lunes, 30 de noviembre de 2009

Ya no hay sitio en el PSOE para el PSC

Es un hecho consumado que a la tumba de la política -la oposición- no llegará el Gobierno de Rodríguez Zapatero por la crisis económica, sino por el capricho de la ficción: el Estatut de Catalunya. Sobre el Estatut hay que decir que nadie, dentro o fuera de Catalunya, sabe qué significa ni conoce su necesidad. Fuera de Catalunya nadie comprende la viabilidad de otorgar más poder a una Comunidad Autónoma que cuenta con todas las competencias que posibilitan el equilibrio dentro del Estado democrático; léase entre sus habitantes, de verdad lo más importante. Dentro de Catalunya, la ciudadanía está siendo tan brutalmente manipulada que hasta algunos periodistas catalanes cuyos defectos eran soportables -el caso de Àngels Barceló- han caído en la trampa de los catalanistas, y donde antes podía apreciarse una exageración propia del nacionalismo, ahora sólo ven el reestablecimiento de la justicia, como si lo justo fuera algo que nada más unos pocos pueden decidir, como si en realidad se tratase de suspender la identidad nacional catalana por un momento para que la verdad inmaculada apareciese, una verdad que, según dicen los defensores de esta justicia, estaría del lado de los sabios de Catalunya.
Por otra parte, el PSC ha torpedeado por completo al PSOE, partido que dirige un pobre ingenuo, y el resultado será la victoria en las próximas elecciones autonómicas catalanas de CiU, y en las generales, del Partido Popular. Entonces todo volverá a su cauce: en Catalunya, al recio nacionalismo soterrado, al cual el Partido Popular no se opondrá con agallas siempre y cuando la economía funcione bien, y en toda España triunfará el odio en su versión 3.0.
El PSC ha cometido el error de imitar a sus adversarios e ir más lejos, el error de pensar como su oposición: tras décadas de Gobierno nacionalista, la única opción era comer más butifarras que nadie para ganar las elecciones. Semejante actitud, que ha perdido la perspectiva más amplia, la del Gobierno de la nación, ha socavado la base que sostenía al nuevo PSOE, y ambos partidos quedarán apartados tras la extenuación que sufre el conjunto de la ciudadanía, a la que nunca se debe agotar con problemas excesivamente técnicos.
Queda el episodio de las amenazas del PSC. A la bondadosa generación que llevó a cabo la transición democrática, que no dudó en optar por una ley electoral que diera voz, a veces demasiada, a los partidos nacionalistas -minoritarios por razones obvias-, sucedió el ingenuo Rodríguez Zapatero; pero la generación que ya está en marcha no puede continuar siendo el cebo de mierda de quienes abusan de la paciencia de las buenas personas. La solución pasa por mostrarle la salida al PSC. Deliciosa paradoja: solos podemos más.


Yvs Jacob

domingo, 29 de noviembre de 2009

El "problema vasco" no tiene solución

La semana pasada dijo José Antonio Alonso -portavoz del PSOE en el Congreso- que la propuesta de Batasuna de retomar el diálogo era una patochada. Algo parecido dijo el machote Basagoiti -expedicionario del Partido Popular en tierras de extrañas hazañas deportivas-, aunque empleó otros términos, por una vez, menos agresivos: mentira, engaño, trampa... Una escuela para políticos es urgente ya en el panorama de la tristeza española, y una de sus asignaturas tendría que llamarse: Habla y responsabilidad.
A diferencia de la satisfacción creciente en el ministro Pérez Rubalcaba, yo desconfío de cualquier solución que pase por meter a cerca de 200.000 personas en la cárcel, por muy lejana y enferma que me parezca su ideología, o mejor, los métodos de su defensa. La Ley de Partidos abrió la posibilidad de un cambio en el Gobierno del País Vasco, es innegable, pero difícilmente se acepta que un Estado se declare democrático cuando una parte del electorado -¡población!- se autoexcluye o queda fuera de los requisitos. De alguna manera, parte del pueblo vasco ha decidido quedarse fuera del sistema democrático, y la Ley de Partidos no fue más que el reconocimiento legal de lo que algunos ya hacían de manera ilegal e ilegítima. Sin embargo, ni los métodos violentos ni los vanidosos fortalecimientos democráticos conseguirán resolver la situación. Hay que admitir que, una generación tras otra, los que se alzan como defensores del auténtico pueblo vasco, los vascos de verdad, seguirán viviendo a su manera, y ésa no es más que la de oponerse a España. Luego el problema nunca será resuelto, y España, el Estado español, no tiene la menor idea de cómo podría avanzarse hacia una solución, pero sí puede decirse que, por el momento, se ha equivocado.
Es inútil buscar paralelismos o similitudes que aproximen el problema vasco -¿o problema español?- a otras situaciones de conflicto vivo entre pueblos. Me parto el culo al escuchar esa observación a la Administración Obama -"Euzkadi no es el Ulster-, y como en España somos unos grandes papanatas agilipollados, que el Gran Patrón reconozca la singularidad del enfrentamiento local español es suficiente para que nuestros dirigentes se reconforten en la dirección tomada por sus decisiones. Pero la cosa tiene mala pinta...
(Otro día hablaré sobre el caso de la activista saharaui Aminetu Haidar y la gestión de su protesta por parte de la Fundación Robert Kennedy. Tendrá que ser cuando consiga limpiarme los ojos de tanta lágrima vertida en mis ataques de risa -son tantas cosas las que nos pueden enseñar los americanos...).


