jueves, 28 de octubre de 2010

Fernando Sánchez Dragó sufre el "mal de Aznar"

Este peligrosísimo, letal "mal de Aznar" consiste básicamente en que el sujeto afectado tiene una percepción de sí mismo tan distorsionada que se considera muy por encima de su valía, ya sea intelectual o en relación con sus acciones, magnifica su vida y su figura, a la cual rinde un culto megalómano -y, como megalómano, ansía todo el mundo le rinda culto-, y con insistencia proyecta el discurso de su existencia y sus opiniones hacia los demás, como si hubiese alguien a quien pudiesen interesarle.
Este conocido "mal de Aznar" puede manifestarse con agresividad, como sucede al sujeto del cual toma nombre, donde el resentimiento es indisociable de la enfermedad, o como supina estupidez -tal es el caso de Sánchez Dragó. La estupidez es falta de mesura, bien por exceso, bien por defecto. La estupidez puede tolerarse en el genio, quizá porque sin ella no habría genialidad, pero es insoportable en el impostor. La impostura es la suplantación de la personalidad por una ficción. Cree Sánchez Dragó que es un autor importantísimo en la literatura en castellano, un autor capital, paradigmático, capaz de abrir caminos en la narrativa y en el ensayo. Sin embargo, no es más que un comentarista de los que abundan, de los que nadie se acuerda una vez muertos. Cree Sánchez Dragó que es uno de esos autores de los que ha leído diez o quince páginas, y este quijotismo agrava su "mal de Aznar".
La autopromoción de su libro con el otrora aceptable Albert Boadella en "Las noches blancas" la encontré tan nauseabunda, tan tristemente patética, que apenas pude soportar un minuto de la emisión. Sentí tanta vergüenza ante el espectáculo de la locura que me pregunté si de verdad no debería existir una censura férrea que privase al pueblo español de la degradación moral en vivo y en directo.
Me alegra infinito el escándalo en que se halla envuelto este pregonero neófito del liberalismo. Algo que no entienden los pseudointelectuales españoles es el carácter intrínsecamente moral de la inteligencia, y la moral no es sólo un criterio de relación con los otros, sino el orden impuesto por la razón en la dirección del espíritu. En definitiva, hay que leer más, y hay que leer libros enteros.


Yvs Jacob