miércoles, 9 de septiembre de 2009

El Mundo y la bella tradición estalinista

Hace años que sospecho que Pedro J. Ramírez será algún día académico de la RAE. La cosa no puede ser más sencilla. La acomodación de Juan L. Cebrián se compensó con la presencia de Luis M. Ansón, y esto significa que la Academia funciona como un organismo, pero aunque su ideal para la supervivencia es el equilibrio, un organismo aloja y desarrolla formas que cooperan en su autodestrucción, porque difícil explicación se encuentra para el desequilibrio introducido por los microbióticos titanes Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte.
La Academia mima dos reglas: ningún mérito positivo basta para ser admitido en el claustro del saber; nunca entrarás sin amigos. No le faltan a Pedro J., aunque quizá gane una poltrona de la sabiduría por la pluma.
Una noche, hace ya algún tiempo, me debatía entre el placer y la tortura. Siempre será ésta más fuerte, la perversión, que, como decía Sigmund Freud, promete un exceso de placer que no se encuentra en la convención dominante. Abandoné el libro que por entonces me ocupaba para concentrarme en el odio que me despierta F. Sánchez Dragó, una noche que había invitado a Pedro J. Ramírez a ayudarle en la elegante tarea de construir el pensamiento de las malas personas, aquellas de las que huye la confianza. La maestría con que Sánchez Dragó resbala su lengua por los traseros pocas veces se ha visto en televisión. Al contar además con el megáfono que es toda emisión televisiva, Sánchez Dragó es el mensaje mismo, como lo es también el medio. Sánchez Dragó actúa, cierto, con finísima profesionalidad: ofrece a su audiencia aquello para lo cual ha sido contratado. A veces, claro, la ideología necesita buena vaselina y otras, como se dice en el deporte, el punto no quiere entrar.
Recuerdo el programa al cual fue invitada la académica Carmen Iglesias. Se trataba en aquella ocasión de convencer a la audiencia madrileña de que la Guerra de la Independencia contra Francia había sido un alzamiento nacional, patriótico, consciente. El tema es siempre delicado, porque Sánchez Dragó pretendía vincular ese episodio con la idea de nación propia de la derecha española -todos iguales por cojones-, pero Carmen Iglesias, que a diferencia de su contertulio sabe conservar la dignidad, incluso si su manera de entender el mundo puede pasar por antigua, sacó el capote y le dio a la vaquilla de Sánchez Dragó unos pases que me tenían descojonado vivo de lo mal que le estaba saliendo a Telemadrid la lección de aleccionar.
Pero la cosa con Pedro J. Ramírez salió mejor. Pedro J. entendió que bastaba con hablar de él mismo, porque de su boca-pensamiento se ilustra una parte importante de la población española, y nada más eficaz que hacer de esa boca-pensamiento presencia, testimonio en carne y hueso, llagas abiertas y hasta la cruz -véase el programa con su esposa, la naïve visceral Ághata-. De las muchas eyaculaciones que aquella noche le dio a Pedro J., yo he conservado su nada vanidosa aceptación del arte de la escritura. Decía el amigo Pedro que era sin duda el mejor escritor-periodista español. Con detalle, dijo que no sólo escribía muy bien, sino que lo hacía mucho mejor que los demás. Bien.
La agencia de noticias Reuters está estudiando la manipulación de imágenes suministradas a El Mundo. Desde que es posible fotografiar ha deseado el artista enriquecer la obra. El Mundo, el libro del mormón liberal-conservador, se ha destacado sin embargo como adelantado discípulo de las estrategias de opresión de la izquierda radical. Por un lado, construye las noticias, y lo hace además con sensibilidad por las cosas pequeñas, por si llegaran alguna vez a ser reales los hechos nunca sucedidos de los cuales informa -serial todavía inconcluso de los atentados del 11-M-; pero, además, emplea los medios de la tecnología actual para fabricar la realidad, o corregirla, adaptarla a lo que sobre ella se piensa decir. ¡Artista!
Al final va a resultar que es El Mundo el diario de los diletantes, y quienes nos negábamos a jugar a la complicidad en el esfuerzo de construir la auténtica historia -esfuerzo propio, en realidad, de todos los totalitarismos, en la derecha y en la izquierda- merecemos el decrépito socialismo, la condena de las bestias.


Yvs Jacob

Maneras de morir

El mundo es un infierno. Este infierno de mierda es sin embargo lo único-hasta-ahora-conocido. Entre lo hasta-ahora-conocido y lo no-conocido-(de-momento) hay extraños lazos, algunos débiles, como la creencia, y otros físicos, sólidos, como el Papa. La gira de la gran estrella de la canción sacra por los países africanos fue rica en anécdotas. Un par de ellas. Por un lado, el Santo Padre creó la confusión ya habitual cuando se tiene la tentación, no de interpretar a Dios, sino de serlo. Entonces salió mal parado el preservativo. Del preservativo sólo puede sentenciarse ácidamente su fealdad: el preservativo es feo, joder, está hecho de algo muy raro, la hostia, y no parece apto para nada que pueda hacer un ser humano que haya leído a Marcel Proust. Lo peor, no obstante, no fue que el Papa desaprobara el 'estrujapichas-resbalachochos', sino las fatigas que padeció el pueblo africano que acudió a ver los impecables dorados y granas que luce el Santo Padre como 'ropa de obra'. La presencia de un ser humano tan excepcional en Angola causó la muerte de dos fieles tras mediar una avalancha de enfebrecidos entusiastas católicos. ¡Qué caprichosos son todos los dioses! ¡Qué deliciosos! ¡Qué macabros!
Anduve pensando días después en el hecho con esa proclama tan elegante de don Feredico Trillo en defensa de la bonhomía castellana: ¡manda cojones morir aplastado por culpa del Papa!
Y pasó el tiempo sin que me atreviera a dejar palabra del destino fatal de los premiados, aunque pesimista, lóbrego, desconfiado. Manda cojones que no muera nadie en un concierto de Madonna, de Bruce Springsteen, de U2... Y tal vez me equivoque, pero el auténtico destino sólo pueda estar en manos de los dioses de verdad, y no en las de duendecillos pop.
Nada más deseable para casi todos los humanos que desvanecerse en la cama, de viejos y durante el sueño. La paz así concebida ha sido amenazada recientemente por una posibilidad dentro de lo inopinado: la suicida catalana. Manda cojones. Los seres humanos son siempre tan creativos... A veces se piensa que la muerte es una gran obra. Esta observación la encuentro empalagosa cuando la aprueba el snob, el amante de lo falso. Se me ha presentado impecable, sin embargo, al ejecutarse un acto tan libre como la caída y otro siempre fascinante como es el impacto. Lo corriente en la calle es la pelea rastrera, la mortificación animal con absoluto desconocimiento de las reglas pugilísticas, de su elegancia, y sin ningún sentido del duelo entre caballeros. El resultado no puede ser más que fealdad. La catalana que se precipita, ahora bien, el peatón inadvertido, ausente de su peligro, corrigen la mala baba de la divinidad, tan tosca, y adornan la escena con un no sé qué poético que tardará en volverse a mostrar. Pero, ¡ojo!, le puede pasar a cualquiera.


Yvs Jacob