Yvs Jacob

viernes, 27 de noviembre de 2009

El nuevo "Estatut" saca lo más bonito del periodismo

Debo de ser el único gilipollas que no ve ninguna conexión necesaria entre el hecho de que doce diarios catalanes hayan publicado el mismo editorial y eso que llaman los sociólogos "el sentir general de la ciudadanía". Debo de serlo también cuando no encuentro correcta la inferencia periodística que va desde la libre voluntad expresada democráticamente en el referéndum que aprobó el Estatut en Catalunya con escasísima participación hasta la legitimidad moral de lo que una sola parte decide acerca del modo como será el todo en el futuro, mientras que al resto de las partes les bastó con alienarse en sus representantes políticos. Todo esto tiene mucha gracia; hay leyes que, o te parten el alma, o te parten el culo...
Como la segunda relación sólo puede corregirse mediante una intervención técnica en la Constitución, quiero valorar mejor la primera. Si, por ejemplo, el editorial conjunto del domingo próximo hablara de -qué puede ser...- la dignidad de Catalunya como selección nacional de fútbol, entonces habría quien defendiera que, ya no los partidos, sino los diarios, nada menos que los diarios, son portavoces legítimos de la opinión mayoritaria, del sentir del pueblo catalán... También podrían escribir estos diarios en contra de las fiestas taurinas, espectáculos patéticamente españoles, dignos sólo de España, que no de Catalunya, soberbia tierra del buen juicio...
Ya antes de Marshall McLuhan sabía Occidente que "el medio es el mensaje", como sucede con todas las lecciones que aguardan a su prístino sistematizador; también sabe Occidente desde hace mucho tiempo que los medios de comunicación son habilísimos fabricantes de sueños, formadores de la opinión... No se había visto antes, sin embargo, la presente convergencia entre mayorías -de medios y de ciudadanos-, o lo que es igual, no se había visto que un conjunto de medios actuara como "quinta cámara", como "non plus ultra tribunal", allí donde la razón se plante y la verdad no vaya a más. No, desde luego que nunca se había visto que los medios de comunicación se auparan directamente en representantes no electos de la ciudadanía de cuya reunión fuera lógico derivar que, como ellos piensan, piensa todo el mundo.
En El final de la utopía cuenta Herbert Marcuse que los diarios americanos, durante la guerra de Vietnam, ofrecían a sus lectores, no los datos de las muertes de los soldados del Uncle Sam, sino la killing-rate a ellos debida, esto es, el número y la intensidad de la destrucción del ejército americano sobre su enemigo. No, amigos lectores de diarios, no caigáis de nuevo: dejemos que los editores y directores se chupen las pollas, pero no cedamos a esa pereza de que otros piensen por nosotros, ni mucho menos a la violencia de que, porque sólo tienen dinero para defender y sacar adelante una empresa de opinión e información, suplanten nuestro derecho a disentir de la monstruosidad de sus ambiciones.


Yvs Jacob

jueves, 26 de noviembre de 2009

El "Estatut" de Catalunya en la era de los medios de comunicación

El ideologizado editorial conjunto que la prensa catalana ha suministrado a los lectores de diarios de allí es una muestra más de que, para algunos, los que se reconocen a sí mismos como autoridades, ilustrados, sabios o, dígase, listos, los demás nunca somos lo bastante gilipollas, sino siempre un recipiente sin fondo para toda la mierda imaginable, quizá porque eso informe, los demás, no cuenta con medios para su autodefensa y necesita del auxilio de otro poder que lo utilice como paquete de contención, cuando no lo hace como su propio recipiente -en esta ocasión, el Partido Popular y el Tribunal Constitucional a su servicio-.
Se nos quiere convencer de muchas cosas respecto de la relación de Catalunya con España, como si tal relación existiese, y se nos quiere decir a los demás que estamos siendo muy malos con los de allá arriba al no respetar su voluntad democráticamente expresada en las urnas.
La defensa comercial enloquecida del nuevo Estatut se está convirtiendo en otro ejercicio de brutal manipulación de masas, y llama mi atención que los catalanistas ya no se satisfacen con las mentiras que se cuentan entre ellos, víctimas de algo que los españoles no nacionalistas, ¡hasta nosotros!, somos incapaces de comprender; sino que intentan abordar a los demás, apelarnos para que les provoquemos, tal vez para que el resto de España comience a recelar tanto de la necesidad de una Catalunya integrada en el todo que sea preferible dejarla escapar. Así se interpretan las palabras de Jordi Pujol, que habló ayer de fricciones entre Catalunya y otras regiones de España, cuando su deseo no era describir una situación, sino provocarla.
Hay que ir todavía más lejos en la gran mentira del Estatut. El nuevo Estatut, tristemente, no corresponde aprobarlo al Parlamento ni tampoco a la pertinente Cámara autonómica. Se ha hecho, cierto, pero como violación del pensamiento democrático, auténticamente democrático, no contemplado ni en la Constitución; es legal, sí, pero no legítimo desde la moral.
El estado actual de la política vive su particular mito de la representatividad: los representantes de los ciudadanos toman las decisiones por éstos. ¡Y todas! ¡Menuda mierda!
No importa que la Generalitat haya enviado el preciado texto a los ciudadanos catalanes y que cualquiera lo pueda descargar para conocerlo también en castellano. Cuando una región, cualquiera que sea, pretende cambios de tal importancia que, si no se aceptan, suponen el inicio de una reacción que perjudica al todo que es el Estado, entonces los representantes de todas las regiones, así como los de ámbito nacional, se pueden ir a tomar por el culo. La irresponsabilidad y el peligro no representan más que a quien toma decisiones equivocadas bajo el paraguas de una supuesta justificación política, pero no hay ciudadanía detrás de ellas, sino oscuridad.
Las grandes decisiones, tales como guerras o modificaciones en la Constitución, o como amenazas a la Constitución misma, no corresponden a la representatividad, sino a la ciudadanía, y mientras ésta sea analfabeta y menor de edad, no podrán serle presentadas, como tampoco podrá ser alienado nunca su derecho a decidir sobre lo que de verdad importa: la paz social. No es posible delegar esa capacidad de elección en representantes en un mundo de vampiros e incompetentes. Los partidos no son representantes en todos los aspectos; sus militantes lo saben perfectamente, y quienes se excusan en la defectuosa organización constitucional de la democracia española para llevar adelante el disparate de ambiciones particularísimas sólo precipitan el desastre.
Los medios de comunicación, por otra parte, están funcionando como maquinaria de precisión al servicio del desastre. Han sido ellos los que han traído la mayor confusión sobre lo que podrá suceder al convertirse en portavoces directos de los partidos políticos.
Adviértase lo siguiente: la escasa participación en cualesquiera elecciones da buena cuenta de la ignorancia de la población española o catalana -no, no hay votos de castigo ni pollas; un votante que comprende lo que de verdad sucede en política no castiga con su voto-; la gente acude a votar y no sabe en gran medida a qué vota -quien se atreva a negar esto sólo puede ser un periodista con sobredosis de buen rollo-; una minoría, pues, por mucho que sea suficiente para la formación de un Gobierno autonómico, no puede tomar decisiones que conciernen a la mayoría auténtica: el conjunto de la ciudadanía -hay un fallo en el sistema-. Es cierto que Catalunya aprobó su Estatut, pero son apenas unos miles -¿cientos?- los que saben qué es eso, qué propone y qué cambia respecto del pasado.
¡Joder! ¡Hasta cuándo vamos a seguir siendo subnormales! ¡Hasta cuándo vamos a seguir tolerando que la seducción de las formas nos evite atender a los contenidos!
¡Ay, España...!


Yvs Jacob

miércoles, 25 de noviembre de 2009

¿Qué le pasa a Esteban González Pons?

