lunes, 6 de septiembre de 2010

Jesús Neira. La caducidad de un héroe

En Hollywood, la historia sería más o menos así: un descendiente de irlandeses impide que un pasional mediterráneo maltrate a una belleza rubia, la sociedad celebra al héroe, que sufre graves lesiones infligidas por el violento moreno; un político -quizá un senador, o un gobernador- le pone al frente de un chiringuito ocioso, el tiempo pasa, y salen a la luz su infidelidad o su afición a la bebida, y puede que también algunos cálculos mal hechos con unos fondos que se le habían confiado para una buena obra. Entonces el retrato cambia por completo, y el héroe termina en prisión, bien por asesinar a una amante, a su esposa, o por atropellar a un viandante bajo los efectos del alcohol a muchas millas por hora.
La versión española tiene más gracia, más altura política, y eso llama la atención.
Jesús Neira fue algo más que un héroe por un día, fue héroe al menos durante todos los días que permaneció en cuidados intensivos, y mientras los medios de comunicación se disputaban a su esposa, como se lo disputaron después a él, como hacen las bestias a las que se arroja comida ensangrentada.
"La Espe", que es como se llama en Madrid a la desgracia democrática, sacó la urna para recolectar tontos, y como la derecha es ilimitada en su obscenidad, se sacó también de la manga un puestecito para sujetar bien sujeto al héroe, siempre pensando en que el pueblo analfabeto le seguirá siendo fiel. Pero el héroe ya ha sido bastante drogado por la tecnología médica, el héroe, a quien nadie conocía, podía traer ya consigo algunos males -¡profesor de universidad privada!-, y se destapa como gran bocazas, y dice un montón de barbaridades sobre las que nadie quería conocer su opinión, y todo ello en nombre de un confuso liberalismo que se ha extendido por las cabezas cholas de la derecha política española desde que Jiménez Losantos pusiese de moda los calentones radiofónicos como instrumento de defensa jurídica.
El héroe deja de caer bien, ataca a la sacrosanta Constitución, ese insuperable fetiche nacional, insulta a algunos ex-socialistas, a todo el partido, y pierde el barniz tan guay que se había ganado con los golpes de su agresor. Ya sólo queda el fanático de la derecha, el sabelotodo simplón. Para colmo, la policía detiene su vehículo, al sorprenderle ebrio al volante. Es entonces cuando aparece Juan José Millás, y en lugar de la ironía que él cree emplear -él, y algún periodistilla de la Cadena Ser con pocas lecturas y responsable del titular-, emplea un bazoca, porque la izquierda también tiene problemas de medida, y se despacha con el héroe como quien ajusta cuentas con un acérrimo enemigo.
Al héroe ya no lo quiere nadie, es lo que se conoce como "inútil para la política" -el argumento de siempre-: los de la izquierda le habían abandondado por decir tontadas contra la izquierda, y le abandonan en la derecha tras descubrir por qué las decía -el poder del cóctel farmacéutico, según su abogado. En fin.
De repente, me sorprendo compasivo con los cineastas españoles: no es que el cine español sea malo -que lo es-, sino que la realidad española apenas se deja atrapar en hora y media.


Yvs Jacob