lunes, 28 de mayo de 2012

En Basuragurú sí hemos sabido reír con el cortometraje de Javier Krahe

España se está convirtiendo en un lugar cada vez más extraño: gobierna un partido de derechas que se dice de los trabajadores; es España un pueblo pobre que persigue realizar el modelo económico chino, iniciado ya en su colonización; los trabajadores españoles buscan la aniquilación de los sindicatos; la reforma del sistema educativo tendrá como resultado el paso de la mala formación de muchos a la peor de unos pocos; la reforma del sistema de sanidad pública se guía por el principio básico de la disuasión del usuario, la única manera de atenderlos a todos... Y es aquí, en esta enloquecida y desquiciada España, donde tiene lugar un episodio que nos devuelve a aquellos tiempos en que, a decir de Voltaire, se realizaba un delicioso auto de fe para aplacar la ira de Dios, si es que en España hemos salido alguna vez de esa bilis tremenda. Cada ser humano tiene libertad en el presente para abrazar cualesquiera supersticiones, lo que ha arrojado a todos a la superstición económica, la desregulación, quizá el único logro de una sociedad democrática, la misma histeria, pero sin violencia moral, sino por pura voluntad, para todos; y la Constitución española establece que cuando tales supersticiones llevan la especificación de religiosas, entonces no sólo no pueden ser afectadas por la exclusión, sino que deben ser defendidas si recibieran alguna ofensa. Pero en la orgía caníbal que vivimos, ¿qué puede ser exactamente una ofensa? Tiene Javier Krahe seis o siete canciones muy gamberras y divertidas que cuando uno las escucha por primera vez se troncha de la risa; quizá el abuelo no es un intelectual, a pesar de la eficacia de algunas rimas, pero al ser la música y el cine los medios de expresión de sus pensamientos y posiciones, resulta un disparate que se pretenda tratar desde la justicia civil una cuestión elemental de las artes. El arte puede producir obras de mejor o peor gusto, puede incluso ofender y agredir, algo notable en la arquitectura, pero ¿comete el artista algún delito cuando crea? La Justicia, la legislación de un Estado así podrían establecerlo, pero ¿cómo distinguir el delito de aquello que no es, cómo distinguir la ofensa de lo que no es sino mal gusto? Hubo un tiempo en que sólo se pintaban madonas y Cristos, y hay otro, mucho después, en que un Cristo puede salir a los tres días ya cocinado él solito de un horno -e hizo cosas mucho más extravagantes, según los Evangelios. No cabe decir que esta nueva aproximación a la religión sea mucho peor que la otra -Rubens no dejaba de introducir en sus pinturas de tema cristiano esas perfectas armaduras de caballero del siglo XVII y nadie pareció sentirse molesto por la incoherencia. Por otra parte, después de La entrada de Cristo en Bruselas de James Ensor, no es posible tratar los episodios de la pasión de Cristo de manera ofensiva, y el cuadro es de 1888... Tras el recorrido de la humanidad por todos conocido, no consigo conciliar una imagen cabal de un juez que en el siglo XXI pretenda hacer ninguna justicia en un tema como el que aquí se trata: la ofensa por creencia religiosa en un Estado aconfesional. Existe una diferencia obvia entre la sátira y la ironía y la quema de tallas, estoy de acuerdo: las primeras son estrategias de la libertad muy deseables para la madurez de una sociedad, y la segunda es un acto de violencia y barbarie siempre. Sólo un idiota puede haberse sentido de verdad molesto al ver el modo como se trataba al Cristo en el ya célebre cortometraje -si todavía se le hubiera quemado en plato... Se puede juzgar si la burla de un episodio semejante es instructiva o no, si hay lugar para la diversión, si sus autores serán o no condenados por el Dios objeto de su ofensa... lo que no se puede hacer de ningún modo es llevarlos ante el juez terrenal para que determine si ha habido ofensa o no, porque esto es igual que acudir al otorrinolaringólogo por una dolencia de riñón: ¡coño, que no!, ¡que no es de su competencia!


Yvs Jacob