La maniobra de distracción desplegada por el Partido Popular va camino de convertirse en el mejor ejemplo de antipolítica o política enferma al estilo conservador español. Deben de estar aterrados sus dirigentes al descubrir que la masa boba podría reaccionar contra su nido de sinvergüenzas, y le han encomendado a Esteban González Pons la inmolación de defender, una vez más, lo indefendible, y que emplee para ello, de nuevo, una vez más de tantas, todos los medios a su alcance para la destrucción de lo único que les queda a los españoles, el Estado, siempre que de esa barbarie resulte culpable el PSOE y quede exonerado el Partido Popular.
Pero ¿quién es González Pons?
Se trata de un actor secundario de los que abundan en el Partido Popular. Su sonrisa es a la vez siniestra y melancólica; de un lado, parece que anuncia champán, y de otro, revela algo así como el idealismo de los viejos tiempos, cuando los hijos fortachones de la derecha disfrutaban de aquellos privilegios que sus padres habían sabido ganar con el material bélico importado de Alemania e Italia. ¡Tiempos gloriosos los del franquismo, cuando no había pobres a medias que pudieran reclamar una vida decente! ¡Cuánto se ha perdido con la democracia! ¡Ahora son los rojos quienes manejan los juguetes de dominio de los ricos! ¡Dónde vamos a parar!
A González Pons no se le conocen méritos excesivos, salvo la capacidad, asumida en toda la derecha, de no vestir igual en verano que en invierno. Lo más reciente de su expresión como persona pública son una serie de conciertos que ha dado en cuanto aparecen las cámaras de los reporteros gráficos. Entonces comienza a hablar raro, muy raro, y dice cosas más extrañas de las que un lector de Carlos Castañeda puede encontrar en su serie pseudocientífica de introducción al peyote, medicina para volar.
Una vez más creo que el desmadre de la razón en España necesita un calmante. La cosa se fue primero de las cabezas y ya no hay quien la tome en sus manos. Vamos por el mal camino, y eso no beneficiará a nadie...
Anda y que te parta un rayo, González Pons.


Yvs Jacob

lunes, 23 de noviembre de 2009

Catalunya no es una nación (pero tampoco pasa nada)

El problema del nuevo Estatut de Catalunya, y hasta los jueces lo han apreciado así, quizá porque no habrá supuesto mucho esfuerzo para memorizarlo durante su formación, tiene carácter lógico y se encuentra en su concepción como nación: ninguna definición de nación es posible con una nación dentro de otra. Esto significa que, si España es una nación, Catalunya no puede serlo, y si Catalunya es una nación, entonces no lo es dentro de España.
De todas las definiciones de nación que conozco, he quedado más convencido por la que emplean Julian Huxley y A. C. Haddon en We Europeans, la más cabal, a mi juicio, por deberse a dos naturalistas con auténticas pretensiones de hacer ciencia, y no a otros especialistas cuyos intereses impiden comprender la realidad -se debe además a dos ingleses inusualmente humildes, lo cual me excita sobremanera para confiar en ellos-.
Ese concepto -el de nación- reúne a una población en un territorio determinado, organizada dentro de un Estado, compartiendo un conjunto de tradiciones y hablando una lengua común, aspecto que más fuerte cohesiona a los individuos y alimenta su sentimiento de unión. Es obvio que a partir de esos criterios no puede Catalunya contemplarse como una nación, puesto que debería realizarse en ella el Estado, pero también lo es que, observando el resto de las características mencionadas en la definición, hay en Catalunya una expresión de singularidad, y de una singularidad antigua, aunque más aún lo es la vasca.
El uso de términos como sociedad, pueblo, nación, cultura... sirve tanto para favorecer el independentismo nacionalista como para contrarrestarlo. Podría decirse que Catalunya es un pueblo con una cultura singular, y que lo es dentro de una nación, que es la española, donde existen otros pueblos no menos singulares. En mi opinión, lo importante no es reconocerse como nación, porque el sentimiento de grupo, de comunidad antigua y peculiar ya lo incluyen las nociones de pueblo y cultura, y como tales, Catalunya merece todos los cuidados de España: se trataría de una cultura singular que hay que proteger y no aniquilar con la persuasión de otra ficción de contrarresto.
Para nacionalistas e independentistas, Catalunya es una nación cuyas estructuras administrativas independientes e históricas han sido sustituidas por otras que la subordinan a un Estado ajeno, pero al que forzosamente pertenece su nación, hasta que la política, y no la violencia, solucione esa situación anómala, la de ser una nación que carece de su propio Estado. Para ellos, además, Catalunya se protege mejor sola que dentro de España.
Pero un Estado no es algo que se ponga y se quite una nación dependiendo del momento histórico. Es cierto que Catalunya contó con estructuras de gobierno propias en el pasado, pero nunca fue un Estado como tal, porque un Estado es un complejísimo aparato burocrático-administrativo muy superior a la simple denominación de reino o condado históricos, y el surgimiento de la nación-Estado ha sido perfectamente datado en la historia sin que Catalunya pueda reclamar ese reconocimiento.
Para el Estado español, no obstante la buena voluntad de Rodríguez Zapatero al animar a Catalunya a ser todo lo que quiera ser, pero dentro de España, el problema amenaza con abrir una caja de truenos que podría llevar a todos, nacionalistas catalanes y nacionalistas españoles, y antinacionalistas de todo orden, a un enfrentamiento innecesario, dada la crueldad con que los hombres afirman los derechos que tienen y los que inventan.
El Tribunal Constitucional ha debido de pensar que es mejor sacrificar una parte que destruir el todo, una sabia lección que no necesita de ningún prejuicio, ni siquiera de un prejuicio anticatalanista, para aceptarse. (Divierte pensar en la separación de poderes cuando corresponde a los jueces asumir la responsabilidad de Estado que los políticos olvidan en ocasiones, o cuando los jueces, con su actitud partidista y su incompetencia, siembran dudas en los ciudadanos acerca del ejercicio de la democracia en una sociedad libre).
Hay algo sensato en no admitir que España se llene de naciones, lo contrario sería un suicidio colectivo cuya irresponsabilidad no puede tolerarse a jueces, políticos o simples ciudadanos. Podrá haber catalanes que no se sientan parte de la nación española, pero también hay españoles que no lo sienten con el mismo entusiasmo con que los catalanes sienten lo que son. Los hombres nacen donde nacen, es así de sencillo. Los hombres hablan una lengua, o dos, o tres..., todas las que permanezcan vivas en su lugar de nacimiento al menos, continúan tradiciones y se rigen por normas que podrían ser diferentes. Uno puede sentir mucho apego a eso, todo lo cual se llama realidad, o aceptarlo como conjunto de rasgos definitorios en el ejercicio siempre relativo de la identidad -uno, sea lo que sea, es frente a lo(s) demás-.
Yo no maldigo mi suerte, no me lamento por haber nacido español, pero tampoco deliro por la nación española; asumo lo que soy y no encuentro en ello ningún motivo para la tortura o para el enaltecimiento. Cierto sentimiento nacional es comprensible: me puedo apenar más por la suerte de alguien de Lugo que por alguien de Toulouse, aunque esta observación resulta patética con sólo analizarla. Para Catalunya, y a su pesar, España está más presente y dentro de lo que sus nacionalistas admiten, no pueden desprenderse de eso extraño que es España -nación y Estado-, incluso cuando se sienten fuera de ella. La pervivencia de Catalunya en la historia no se puede negar, pero la historia reciente, la de los últimos siglos, favorece más a una España reunida que a la independencia catalana.
¡Ay, seres humanos formidables, siempre pensando en el modo de vivir más provechoso y apasionado...!


