lunes, 9 de abril de 2012

Basuragurú declara a Günter Grass persona "bien grata", "gratísima"

A mí me sucede que mirando un mapa del mundo hay lugares que los veo vacíos, que tengo la misma indiferencia respecto de Colombia que de Sudán, de Somalia que de... Israel. Son tantos para mí los lugares no gratos, aquellos a los que nunca he tenido la intención de ir, carentes de cualquier interés, lugares sin encanto, lugares desangelados. Me sucede también el desconcierto ante las ínfulas de algunos países que parecen, por su escasa población, de juguete -alguno de los nórdicos, o más abajo, como Luxemburgo, 500.000 personas que deciden sobre millones. Llego a la conclusión de que el mundo todo es un disparate, y no deja de producir extrañamiento lo bien que tanto disparate hace sentir a sus habitantes, que contemplan con satisfacción el éxito de su despropósito.
Voy a ahorrar críticas y alabanzas al pueblo judío porque quiero mostrarme de verdad justo con Günter Grass, que es el héroe -además, un crítico aquí siempre juega en desventaja. Un ejemplo reciente: el anterior embajador de Israel en España, Raphael Schutz, se marchó con el lamento de que era todavía fuerte el antisemitismo de los españoles. Ya digo que es imposible luchar contra una hipersensibilidad como la que afecta al pueblo judío. Por otra parte, la de antisemitismo parece una acusación demasiado fuerte para lo que puede juzgarse sin más indiferencia, aunque se trate en otras ocasiones de razonable oposición, dicho con la más absoluta honestidad.
Les cueste creerlo o no a los israelíes, hay en el mundo otras 200 naciones, haya sido su pueblo el preferido, el pueblo elegido o no por algún dios, y les cueste creerlo o no, los habitantes de esos países viven muy alejados de la obsesión sobre qué pie le pica al pueblo judío, en lo bueno y en lo malo -los judíos serán sin duda lo más importante para ellos mismos como pueblo, pero ojalá nos permita alguna vez tanta presunción ocuparnos a los demás de nuestros propios asuntos (como diría Billy Pilgrim, "es algo que aprendí en Trafalmador"). Si el crítico aquí siempre juega con desventaja, la hiperestesia israelí se ha convertido en una protección más formidable que el inconsciente cuando se estudia al hombre. En las páginas finales de Razón y revolución escribió Herbert Marcuse lo siguiente: "La derrota del fascismo y del nacionalsocialismo no ha detenido la tendencia hacia el totalitarismo. La libertad está en retirada, tanto en el dominio del pensamiento como en el de la sociedad". La obra es de 1955, y todo el mundo sabe que Marcuse fue un intelectual judío que abandonó Alemania tras el ascenso de los nazis a la subasta de los bienes ajenos. La cita es tan versátil que puede emplearse hoy tanto para combatir la ideología neoliberal como el victimismo fascistoide de muchos nacionalismos, y, por supuesto, es ideal para criticar la actitud melindrosa del Estado de Israel, victimismo fascistoide por excelencia. No debe ocultarse que la triste evolución histórica de Oriente Próximo ha conducido a Israel a un extraño modo de vida, la supervivencia, un estado permanente de defensa. Sin embargo, Occidente siempre había creído que Israel no podía ser un país o nación como el resto de las que se encuentran en esa zona, quizá porque su población la componían originalmente occidentales escarmentados -se ha confirmado, con pesar, que los auténticos intelectuales judíos nunca llegaron al nuevo Estado de Israel (ya decía Isaiah Berlin que allí sólo había polvo).
Igual que Friedrich Nietzsche, yo admiro de los judíos la maravillosamente humana creación de un dios vengador -vengativo también-, magnífica arma contra el mal -el mundo sería un lugar insuperable si algún dios se ocupase de nuestros asuntos, si lo hiciese con dolor y con humor, como el Dios del Antiguo Testamento, la Biblia judía. No creo sin embargo que entre los instrumentos de ningún dios se encuentre el arsenal nuclear disperso, amenaza indiscriminada, y tengo que manifestar mi solidaridad con Günter Grass, que no le ha negado la voz a la clarividencia. Pero el victimismo fascistoide ha puesto en marcha su maquinaria para arremeter contra un hombre que hace uso de su libertad de pensamiento, hasta el punto de que el mismo Gobierno alemán lamenta sus palabras. No puede ser más divertido: Israel participa en las competiciones deportivas europeas porque es un Estado casi hermano, un Estado esencialmente occidental, pero si se le recuerda al hermano occidental que la libertad es la esencia de Occidente, entonces se pone farruco y te saca tarjeta roja... ¡y ya veremos si no parte alguna tibia!
Se decía en la época de los misiles que una guerra nuclear sólo tendría perdedores, esto es, no se confunda al misil con la granada de mano, que las nubes radiactivas no viajan con pasaporte y cruzan las fronteras con tanta alegría como una flatulencia recorre el circuito intestinal hasta la meta, superado el ano, esté quien esté en la habitación. Y si ya es alarmante el chalaneo que se traen las autoridades de Irán con el enriquecimiento de uranio -que sí, que no, que un poco...-, más lo es el frenesí con que Israel quiere poner en práctica aquello que recuperó George W. Bush, la guerra preventiva, salvo que si no se hace con lanzas, podría acabar con todos (en el duelo es capital el capítulo de la elección de las armas).
Bravo, pues, por Günter Grass -y no se desprecie que ha demostrado que un premio como el Nobel de Literatura sirve en ocasiones para algo, que si a unos los hace engreídos y marqueses, a otros, valientes.


Yvs Jacob, persona non grata... en general.