los pobres no hacen sino amontonarse, la doctrina Podemos de la felicidad social pretende convencernos de que nuestra situación se debe especialmente a un problema técnico de recaudación, un desajuste fiscal, de modo que basta con que las grandes empresas y los grandes capitales participen en la medida justa y legal para que el sueño no se acabe. Yo esto no me lo creo, soy más partidario de una buena poda a nuestra sociedad y del despiojamiento severo. Por mucho que pese, a una sociedad sana se llega después de muchas curas, y aquí hay gangrena, podredumbre y putrefacción, la carne se cae a cachos. Nos ha dado tanto el sol en la cabeza que el cerebro se nos ha puesto duro como un melón a los señoritos de la miseria...
Me preguntan si la iniciativa Larguémonos funciona también con los tan llevados y traídos círculos y en plataformas. Más o menos. Larguémonos funciona con aeronaves. Yo ya me he pedido una familia danesa con fuertes prejuicios nacionales que pueda introducirme en la pertenencia a un pueblo que se preocupa por sí mismo y cuyas instituciones, legales y ante todo culturales, sólo existen para garantizar el complejo bienestar de los ciudadanos en una comunidad cuyo impulso natural es la persistencia como tal. Yo os animo a todos a que solicitéis asilo en esos países cuyas sociedades han descubierto la importancia de cuidarse, pueblos que no tienen miedo a darse leyes que libran a los ciudadanos de la vileza que es la ostentación de la pobreza. España es hoy un mundo sin ley donde en nombre de la riqueza y de la pobreza todo está permitido. A la mitología neoliberal que convertía el pillaje en astucia sucederá la bondadosa mirada del gobernante benévolo, una figura paternal y algo divina que busca ejecutar en cada uno de sus actos la justicia milenaria que le ha sido burlada al pobre. No saldremos adelante. Hay pueblos que van hacia alguna parte sin salir de ellos mismos; otros hay también que no pueden salir de la nada porque no pueden dejar de ser lo que son. Larguémonos.


Yvs Jacob