Yvs Jacob

viernes, 20 de noviembre de 2009

¿Qué coño es realmente una trilogía? (¿Es de verdad la lectura una actividad intelectual?)

Hace unos días escuché una conversación que me dejó de piedra en una librería. El librero animaba a una clienta a que consumiera rápidamente la primera trilogía de Robertson Davies para introducirse sin mucho tardar en la segunda. Hubo un tiempo en que me dediqué con fervor al estudio de la literatura, pero lo abandoné para concentrarme en el de la zoología humana, menos técnico si se quiere, aunque más divertido que las espesas lecciones del sistema histórico-enciclopédico español. Sé que la tentación de interpretar lo que he llamado 'zoología humana' como 'psicología' es aguda, pero lo que yo entiendo por 'psicología' necesariamente implica la presencia de inteligencia, cualquiera que sea su estado de desarrollo, luego, no, la psicología difiere bastante de aquello con lo que me conforto.
No he leído muchas trilogías, creo que 'la primera' de Henry Miller y, si pudiera aceptarse, la que conformarían 'las tres Críticas' de Immanuel Kant. En el primer caso, el que importa, no valoré que las obras se reunieran en una trilogía; para mí eran sólo 'las novelas de Miller', y nada relacionado con una categoría metacrítica le añadía valor extraordinario a mi lectura. Hoy sucede precisamente lo contrario: hay que identificar si la obra es o será parte de una trilogía, y una vez constatado el hecho, incluir la pertienente secuencia en la secuencia más amplia que recoge a todas las trilogías posibles como 'obras leídas por fulanito'. Así, esta presencia de la trilogía entre nosotros permite expresar singulares especializaciones como la siguiente:
-A mí me gusta el teatro.
-Yo soy un gran lector de poesía.
-Pues yo prefiero las trilogías.
El mercado editorial, y las mesas y estantes de la librerías, se han llenado de trilogías, y las expectativas de los lectores, también, porque se presenta ante ellos la figura en sí misma como anticipo de lo que tendrán que asumir, pero sospecho que esa figura o forma está suponiendo para muchos la saturación de contenido que les impide, ay, leer.
¡Aaah, mundo invadido de sabios y seres sensibles...!


Yvs Jacob

jueves, 19 de noviembre de 2009

Periodista y periolisto

España, que como país me da cada día más asco, se está revelando, ya no como que una potencia de burros, sino de listos -¿nos habrá alcanzado por fin la evolución?-, algo que ha hecho progresar a esa ciencia extraña, el periodismo, con una especialidad nacional: el periolisto. Cualquiera que sintonice una radio o ponga en marcha su aparato de televisión lo tiene muy difícil para librarse del acoso del periolisto, informador aventajado, crítico implacable, forjador de pensamiento, enciclopédico recipiente de singularidades y precisiones y hasta corresponsal del futuro gracias a su perspicaz anticipación visionaria.
El periolisto es un intelectual soberbio, infalible, todo lo puede, todo lo soluciona, percibe la realidad con la claridad de una mente divina, por lo que siempre tiene razón -es un dios, aunque con pelos en las axilas-.
Con tanta abundancia de opinadores, con tanta sabiduría irradiada en la ondas y presente en los escenarios televisivos con alma de cuarto de baño kitsch, España debería sentirse satisfecha por la fortaleza de su 'pensamiento técnico'. El periolisto sabe cómo resolver un secuestro, cómo gobernar y estar en la oposición, cómo dirigir la economía e incluso la historia, y no sólo de su país, sino del orbe entero -un dios con dos cojones-.
El periolisto no carece de juicio moral ni estético, y conoce el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto con tanta intimidad que podría pensarse que ha grabado las Tablas de la Ley de la Verdad Absoluta con unos pedos madrugadores.
Dicho de una vez, el periolisto ya no opina, porque opinar es lo que hace la gente; el periolisto rezuma conocimiento, saber, ilumina aquello a lo que se aproxima; donde él está, no caben las tinieblas, donde haya un problema, encontrará la solución; donde un pañuelo oculte la mierda, la sola actividad neuronal del periolisto hará que la flor del logos asome, todo ello sin inmutarse siquiera.
Por último, sería equivocado asociar al periolisto con la derecha o con la izquierda, porque toda crítica verdadera vive en la transversalidad, atravesando cualesquiera limitaciones pragmáticas o didácticas.
¡Qué magnífico país sería España si pudiera sacar provecho de los nuevos héroes, los de la palabra! ¡Divino licor el que destilan esos cerebros que se alimentan de las audiencias!


Yvs Jacob

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El secuestro del buque Alakrana, o Cuando la ficción distorsiona la realidad

Una vez finalizado el secuestro, el Partido Popular, posados todos sus buitres sobre los alambres, tiene la desvergüenza de reclamar su actitud como ejemplar en el apoyo mostrado al Gobierno. ¡Cuánta miseria! Si el Alakrana fue apresado por sesenta piratas, muchos más, quizá miles, quedaron aquí, en los despachos y restaurantes rascándose las pelotas a la espera de que la desgracia fuera todavía a peor.
Alberto Núnez Feijoo, que se había apartado de la barbarie por motivos inciertos, quién sabe si para ocultar algo de lo que el ciudadano se enterará más tarde, ya irremediable, demostró anoche, hablando para una emisora, que no es más que otra espita para la extracción de veneno. Habló Núñez Feijoo de la vergüenza que el Gobierno había hecho pasar a una nación como España de cara al exterior. Hay que ser pazguato para referir un sentimiento como la vergüenza de manera particular cuando es la vida de otras personas, y la de sus familias, la que enfrenta una situación tan crítica. ¡Qué asco! ¡Qué protagonismo más estúpido y nauseabundo!
Pero me interesó mucho eso que tantos han dicho: 'una nación como España'. Sostengo que la ficción que muchos se han construido de España no sólo les impide ver lo que es España realmente, sino que ni siquiera les permite sospechar ya que España pueda no ser eso que ellos dicen.
Ha sorprendido a todo el mundo que no contase la nación española con un equipo altísimamente preparado para el asalto y liberación de los rehenes, un equipo con la cara pintada de negro y cuchillos en los dientes que penetrara en el buque durante la noche, sin ser percibido, y que, uno a uno, rebanara los cuellos de los piratas, una panda de negros sin derecho a la vida. Todo eso ha sorprendido mucho a quienes están muy satisfechos con 'una nación como España'. A otros, sin embargo, no nos ha sorprendido en absoluto; a otros, a quienes la historia de España ofrece motivos suficientes para situar a la nación en el lugar que le corresponde, el espejismo no se nos ha aparecido, y reímos con un llanto desconsolado cuando el patetismo político pretende hacer creer a la ciudadanía que España está a la altura de Francia y del Reino Unido, como si el descubrimiento de América, hace quinientos años, tuviera una rentabilidad tan alta. Pero, no, no la tiene, y cuando el mundo actual se configuró en los tres últimos siglos, España se encontraba ya a la altura de muy pocas ambiciones.
No hace falta ir tan lejos para comprender por qué es España un país mediano: revísese la historia del siglo pasado; es más que suficiente.
De este opio, la ficción, hay que culpar tanto a la derecha como a la izquierda, pues ambas han practicado idéntico engaño, y si el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha cometido algún error, el más grave ha sido sin duda el entusiasmo en la buena marcha de los asuntos. Hay una máxima en política que no se debe descuidar: aunque no lo parezca, las cosas siempre van mal.
¡Ay, España, qué lástima me das!


