lunes, 1 de febrero de 2010

El ministro Gabilondo vale lo que pesa

Jean-Jacques, el único pensador a quien la pedantería hace incluso más delicioso, escribió en el segundo volumen de Les confessions que los pueblos son lo que sus gobernantes les hacen ser, y escuchando a Gabilondo hoy en la radio se me ha presentado incontestable una buena idea ya fraguada hacía tiempo. Gabilondo, sin duda, un hombre honesto, ha preferido no abordar las lenguas de España desde la única perspectiva hoy interesante, la política, y ha optado por alabar al hablante que logra en ellas la corrección; de quienes hablan una, de ésa, y quienes dos, igual.
Pero conviene no abandonar entre tanta poesía el hilo de la realidad, y puesto que las competencias en educación se entregaron a las diferentes Comunidades Autónomas para su mejor gestión, y puesto que han sido empleadas por ellas como instrumento político, que no cultural, para la confrontación de las identidades, el desequilibrio introducido por el nacionalismo ha de corregirse, de manera que nadie se moleste porque le hablen en una lengua que no entiende en una tierra donde su uso corresponde y vivamos todos en paz. Aunque huyo de todos lo fanatismos, incluso, como diría Rousseau, del fanatismo de no serlo, la sensatez me anima a comprender a los nacionalistas y a acudir en su auxilio. Como España no tiene más iniciativas que las que importa de Estados avanzadísimos, por el momento ningún Gobierno nacional -del Estado, ¡coño!- ha utilizado las lenguas del modo como lo hacen sus enemigos, y no me refiero al Partido Popular. Siempre he encontrado fascinante la instrucción de las lenguas de España a todos los españoles, y debería recuperarse -o crearse- una titulación que las acogiera todas con la orientación de su enseñanza en Secundaria. No se trata más que de superar la injusticia de obligar a catalanes, gallegos y vascos a aprender bien dos lenguas mientras el resto de los españoles habla mal una. Es así de sencillo, y no deberíamos esperar a que la idea nos la dieran otros.
Por fortuna, y ya es bastante, con Gabilondo hay un intelectual, ¡uno! -¡Dios mío, uno!-, en el Gobierno de España, y los intelectuales puros no aman sino el bien, ¿y qué es el bien sino la justicia?, ¿y qué la justicia sino dar a cada cual lo que le corresponde?, ¿y qué nos corresponde a quienes no somos ni catalanes ni gallegos ni vascos sino lo mismo que les pedimos a ellos?
¡Ah, de tan genial, sufro mareos!


Yvs Jacob