lunes, 24 de diciembre de 2012

En Madrid no podemos continuar con Ignacio González

En Madrid hemos pasado de la boba simplona -o del gobierno de la descacharrante ocurrencia- al simplón por convencimiento -el dogma de la beligerancia-, que es todavía más peligroso, y ya no sabemos por cuánto tiempo podremos soportar la gestión de individuos tan singulares. Esperanza Aguirre, quizá la más egregia representante del analfabetismo político español, se marchó y nos dejó entre su florida obra de destrucción al aventurero González, que como todos los delirantes dirigentes del PP cree en la doctrina de la predestinación, en la doctrina de la sanción divina mediante el proceso de la elección democrática y en la doctrina del gobierno único de los hombres necesarios, entre los que él se cuenta, claro, lo que a menudo se conoce como infalibilidad de la intuición, la superstición según la cual basta que alguien de derechas crea tener razón para que, en efecto, la tenga. A menudo he manifestado mi insatisfacción por la gran debilidad de la izquierda en España, su concepto jovial de la política, esto es, todo vale si la intención es buena, pero hay que ver la derecha española lo bruta y lo burra que es, lo ingenua e infantil que es, lo ridícula y patética que es. Puesto que España es un país sin ninguna tradición democrática -se dice de España que fue la primera en llegar a América, pero la última a todo lo demás-, no extraña en absoluto que en el PP se tenga de la democracia una idea pueril e indocumentada, democracia como el modo de gobernar según el cual una parte somete a las demás con el respeto de la legalidad o con la ley improvisada. Algo así no se halla en ninguna fuente de la teoría política, y ni se llama política ni confiere legitimidad para gobernar. España es también el país donde los analfabetos de toda suerte y condición, ya se dediquen al juego de la gestión pública o simplemente se regocijen en su cultura de taberneros, encuentran mayor placer en el emponzoñamiento -sólo hay que pasear por nuestras calles hediondas e infectas para advertir que se confunde con un problema económico lo que no es sino costumbre o vicio en la historia. Yo he perdido toda la fe que alguna vez tuviera en el pueblo de España y soy un testigo pasivo de su consunción, en la que, por otra parte, aprecio una tímida felicidad, algo muy parecido a la exterioridad y al reconocimiento. No consigo comprender por qué el PP es una opción política mayoritaria en España, pero es obvio que si los miserables continúan votando a quienes tienen más que ellos y gobiernan en su contra por su bien, a esta Edad Media no le seguirá ningún Renacimiento.
Cuando alguien llega por accidente a uno de los más altos puestos de la gestión pública, nadie entre quienes sufren esa gestión puede salir ileso -éste sí que es un principio auténtico de la infalibilidad en política. Hay otro principio en política que afirma que tanto más a la derecha debe situarse a un político cuanto mayor es su ambición por un cargo, que complementa a este otro: tanto más se ambiciona un cargo cuanta mayor incompetencia se muestra en su ejercicio. Tales principios se resumen en el concepto exhibicionista de la ostensibilidad del cargo: ¡es la hostia que a uno lo llamen alcalde -o alcaldesa-, ministro, presidente...! Según la doctrina de la predestinación política, igual que Don Pelayo puso las bases para expulsar al moro, Josemari fue aupado por el hado al gobierno de los españoles para expulsar al sevillano, y ninguno entre los mejores puede quedarse sin un cargo, y es así que han entrado en escena los Ruiz-Gallardón, las Esperanza, los Mariano, las Botella, las Fátima confiadas a un milagro de la virgen y un sinfín de maniacos menores, la honra de cuyo ego sólo produce lástima a los espectadores -demasiado brillo para tan poca realidad termina por deslumbrar a cualquiera. En Madrid es ahora el turno en este juego para Ignacio González, a quien han solicitado unos folcloristas del periodismo que actúe como si fuese muy de derechas, que es así como se expresa la acción del gobierno, y eso es lo malo cuando opera una simplificación tan feroz a la medida de los simples, que por todas partes creen ver sindicalistas y antisistema; en todos los descontentos, vagos y maleantes. Ignacio González, presidente por defecto y por accidente, y antidemócrata destacado, entiende que gobernar es una acción del elegido -o designado, como en su caso- por encima de cualquier voluntad, y entiende también que toda resistencia es un desacato a la autoridad, pues no en vano gobiernan los clarividentes, porque los demás viven en el error y se resisten al progreso. Esto sí que tiene gracia, que quienes más resistencia ofrecen al concepto orgánico de la sociedad sean sin embargo los más espabilados en un progreso económico en verdad ruinoso. Como tantos otros aventureros de la derecha española, Ignacio González está convencido de que la protesta es un vicio que se castiga con la indiferencia, luego tras el verdulerismo grotesco de la diva provinciana de la Comunidad de Madrid hemos pasado a soportar la manera chulesca del nuevo presidente, y ya no imagino qué podría suceder peor -el solo tono de su voz invita a introducir alguna enmienda en la Constitución, los españoles tenemos que empezar a ser un poco más precavidos. Ha sido un gravísimo error entregar el gobierno de la nación al PP en una situación como la actual. La crisis ha puesto de manifiesto una vez más la mediocridad de los españoles, y en todos los órdenes de esta sociedad se agudiza el envilecimiento. La incapacidad de nuestros gobernantes para pensar en términos de Estado, de pueblo y de nación, en términos de futuro viable nos ha convertido en la presa más fácil y predilecta de unos lobos siempre hambrientos. Gobernantes así sobran -tanto o más daño hace un enemigo interno como otro del exterior, creo que hasta se dice en los estatutos de la FAES. Que a uno lo elijan delegado de curso en 1.º de Derecho y gestionar los asuntos públicos no tienen nada que ver, lo primero es un simulacro, lo segundo obliga a considerar la realidad. Es imprescindible una reflexión severa acerca de la democracia en España, pero sobre todo es urgente no prorrogar el mandato del accidentado González ni el del su líder y espejo de desastres.


Yvs Jacob