Yvs Jacob

martes, 17 de noviembre de 2009

El tobillo de Cristiano Ronaldo o Por qué es España una nación de chirigota

Y me asusta, de verdad que me asusta...
Hay que observar que es España una nación que suspende sus programas de información para retransmitir, ya sea por radio o televisión, interesantísimos acontecimientos deportivos como un partido de fútbol contra Armenia... No quiero ofender a otro pueblo para demostrar la supuesta superioridad del mío; más bien, me inclino por reconocer que no hay entre España y Armenia tantas diferencias como al soberbio pensamiento conservador español le gustaría admitir.
Yo estoy hasta los cojones de la atención que las emisoras de radio y las cadenas de televisión conceden a la información deportiva, y en particular, al 'fumbo', 'furbo' o como coño se diga entre los que de verdad entienden de ese deporte. Por ello, el tobillo de Cristiano Ronaldo me importa lo mismo que el riñón de un mandril perdido en la selva, o incluso menos, porque si hay especies en peligro por el reducido número de sus ejemplares, otras existen, como la humana, que están a punto de perecer por su exceso.
'No', tengo que decir 'no' al atropello de mis derechos como ciudadano cuando se me presenta en los medios de comunicación que 'el de las Azores ya toca balón' como un hecho digno de ser informado, porque por mí puede tocarse lo que le venga en gana, no me interesa, y a nadie debería interesar.
El periodismo deportivo se ha convertido en fabuloso instrumento del vaciado humano practicado por los ladrones de almas que juegan a la política en España.
El último ejemplo de despropósito en este sentido ha tenido lugar en el Parlamento vasco, cuya apuesta por 'normalizar las cosas de España' en la tierra de Sabino Arana se puede interpretar como una intempestiva revancha, mal calculada e innecesaria, como si el PSOE y el PP estuvieran deseando devolver a los 'abertzales' y a quienes se han escondido bajo su paraguas -PNV- las pedradas que durante décadas han recibido. Habrá que desear que esta fanfarronada no progrese y que las vidas se queden en los cuerpos donde están, aunque se hayan perdido ya algunas cabezas.
Por si acaso el apoyo popular no fuese suficiente, el periodismo deportivo ya ha enviado sus barcos... Íker Casillas: "Estoy deseando jugar en Euskadi".


Yvs Jacob

domingo, 15 de noviembre de 2009

Mariano Rajoy se divierte con sus cachorros

El encuentro de Mariano Rajoy con los cachorros del Partido Popular en Barcelona y los sintéticos montajes televisivos emitidos por las diferentes cadenas del evento han supuesto para mí una sobredosis de patetismo por cuya irresponsabilidad tendré que castigarme sin mucha demora. He prestado buena atención a la representación escolar. La muchachada, que se pretendía tierna, apuntaba a una edad de inminente mileurismo, aunque en el caso de las sanas familias que votan al Partido Popular el salario de los hijos no es lo que más preocupa a mamá y papá: lo importante es su educación, que sepan pelear para imponer a quienes no piensan como ellos lo que ni ellos mismos están dispuestos a tomar en serio.
La exhibición de Rajoy no ha tenido desperdicio. Ha debido de creer que se encontraba en alguna de esas situaciones tan propias del entrenamiento político norteamericano donde todo es insoportable falsedad, donde todo es escenografía calculada para que el protagonista fortalezca su autoestima con la papilla babosa que sus asesores le preparan, mascan y suministran.
Lo primero que llama la atención allí donde se reúna algún hombre extraordinario del Partido Popular con la cachorrada es lo bien alimentada que está esa juventud, lo bien vestida que la presentan sus mamás ante el barón máximo de la formación y lo disciplinadamente que acogen los distintos elementos que la reconocen como 'estilo de vida'; peinados, gafas, prendas y accesorios sin los que un acontecimiento oficial no se acepta como tal. Parecen los jóvenes populares aplicadísimos estudiantes de colegio serio, privado, incluso expertos ya en muchas cosas, y es un misterio para mí el modo como el tiempo los trata tan mal, porque terminan convertidos en personas de juicio raro, ¡qué coño!, de escaso juicio.
Pero Mariano Rajoy se creía el mismísimo Barack Obama paseando de un lado a otro dentro del cálido espacio que se abre siempre entre la buena juventud, y anduvo finísimo en las respuestas a las inteligentes preguntas que los cachorros le regalaban. ¡Qué delicia, qué maravillosa fiesta la del dogma!
Yo nunca podré votar al Partido Popular, la amplitud de mis prejuicios me lo impide, pero ¡ay, cuánto envidio a esas familias felices y bien avenidas! Sobre todo cuando mamá sabe planchar las camisas.


Yvs Jacob

viernes, 13 de noviembre de 2009

Francisco Camps confiesa de nuevo su incompetencia para gobernar

De las muchas reglas que hay en política voy a prestar mi atención a dos, en relación con la exhibición pública de ese cadáver político ya maloliente llamado Francisco Camps.
La primera de las reglas advierte sobre la utilidad de las instituciones públicas. Utilidad significa aquí 'capacidad para prestar un servicio a los ciudadanos', y ninguno mejor que el acuerdo entre la disparidad que brota de las mentes de los españoles. Luego el gobierno, el autogobierno, es una institución necesaria, pero queda anulada cuando al frente de la misma se sitúa un incompetente. Entre los grados de incompetencia cabe trazar una progresión que separe la aguerrida de la inofensiva, la peligrosa de la simple estupidez. Francisco Camps se ha aferrado a la peor de las incompetencias, porque nada hay más arriesgado que alentar el enfrentamiento desde una institución concebida para evitarlo: cualquier subnormal que dispusiera las pasiones de los ignorantes sobreapasionados en contra de sus semejantes con tanta violencia debería ser apartado inmediatamente de sus cargos. Tanta irresponsabilidad es intolerable y la democracia debería contar con instrumentos de intervención rápida (leyes que la protejan de sus leyes).
La segunda regla deriva de la anterior: la fuerza con que un sujeto se defiende, cuando es ataque directo a su adversario, es proporcional a los errores, males o abusos que se quieren negar. Se trata una vez más de la confesión, una traición que pone de manifiesto que los políticos, en tanto que hombres, no son las personas excepcionales con que se confunden en su delirio de complacencia, sino tristes, pequeños y mezquinos seres humanos a los que ha superado la ambición, y tan limitados, que ya ni siquiera pueden aparentar lo que de ningún modo pueden ser. ¡Mediocridad, triste mediocridad!


