sábado, 5 de diciembre de 2009

¡Dios salve a Fernando Berlín!

Gloria bendita del periodismo español, Fernando Berlín ha tenido a bien aclararnos a los ciudadanos que opinamos en Internet lo alejados que estábamos de la verdad quienes hemos sostenido, entre otras cosas, que el anteproyecto del anteproyecto de ley sobre la piratería en la Red no refería tanto a la vulneración de los derechos como al cese de las descargas ilegales. Ha empleado para ello unos deliciosos deícticos; yo estuve allí, yo me marche de allí, y sabe el Dios de Martínez Camino que me siento aliviado por la protección que un periodista tan esmerado nos brinda en este mundo virtual, no como simples internautas, sino como ciudadanos.
Sé que muchos os preguntáis por qué fue Fernando Berlín allí -a la ya célebre reunión "con Moncloa"-; es más, que os preguntáis quién coño es Fernando Berlín, y yo, amigos míos, no dejo de hacerme esa pregunta, porque lo veo y lo escucho, pero no sé quién es, ni qué méritos lo han conducido al panteón de la opinión, a ese trono que tantos envidiamos, pues, nada más plantar allí el trasero, parece, uno conoce lo que es y distingue, como el mismo Dios, el bien del mal.
Pero sólo os puedo decir que es un triunfador, que también los hay en la izquierda, una tierna florecilla del "buen rollo"; en una palabra, un hombre, esto es, un héroe de esa prensa de izquierdas que es tan de izquierdas y que no tiene otro objetivo que hacer del mundo un lugar más bonito.
Aristóteles, que sabía de todo un poco, y de todo, también, un poco más que lo demás -¡maldita sea!, ¡empiezo a hablar como Fernando Savater!-, decía en la Ética Nicomáquea que los jóvenes no deberían participar en política, porque la política es una ciencia que requiere de la experiencia que se adquiere con la existencia. Pero España es tierra curiosa, y precoz en tantas destrezas, que no sólo Soraya Sáenz de Santamaría o Leire Pajín representan lo más distinguido de una generación bullente. Se suma a las musas que no derivan el verbo en ningún rapsoda Fernando Berlín, el científico de la política. Tomo la definición de ciencia de Thomas Hobbes -la previsión de las consecuencias-, y ¡qué inmensa alegría me produce la observación elevadísima del joven periodista, ya maestro! Decía así: "yo sé que este Gobierno no va a vulnerar nuestros derechos con esa ley; pero quién sabe si el siguiente Gobierno lo hará". Ciencia, sí, señor, eso no puede ser más que ciencia.
Aprovechando la depuración de crucifijos que aún resta por abordar en las aulas de la enseñanza pública española, yo propongo, pues el hombre no puede vivir sin símbolos -Martínez Camino dixit-, que se sustituya al demacrado suicida por el también satisfecho Berlín -crucifixión opcional-. Humanidad y ciencia a la vez, ¿no es algo maravilloso?


Yvs Jacob