Pero lo hacen de otra manera...
Comparado con el aspecto de cajera de supermercado de alguna que otra jugadora sueca, el principal jugador del equipo masculino de Canadá me recordaba más al cocinilla de la escalera, que siempre lo hay, algo travieso, la verdad, con la cabeza pelocha y las cejas depiladas -a veces me daba miedo de tanto brillo como le había sacado a la calva, debe de ser un fenómeno con los azulejos-. Había en él algo difícil de precisar, algo Simpson...
Pero Noruega, la otra finalista, es para mí el equipo que mejor ha entendido que jugar al curling es hacer el chorra, y los uniformes arlequinados, así como el calzado, más parecido a unas zapatillas de andar por casa, se mostraban aptísimos para combinar con el cepillo: quiero decir que daban a todos sus miembros el aire de gilipollas que su deporte inspira. Aunque Noruega perdió, la vestimenta les confería un aire de comodidad, de desenvolvimiento, contrariamente a la rigidez, a la tensión sexual no resuelta y palpable en el equipo canadiense. Durante media hora, no pude apartar la vista del valor que tenían los noruegos al meterse en sus pantalanos de bakala de periferia. ¡Hace falta un buen par de pelotas!
Noruega no queda muy lejos de Suecia, y las pintas del equipo de curling sugerían tal vez cierta competencia con lo espantoso que es el diseño textil de la eterna nación rival, la cuna del terrorismo doméstico: Ikea.
Después de las sesiones de tan enigmático deporte que he digerido, no me queda más que bendecir a la petanca castellana, al jubilado reumático español, tan inofensivo en la práctica de un deporte urbano que como mucho puede provocarle una hernia en la cadera.
Va por ustedes.
Yvs Jacob
domingo, 28 de febrero de 2010
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