Yvs Jacob

jueves, 12 de noviembre de 2009

Juan Antonio Martínez Camino, ¿qué vamos a hacer contigo?

La intolerancia de la religión católica se ha concretado en su irreprimible impulso evangelizador, que ha conducido a tantos hijos de Dios a recorrer el mundo para tocarles los cojones a los infieles de las demás religiones en nombre de otra ficción que se pretende única y verdadera. ¡Toma ya!
Voltaire, el más fino de los ironistas, ya dijo todo lo audaz que se puede esgrimir en contra del fanatismo católico, y recoge la anécdota en su Tratado sobre la tolerancia de unos misioneros que habían llegado a Japón y a quienes su Emperador probó con dos buenas razones que la religión oriental era superior a la más inquieta de los occidentales. En primer lugar, Japón no enviaba hombres de religión a Occidente para agredir a sus habitantes con la soberbia tentación de convertirlos; pero, además, tampoco mataba a los que Occidente enviaba a Japón. ¡Qué elegancia! ¡Admirable civilización!
También he reído con Jean-Jacques Rousseau, a quien la pobreza de su familia obligó a abrazar la religión en los estadios inferiores de la jerarquía eclesiástica en busca de un salario, esfuerzo que abandonó con espanto al conocer dentro de la Iglesia males mayores, más pecados y más vicios que viviendo en su orfandad.
Todavía quiero recordar al más lúcido liberal, John S. Mill, que denunció lo peligroso que es siempre formarse la opinión de lo que resulta mejor para los demás, como si ese tipo de conocimiento se alumbrara en la mente de las personas religiosas en virtud de algún poder trascendente infalible.
¡Ay, monseñor Martínez Camino... ! La receta de la Iglesia sigue siendo la misma que ya ha acabado con la vida de millones de seres humanos en el pasado: no hay más hereje que el que arde, pero en el siglo XXI, cuando monseñor amenaza con excomulgar a los nuevos infieles, ¿de qué cojones nos está hablando?
Martínez Camino, ¿cómo vamos a querer para nosotros al Dios tuyo? ¿No podrías ser tú quien se ha extraviado?


Yvs Jacob

lunes, 9 de noviembre de 2009

José María Aznar, el último error imperdonable del 'felipismo' (y de la historia de España)

El bien es siempre debilidad frente a la fortaleza del mal, y en política, lo bueno, lo bien hecho, pasa desapercibido, quizá porque no tiene consecuencias, mientras que lo malo se mantiene imperturbable al paso del tiempo (piénsese en las diferentes ayudas concedidas por el Gobierno actual dentro de la llamada 'política social' y ya olvidadas por la población ingrata).
El último error del 'felipismo' irresponsable fue no percibir 'lo que se venía encima', una vez el PSOE, devorado por el vacío de la ideología y prisionero de unos piratas con carnet, se desmoronaba igual que un edificio que ha alimentado a las termitas.
Tras ser deglutido por el desagüe de la política, el Partido Popular irrumpió de manera más parecida a quien conquista una tierra que a quien gana su gobierno por un procedimiento democrático, y se instaló una nueva versión del odio que todavía perdura. Quien más ha odiado y mejor fue -y es-, sin duda, José María Aznar. Hace poco escuché decir a alquien que lo había entrevistado que Ansar no tiene sentido del humor; observación que me hizo recordar las memorias de Albert Speer, porque Adolf Hitler, según parece, también carecía de esa bondad necesaria.
José María Aznar nunca supo digerir el cargo que, gracias a la generosidad del pueblo español, un hombre, un sujeto entre los ciudadanos, puede desempeñar: primer ministro o presidente de Gobierno. José María Aznar debió de pensar que, en su caso, la sanción ciudadana era irrelevante, y que en verdad se trataba de un designio especial, de una constatación, de un premio concedido por la trascendencia a su persona. ¡Ahí es nada! Hubo ocasiones para cerciorarse de que esa fantasía lo consumía.
La famosa 'foto de las Azores' concedió a España el merecidísimo homenaje de una masacre, un episodio que coincidió con la celebración de las elecciones generales a las que Aznar no concurría como candidato por magnanimidad mimética con el sistema norteamericano que limita el poder ejecutivo. Los terroristas lo tuvieron fácil para manifestar su malestar después de la invasión de Irak: ¿cuál es el enemigo más zafio, más débil?
Pero José María Aznar no quería irse del Gobierno de cualquier manera, y pensaba que en el futuro horizontes más amplios se abrirían para él. (Su insistencia actual en el estudio de las lenguas del mundo no es sino la resaca de un delirio: la Secretaría General de la ONU).
Mientras ese destino se decide, Aznar se dedica a recorrer España llevando la palabra del mal, o el mal mismo, su presencia. Aznar participa en charlas o conferencias y enciende el entusiasmo del público cuando acusa al socialismo de la crisis actual. La crueldad de su discurso y la mala fe de su intención se imponen cuando se frota las manos, ya no por el hecho de que al Gobierno le vaya mal -¿podría ser incluso eso comprensible?-, sino por el más terrible: le va mal a España, y cuanto peor le vaya, mejor. Este mensaje ofrecido por su mente mórbida y desnutrida es la manera como Aznar tiene de asomar la cabeza entre la mierda que su miserable conducta ha ido depositando sobre él mismo con el tiempo.
Es triste que parte de la ciudadanía sea tan boba como para colaborar con su partido a pesar de todo. Es triste que alguien que ya ha recibido un castigo (quizá trascendente) por su soberbia no aprenda la lección e investigue el camino de la sabiduría humana, el de la humildad y la responsabilidad. Pero José María Aznar se percibe como un genio, y tan superior, que al mundo de los hombres sólo puede mirar con desprecio.
¡Ay, Ansar, siempre serás un pigmeo!


Yvs Jacob

domingo, 8 de noviembre de 2009

Hasta los cojones de la familia Alcántara

Siempre he sospechado que la variedad de miseria que me ha caído en suerte me permite afirmar que soy un privilegiado. De los muchos ingredientes de mi personal bienestar sólo mencionaré dos: nunca vi ni siquiera un programa de Crónicas Marcianas, ni uno solo, y tampoco he puesto a prueba mi estómago con Cuéntame. Todo lo que sé de ambos esputos de la cultura española lo debo a esos divertidos recorridos televisivos que, a modo de archivos selectos, presentan al telespectador una visión reducida de su universo mezquino.
Los daños irreversibles que resultaron del castigo infligido por Crónicas Marcianas durante años lesionaron la mente de españoles de toda edad y condición con tanta furia que incluso hoy, tiempo después, todo les parece poco soez, y nada hay tan depravado como aquel poderoso opiáceo con que se iban a dormir.
Cuéntame es una apuesta diferente, insoportable también, aunque no por ausencia de moral, sino por abuso de melancolía. El hecho de que Elvira Lindo dedicara un artículo en El País a criticar a quienes critican esa bazofia da cuenta de la altura de los pretendidos intelectuales españoles, finos razonadores del 'buen rollo', y de sus tiernas preferencias educativas ancien régime.
Las peripecias de una familia 'común' que testimonia el paso de la historia han superado el concepto de contexto para convertirse en delirio de inverosimilitud, hipérbole que engaña más que ilustra, y el pasado aparece todavía más ridículo cuando alguno de los Alcántara lo vive que cuando el telespectador lo reproduce con su imaginación alimentada por la soledad de sus abuelas.
La idea no era original, sino traída de esa tierra singular que tanto repudia a Europa, pero su traslado al modo español de hacer las cosas sólo ha conseguido que quienes pasamos un buen rato con el producto auténtico avancemos hacia el arrepentimiento por nuestros errores de infancia, ¡y qué duro se nos presenta este castigo!
Quisiera por último hacer un esfuerzo para comprender qué le sucede a Imanol Arias. De nuevo me siento derrotado por las cimas de la interpretación española; me ocurre con sus titanes lo mismo que a los filósofos empiristas con la idea de Dios: la busco y no la encuentro por ninguna parte.
¡Qué pena das siempre, España! Todo lo conviertes en fatalidad.
Anda y que os parta un rayo a todos.


Yvs Jacob

viernes, 6 de noviembre de 2009

El Partido Popular hace demagogia con el secuestro del buque Alakrana

Sé que hay muchos votantes del Partido Popular que disfrutarían si el Gobierno decidiera liberar el atunero Alakrana 'a la rusa', esto es, arriesgando y acabando con la vida de casi la mitad de su tripulación para rescatar a la parte restante de los piratas. Esta audacia, que el Partido Popular nunca admitiría abiertamente, se deriva desde su actitud hacia la voz pública, y es una manifestación más de su apetito de destrucción, por mucho que quieran hacerla pasar por defensa de la patria. Al Partido Popular sólo le interesa desollar al Gobierno; porque su tarea como oposición nunca ha tenido nada que ver con la crítica, lo que practican sus dirigentes es la destrucción masiva, y su odio está poniendo en peligro la paz entre los españoles.
Federico Trillo, extraordinario ser humano e insuperable ministro de Defensa, salvó aquella porción de la patria que todos ignorábamos que existía, el Islote de Perejil, cuya ocupación quiso el Gobierno de entonces, del Partido Popular, presentar a la opinión pública como una agresión de máxima gravedad. La operación no pudo ser más sencilla: no había nada que arriesgar más allá de la vida de los militares que intervinieran, y su pertenencia al Ejército se supone una decisión responsable -que significa 'conocimiento de las consecuencias', algo que el Partido Popular descuida continuamente-.
Pero un atunero en el océano, por mucho que sea suelo patrio, no es un islote desierto, y cualquiera que intente poner a la ciudadanía contra el Gobierno con la urgencia de que el secuestro dura demasiado y de que debe intervenirse de manera más enérgica no puede ser sino un miserable hijo de puta. La vida de cualquiera no es menos importante que la patria tan querida para el Partido Popular. La vida de cualquiera es incluso más importante, porque la tierra siempre estará donde está cuando los hombres mueran, pero un hombre muerto, y muerto por una acción orgullosa, vanidosa y desafortunada de sus representantes políticos, es una vida desperdiciada, lo más triste, pues no habrá otra oportunidad, aunque oportunidades tenga la patria.
Creo que la ciudadanía española debe meditar mejor su voto cuando el temido momento de las elecciones llegue. Hay partidos que convierten la confianza de la representación ciudadana en un suicidio. Los ciudadanos deben despertar ya de su eterno embrutecimiento enfermizo y comprender que poner su vida en las manos de los indeseables es arrojarse directamente a los precipicios que el devenir podría abrir bajo sus pies, puesto que la enloquecida gestión del Partido Popular sólo aseguraría que el desafortunado quedara bien jodido, bien muerto.
Pueblo panderetero, ¡despierta!


Yvs Jacob

jueves, 5 de noviembre de 2009

Cristóbal Montoro llama al "voto gilipollas" (otra vez)

De Cristóbal Montoro dicen que es experto en economía. Personalmente, tengo dudas, porque una cosa es gobernar la economía de un país durante el auge de su burbuja inmobiliaria y otra, bien diferente, hacer lo propio en su estado natural de pobreza; ahí nunca hemos visto a Montoro... Y ojalá nunca lo veamos, pues esa inteligencia suya siempre alineada con la burrada hace de él un pirómano fanático que nos dejaría a todos (los pobres) el culo bien caliente.
Si viviéramos en otros tiempos de honor, me encantaría encontrármelo en la calle, al señor inteligente, y retarlo a un duelo con un magnífico sopapo que le curara el astigmatismo. Y le diría: "gilipollas, tú". Porque a mí qué cojones me importa que España sea o no competitiva en fútbol; qué cojones me importa que vengan o no jugadores extranjeros a España; qué cojones me importa esa mierda de la que habla Montoro cuando la ciudadanía sigue siendo analfabeta, lo cual significa "ignorante siempre y fácilmente manipulable". Y si dijera que ese asunto me importa, sería para denunciar la vieja medicina de pan y circo y para arrojar a sus defensores a los leones, a su muerte despedazados. ¡A tomar por el culo el fútbol! ¡A tomar por el culo el burdo entre-tenimiento!
Supongo que Cristóbal Montoro conoce el espectro de los votantes del Partido Popular, que avanza desde las abuelas atemorizadas por los rojos hasta los retrasados mentales que acuden a una plaza de toros con camisetas serigrafiadas con el rostro de Francisco Camps. Y supongo que conoce también la situación económica de ese gran porcentaje del cual se alimenta su partido, un porcentaje amplísimo de trabajadores miserables cuyo voto consigue el Partido Popular con llamamientos al paleto, al bruto, al ceporro... De ese votante espera Montoro que no se sienta aludido cuando él se ríe de tantos gilipollas. Montoro... ¡qué asco me das!
Episodios como éste, bien conocidos ya por todos los que queremos conocer, darán la explicación a las próximas elecciones, y extiendo mi desprecio, una vez más, a la propia ciudadanía, ¡misántropo soy con el burro!, pero rousseauniano: burro, te compadezco. Pero a ti, Cristóbal Montoro, a ti te daría cien latigazos y después, doscientos más.
Anda y que os parta un rayo.


Yvs Jacob

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Ana Morgade: lo haces fatal

En noches de agotamiento me decido siempre por el hara-kiri, humano como soy, y cuando ya estoy tan distraído que ni siquiera puedo pasar la página de un libro, suelo conectar el televisor en busca de algo, algo que no sé muy bien qué puede ser. Se suceden ante mí las imágenes del programa de Andreu Buenafuente, y me pregunto cuando lo veo si Buenafuente no advierte la negligencia con su talento, porque el programa da más pena que alegría, a pesar de que tanto su director como Berto Romero son personas ingeniosas y capaces para el humor. Pero un programa de humor es una pretenciosa empresa, y un riesgo, además, y el estado de gracia, un premio que apenas se consigue. Jean-Jacques Rousseau observó que nada hace más daño al sabio que la sabiduría a medias, y así sucede con los humoristas, a quienes no se niega, por cierto, su disposición adecuada para el saber.
El humor es difícil de construir, es difícil como trabajo y como actividad pública cuatro días a la semana durante una hora. Para que el humor fluya en esas condiciones, hacen falta otras previas: buenos guiones e insuperables intérpretes. El humorista, o el 'entretenedor', no puede ser sólo un poco divertido, algo divertido o buena persona sin más. Tampoco puede ser sólo atractivo para el público o feo, tan feo que su presencia sea el comienzo de la risa. El humorista tiene que hacer gracia, y cuanta más, mejor, mucho mejor.
Reconozco los esfuerzos de Buenafuente para evitar los dos extremos perniciosos del humor -lo soez y el patetismo-, pero no creo que él -o La Sexta- haya acertado con Ana Morgade. Esta señorita carece de recursos humorísticos, por mucho que intente recurrir a toda suerte de amaneramientos e imitaciones conocidos por el público y agotadores hasta la repugnancia. A veces tengo la impresión de que ella misma se siente fuera de su espectáculo, de que comprende que sus dos glándulas mamarias, tan expresivas, la han vaciado de contenido en algún otro lugar, y de que todo el mundo lo percibe igual. Ana Morgade es lo indeterminado, la oquedad impersonal donde el humor no arraiga, y debería meditar si de verdad no hay algo mejor que pudiera hacer con su vida.
Personalmente, el humor que no tiene gracia ninguna me despierta unos accesos de vómito en el alma que podrían confundirse con la perplejidad: ¿en qué concepto se tiene este individuo? Ésa es mi pregunta ante tantos buscavidas en el universo ínfimo de la inteligencia.
¡Ay, Ana Morgade! Lo haces tan mal...


Yvs Jacob

martes, 3 de noviembre de 2009

Esperanza Aguirre, una lideresa sin tirón

En sus sueños más deliciosos, Esperanza Aguirre imagina que ha rejuvenecido dentro del cuerpo de Margaret Thatcher... ¡Qué dientes! ¡Y qué bonito lleva el pelo!
Hace unos días escuché al crítico de cine Carlos Boyero contar una divertida anécdota en la Cadena Ser. Transmitía Boyero con mucho humor el pesar que agobiaba a un enano cinematográfico, actor de verdad, que no soportaba que directores y productores lo encasillaran por su condición, y manifestaba su deseo de hacer papeles de galán. Éste es el mundo de los hombres. El enano, obvio es, debería conformarse con ser el mejor de los enanos, pero no le está permitido nada más.
He encontrado alivio en todas partes tras constatarse que Esperanza Aguirre no tiene fuerza electoral fuera de Madrid, y digo en todas partes porque Mariano Rajoy parece haberse librado de una molestia persistente, lo cual le permite aparentar autoridad, aunque llegue a ella de un modo similar a como los antiguos estoicos encontraban la conclusión en la argumentación: no porque se haya probado que un argumento es verdadero, sino por ser su oponente falso. El mundo de los hombres.
A Esperanza Aguirre habría que gritarle aquello que el director de cine amigo de Boyero espetaba a su enano tocapelotas: en aquello que está a tu alcance, limítate a ser el mejor, pero no quieras ir más allá de tu afortunada limitación.
¡Ay, Esperanza, qué desesperanzados nos tienes, condená!


Yvs Jacob

lunes, 2 de noviembre de 2009

¿Corrupción en Catalunya o sangría española?

Tras destaparse un chiringuito de alta rentabilidad en Santa Coloma de Gramanet, la manera como CIU ha explicado las cosas a sus militantes y simpatizantes es más o menos ésta: hay que ver esos españoles hijos de puta lo malos que son con el catalán, al cual, en cuanto creen pillar en falta -porque eso sólo puede dictaminarlo un juez, corruptos como son todos-, lo humillan en sanguinaria deshumanización, donde el rencor hacia una nación que reclama su libertad se convierte en cruento ajusticiamiento fascista, revancha.
Pero yo ya me siento mayor para el infantilismo de algunos ingenios...
CIU ha dicho además algunas lindezas que más parecerían concebidas por una cabeza loca de las que se afilian al Partido Popular. CIU ha dicho, pues, lo siguiente:
1) Si nosotros somos malos, los del PSC-PSOE lo son más; una observación racionalísima que espera despertar a los catalanes no nacionalistas de su sueño dogmático español.
2) Las personas involucradas -dos de sus militantes- tuvieron mucha importancia en el pasado político pero ninguna ahora; o lo que es igual, que hoy cualquier grupo de tres amiguetes se ventila 40 millones de euros. Una amistad irrelevante...
3) Que suspende de militancia a sus presuntos delincuentes porque la afiliación política puede perjudicarles de cara al juicio. Esta observación es sin duda la más genial. Por un lado, todos los políticos nos babean con el adorado 'Estado de derecho', pero, por otro, en cuanto un político se ve perseguido por la justicia, el Estado de derecho se convierte en una puta mierda policial que nubla el juicio de los jueces a favor de sus pasiones y vicios, que suelen dar con los huesos de algunos en la cárcel. Tiene cojones... y mucha gracia.
Así es, amigos todos, que hemos alimentado con nuestra aquiescencia silenciosa el monstruo de nuestra cobardía, y si queríamos olvidar rápidamente que somos gilipollas, siempre habrá quien encuentre la manera de volverlo a gritar a nuestra cara: TODOS SOMOS GILIPOLLAS, PERO VOSOTROS, MÁS.
Anda y que os parta un rayo...


Yvs Jacob